Estoy tendido en un ancho y cómodo sofá de tres cuerpos, la música suena fuerte. Permanezco acostado mirando el techo mientras la voz de Charly y los coros de Nito se perciben clara y armoniosamente. Escucho a Sui Generis. La canción que están tocando es Confesiones de Invierno. Pongo atención a su letra que dice: “me echó del cuarto por no tener profesión………. ¿quién me dará un crédito?, solo sé sonreír”. La balada impregna todo el pequeño departamento, casi un cuarto, con todo apelotonado: cocinilla, baño, sala y dormitorio con sofá cama.
Sus frases rondan mi mente. Me doy cuenta que esa situación se ajusta mucho a mi vida. ¿Quizás ése podría ser mi destino?, me digo. Quedarme en algún refugio, aislado del mundo. La cárcel no me gusta, es inhóspita y suele acarrear muchos problemas; para qué hablar de las violaciones. Uff, en realidad, no, esa chance no me sirve ni me gusta; medito distraídamente, mientras sigo el ritmo con los pies, moviéndolos de un lado hacia otro, imitando el ritmo de la canción.
¿Mejor sería un Hospicio? No, eso es medio tétrico, entre tanto loco suelto por ahí. Finalmente, concluyo que una Casa de Reposo sería lo más conveniente. ¿Pero cómo hago para que lleven allá sin pagar ni un duro?, me pregunto y respondo yo mismo
Pensándolo bien, aquello no es una mala idea, ya que así consigo patente de corso para hacer cualquier cosa que se me venga en ganas, y quedo impune. ¡Sería el sueño del trasgresor! ¡Al fin se me ocurre algo provechoso!
Oigo el timbre. ¿Quién podrá ser?, pienso intrigado, pues no he quedado de verme con nadie. Miro por el ojo de la puerta y veo a Verónica. Luce un vestido de verano, color blanco crudo, que se transparenta totalmente; de seguro que como siempre anda sin sostén. Se sabe hermosa y le gusta revelarlo a quien quiera verla, eso sí que a la distancia, muy lejos, pues curiosamente es bastante apegada a ciertos formulismos y sólo gusta de un exhibicionismo velado, inalcanzable. Ella es la compañera excelente para un nuevo “loco” pues se alarmará de inmediato ante cambios bruscos de actitudes o trastornos, razono de inmediato. Dudo en abrir la puerta pues la última vez que peleamos fue por nuestra proyección como pareja y porque yo, tal como cantaba Sui Generis, sólo sé sonreír. Tomo aire y abro la puerta con una actitud tan resuelta que hasta yo me sorprendo de que sea capaz de tal histrionismo.
- Hola mi amor, como has estado. Lo siento tanto...….no debí haberme exaltado y dicho aquellas cosas….- susurra Verónica junto a mi oído para luego voltear un poco y besarme profundamente.
Yo no respondo nada. Mantengo los labios cerrados y la mirada fija en ella, tan fijamente que ella titubea, y luego se asusta.
-¿Qué te sucede Guillermo, tienes una mirada muy extraña; nunca te había visto así?
- ¡Córtala, no me mires más así, que me asustas!- me expresa con voz realmente aterrorizada.
- ¡Mírate la cara, es rara, pareces un loco de atar! ¡Cálmate! - exclama con un tono de voz muy agudo, semejando un grito de miedo.
Toda esta escena sucede en el umbral del departamento y, por tanto, luego de un rato tenemos encima de nosotros a una serie de pares de ojos. Otras puertas vecinas apenas se abren, para escudriñar qué sucede. ¡Ésta es la mía!, decido.
La tomo por la garganta con las dos manos, apretando sólo un poco, sin herirla ni hacerle daño, pero sí para que se asuste de verdad. Asimismo, doy un alarido desaforado:
-¡Furcia, mentirosa, arribista, déjame vivir en paz!
Mientras grito y sigo apretando o, mejor dicho sosteniéndola del cuello, por lo menos diez manos me jalan hacía atrás para que la suelte. De súbito percibo algo duro que golpea mi sien, me atonta y caigo al suelo. Soy aprisionado de cuello, manos y tobillos. Me amarran, dejándome tendido boca abajo. Aúllo como demente, hasta que me amordazan con varios echarpes. Aún así trato de darme vueltas y vueltas. No hay caso, estoy inmovilizado por completo.
Verónica está como enajenada también, no atina a nada, solo llora y solloza con hipos.
- Llamemos a la familia- propone uno de mis vecinos.
Levantan a Verónica del suelo y le hablan para que llame a su casa y me manden una ambulancia. Ella hace lo que le solicitan los enardecidos vecinos y avisa a su padre, pero sin contarle obviamente lo del apretón de garganta.
- Mando de inmediato una ambulancia para que lleven a Guillermo a una Casa de Reposo y lo atienda un especialista- escucho cuando replica su padre, debido al alto volumen del celular de Verónica.
Esto lo hace solamente porque supone que ya estamos comprometidos, aunque yo nunca le he gustado mucho, a pesar que conoce a mi familia. ¡Supiera el viejo que estamos peleados!
- Bueno papá –oigo la voz acongojada de Verónica cuando responde.
-No te preocupes mi niña, déjalo en mis manos, tú despreocúpate de eso y ve que atiendan bien a tu novio, porque de seguro que el vago del padre de Guillermo no hará nada por su hijo, como siempre.- me entero de la conversación, antes de que cierre la tapa del celular.
Por algún motivo que yo desconozco Verónica se siente culpable de lo que me está pasando. Sin pensarlo dos veces decido aprovechar esta circunstancia propicia para llevar a cabo mi plan, si es que tengo uno, porque hasta ahora sólo he improvisado, nada más. Si bien, cualquiera que éste sea, ya estoy en ello, así que “a lo hecho, pecho”, como decíamos en la Facultad de Derecho años atrás antes de que me retirara ¿o me retiraron ellos? Ya ni me acuerdo, sólo sé que era un pésimo estudiante.
Llego en ambulancia a una lujosa Clínica de Reposo, eufemismo para un simple loquerío. Me bajan tomado de ambos brazos. Arribando al Mesón de Recepción, Verónica me anuncia suave y tiernamente:
- Mi amor, no te preocupes que yo me encargo de todo, tú anda a descansar.
Forcejeo pero me llevan a rastras a la pieza, acostándome en una pequeña cama. Sorprendido, y siguiendo mi plan, me levanto de inmediato y empiezo a correr gritando como trastornado. Dos enfermeros me toman fuertemente y me llevan casi en brazos nuevamente a la pieza, allí colocan una especie de silla de montar arriba de mi pecho, la que me inmoviliza torso y manos. Estoy de espaldas mirando el techo otra vez, pero ahora con comida asegurada y comodidad futura, pues he visto una piscina y un gimnasio en el patio posterior.
Luego de un período, donde disfruto de las comodidades de la Clínica, me percato de que no sé cuánto tiempo he permanecido aquí. Supongo que han sido sólo unas pocas semanas, pero como las visitas del doctor son discontinuas, perdí completamente la noción del tiempo, así que no llevo bien las cuentas. Como no había periódicos y no permiten las noticias en la televisión no hay forma de saber exactamente las fechas. Además, proyectan sólo las películas dispuestas por la Clínica. Esto me inquieta de sobremanera. ¿Qué pasa con Verónica, que ya ni los domingos viene por aquí? ¿Se habrá cansado de mis permanentes ataques de locura fingida? ¿Habrá hablado con el doctor? ¿Qué le habrá dicho este cabrón?
Decidido a dilucidar esta duda voy al Mesón Recepción, donde consulto a la enfermera:
- Me llamo Guillermo. ¿Ha venido la señorita Verónica Marcel a verme?
– No, hace un mes que nadie ha venido a verlo- me responde la enfermera, con voz neutra y con un tono cortés pero distante, impersonal.
-¿Cómo que un mes?-pregunto ansioso de verdad.
- Sí, un mes - ratifica ella y se alejó.
¿Qué diablos pasa aquí, cuánto tiempo llevo en este loquerío? ¿Por qué no habrá venido Verónica? Parece que me dejaron encerrado aquí. Diantre ¿qué voy a hacer ahora?, pienso aceleradamente.
-¡Enfermera, señora!- le grito.
- Por favor dígame cuándo vendrá mi médico, ya que no lo he visto desde hace días- solicito casi como un ruego.
– Tendría que revisar su ficha y yo no la tengo, ni estoy autorizada para verla. En todo caso deberá esperar su turno- me contesta.
-¿Turno?, pero si tengo un médico personal - le replico con un tono alzado.
– No, Guillermo, usted ya no tiene médico personal ya que pronto lo trasladarán al Hospicio- contesta calmada, pero con un dejo de mordaz satisfacción al ver mi sorprendida cara.
¿Qué? , casi me caigo de la impresión. Fue un balde de agua fría. Habría esperado cualquier respuesta menos ésta.
- Por favor llame de inmediato a la señorita Marcel- ordenó seriamente.
– No puedo hacerlo, tengo instrucciones de que usted no hable con nadie de esa familia- replica, siguiendo con su habitual tono de voz.
-Imposible, no, pero….no puede ser. ¿Cómo Verónica, mi novia, me va a hacer esto?- comento en voz alta con un tono realmente asustado pues ya me imagino las consecuencias de ello.
La beligerancia se esfuma de mí de un santiamén. Resignado, me voy a mi pieza para meditar tranquilo acerca de esto. Apenas entro noto algo raro, mis pocas pertenencias se encuentran dentro de un pequeño maletín.
-¿Estamos listos para partir, Guillermo?- me interroga uno de los enfermeros guardianes.
- ¿Y dónde iremos?- pregunto irónicamente.
- Pero si ya te lo dijeron hombre. Te vas para el Hospicio- contestan ambos con una carcajada
–Lo que es yo no voy a ningún lado sin hablar antes con alguien de la familia Marcel, quienes pagan esto- exclamo, tratando de que mi voz suene lo más firme posible, pero estoy temblando interiormente.
- ¿Qué pagan? Hombre, si hace mas de dos meses que no paga nadie, así que te vas al Hospicio, que es para indigentes como tú- responde secamente el más fornido de ellos.
- Ya vamos luego o saldrás en andas- fue lo último que me barbulló el otro enfermero.
Aún sigo en el Hospicio pues no me han dado de alta. Hoy me encuentro tal como finalizan Charly y Nito su canción: “hace cuatro años que estoy aquí, ya no paso frío y soy feliz. Solamente muero los domingos y los lunes ya me siento bien”.
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