1
Despertó con mucho sueño. La tarde, fría y lluviosa no le había gustado nada. Se sentía mal, con muchos deseos de hacer daño. Estaba malhumorada y hambrienta.
Una culebra en ese estado de ánimo, era muy peligrosa. Miró con sus ojos miopes todo lo que podía alcanzar con la vista y lentamente, como una larga sombra, Susy comenzó a bajar del viejo ceibo.
Sobre el río Caonao una gasa de nieblas vestía sus aguas como un fino encaje. La culebra enseñó su lengua bífida a una jutía, en señal de mofa; Susy era realmente una culebra con muy pésima educación. A su paso la naturaleza toda se ponía en tensión y hasta las hormiguitas trabajadoras y sociales, cesaban su nervioso ir y venir.
Los escasos dos metros de Susy se estiraron en toda su longitud, sus escamas refulgían con el brillo del sol reflejado en las gotas de agua de la yerba humedecida.. Miraba hacia todas partes y volvía a sacar la lengua al aire frío que le incomodaba.
La brisa vespertina le había dado en la nariz. Su olfato finísimo encontró fragancias prometedoras y codiciadas que despertaron su instinto de cazadora furtiva, abusadora y astuta.
2
El cacicazgo siboney saludaba la puesta del sol con sus cantos y bailes. Los cayucos una vez terminada la faena del día, descansaban en las márgenes del río y algunos niños jugaban cerca de los bohíos, bajo la atenta mirada de las ancianas de la tribu. Una manada de gallinas regresaba, junto a sus su crías, picando aquí y allá, los últimos residuos que pudiera haber entre las yerbas oscurecidas.
Susy, en plan de caza, estaba preparada para lo que su instinto de culebra, malhumorada, le dictara.
Rodeó el floreado framboyán situado a orillas del sendero por donde los pescadores bajan e busca de sus embarcaciones. La noche ornamentaba ya las primeras hojas del recio cedro crecido a escasos metros de la primera vivienda de yagua y pencas de guano.
Un tenue piar alertó a Susy y su instinto de cazadora experimentada le hizo pegarse a las altas yerbas, ocultándose. Su paladar presentía el delicioso sabor de la carne de polluelo.
A quince metros y con la brisa a su favor, comenzó a mover sus anillos trituradores, centímetro a centímetro iba dejan atrás al framboyán y toda su naturaleza de culebra esperaba no ser sorprendida por uno de aquellos perros mudos que noche atrás le hicieron pasar un susto de espanto.
Diez metros y los olores codiciados por su ansia de gula. se le hacían más ciertos… siete metros, cinco metros.
3
La noche era cierta. De la margen derecha del río avanzaba una chispa verdi-azul que elevaba, hacia todas partes, un revoloteo de alas. El mal carácter de Susy y su instinto de culebra no tenían más ojos que para aquel polluelo abandonado por la manada: una pequeña pero suculenta cena que estaba por ganar en unos minutos.
La lengua de Susy relamió con gusto lo que el olfato le dictaba con aquella certeza singular.
Las primeras tataguas llegaron y junto a ellas, la chispa, la candela viva, amenazando de manera traviesa la gula de Susy que estaba lista ya para lanzarse sobre la inocente presa.
Aquello resplandeciente y orejudo se le acercaba, la cola del reptil se encogió como impelida por otra fuerza superior a la suya. Los colmillos de la culebra nada pudieron contra aquella figura que se le echaba encima trastornando su forma y haciéndola un ovillo hasta terminar convertida en un nudo viviente y alterado.
Con la primera luz del día siguiente, los perros del cacicazgo corrían desconsolados de un lado a otro. Los niños, sorprendidos ante la actitud de sus canes, corrían y saltaban alborozados hasta que el viejo de la tribu señaló lo que parecía ser una enorme pelota.
Incapaz de movimiento alguno, Susy se revolvía en su propio cuerpo tratando de escapar de algo que no la dejaba mover. Los adultos y jóvenes se unían al alborozo y daban palmadas al ver aquello.
A varios metros del lugar, la manada de pollos picoteaba las raicillas, semillas y granos que encontraba, ignorante de todo. De las altas ramas de la centenaria caoba, una tatagua, torpe ante la luz solar, zigzagueaba hacia la rivera del río.
Y en las límpidas y frescas aguas de El Caonao, Giribilla dormía tranquilamente, satisfecho de haberle dado una lección a aquella vecina molesta, abusadora y mal educada.
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