Preliminares.
Hasta aquella tarde no me plantee si mi novia disfrutaba o no del sexo conmigo, pero aquella tarde escuché a la sexóloga, hablando de los preliminares, de los fingimientos de orgasmos, de las distintas velocidades etc…
Para mi el sexo era algo natural, instintivo, pero ahora de repente paso a ser algo estructurado y con manual de instrucciones. Así que me dije que Belén iba a disfrutar del mejor polvo de su vida. Mis padres se iban todos los fines de semana a la sierra y yo me quedaba en casa solo.

El primer fin de semana compre una pizza congelada, para hacerla al horno. Una botella de Lambrusco y un ramo de flores, todo lo bueno que la economía de un estudiante puede permitirse. Quedé con mi novia y después inicié las instrucciones de la sexóloga: Me hice dos pajillas para que el momento del sexo no acabara demasiado pronto.
Cuando apareció nos besamos y me dijo que estaba fatal le había subido la regla y que lo único que le apetecía era ir al cine. Así que fue la primera vez que me hice dos pajas para ir a ver una película de Wody Allen.
A las dos semanas volví a la carga. Esta vez vino a cenar a casa, puse música romántica, le entregué un ramo de flores, y nos sentamos a cenar. Entonces me acordé que no me había hecho las pajillas para durar más en la cama. Levantarse en mitad de la cena para ir al baño no quedaba bien, no era romántico. No iba decir bueno cariño, me voy a cagar luego vuelvo; o me voy hacer unas pajillas. Al final se me ocurrió que le diría que iba recoger la cocina mientras ella preparaba unas copas. No contaba que ella insistiría en ayudarme hasta ponerse muy pesada. Así que tuve que utilizar la excusa del baño, llegue al baño y me puse manos a la obra. Y cuando estaba a punto; .sonó la puerta “¿cariño, estás bien?” Correrse y hablar al mismo tiempo no es tarea fácil. “no…estoy bien...ahhh!”, jadear mientras te preguntan si estas bien; es aún peor.
Salí del baño, rojo como un tomate y sin saber que decir. Gracias a Dios, ella prefirió no preguntar. Nos sentamos en el sofá, encendí la cadena y sonó Keith Richard. Ella sonrió y nos besamos. Comencé a seguir las instrucciones, empecé por acariciarla, le chupe la oreja o mejor dicho me clave en la lengua un pendiente de estos acabados en punta. La desnude lentamente, o excesivamente lento cuando me vi incapaz de desabrochar el sujetador. Ya en la cama, mientras jugaba con sus pechos, no recordaba si había que moverlos en circulo o de arriba abajo, así que probaba de una forma u otra hasta que ella se quejaba y me decía que no eran peonzas. Debían ser diez minutos de preliminares como mínimo , y a mí a partir de los tres minutos no se me ocurría nada más que hacer, así que repetí todo el rato lo de acariciarla y darle besos por todo el cuerpo mientras trataba de mirar el reloj para ver cuanto quedaba, ella no entendía nada. Ya llegó la hora de la penetración, me puse el condón, después de haber mordido el envoltorio que era incapaz de abrir. Ahora debía pensar en otra cosa para no correrme fácilmente. Trate de imaginarme un autobús del jubilados o un oso polar con calcetines de rombos, pero claro luego pensé que eso me iba a provocar un gatillazo, pensé que la sexóloga dijo que la comunicación en el sexo era muy importante, pero de que hablas si piensas en un autobús de jubilados mientras tratas de concéntrate para no irte y en ese momento el CD de música empieza sonar rayado, y el condón se rompe.
Al final fue todo peor de lo esperado, Miriam quedo embarazada. Yo comencé a trabajar en un supermercado y cuando nació Guille y no me dejó dormir el primer mes supe que había cosas peores que hacer caso a una sexóloga.