Erase una vez un burrito que vivía prisionero y esclavizado en un corral expuesto a la intemperie a las afueras de Lima. Vivía solo, penosamente, y a veces acompañado por la presencia de un pajarito verde, el cual estimaba demasiado.
Era Oregón y tenía la mirada partida por los años, pero la felicidad de su corazón aun estaba intacta. A pesar, también, de no poder darse la molestia de exigir alimento, bebida, ni mucho menos intentar pedir un poco de abrigo. Era el burrito que desprendía de su mirada un holocausto con una luz de melancolía.
Todos los objetos le quedaban lejos de su alcance, así él se diera la molestia de estirar su diminuto cuello por los palos que cercaban su grotesca cerca. Y el burrito que no podía hacer nada ante las adversidades, empezaba a morirse ante la mirada de su dueño, que lo observaba desde lejos con un odio y una avaricia cada vez más profunda. "ya llegara tu hora burro. Solo espero un buen ofertante" Le advertía el abuelo mientras lo miraba sin acercarsele. Y el burro que lo miraba con temor y con la piel colgándole debajo de sus ojos no le quedaba nada más que conformarse con su desdicha. El burro no podía escaparse del corral; apenas sobrevivía por lo poco o mucho que le traía el pajarito verde –su reciente amigo que llegó a él por la compasión de verlo moribundo.
El pajarito volaba todos los días por las inmensas nubes negruzcas sin detener su objetivo –de traer comida al burro– así este sea derribado sinfín de veces por las pesadas gotas que se despojaban del cielo. El burro siempre esperaba con la angustia en las orejas y siempre que veía a los lejos un punto verde con un bulto más grande que este la incertidumbre desaparecía.
Un día el pajarito se despidió del burro con un sentimiento de culpa y le dijo que ya volvía como siempre. Y el burro que ya estaba acostumbrado a esas despedidas, dolorosas, nunca sospechó que su único amigo estaba partiendo a un vuelo sin retorno. El burro apenas en la noche comprendió que él ya nunca regresaría así que no le quedó de otra que intentar acelerar su agonía...
Era de madrugada y el burro –en sueños– sentía que la tierra que le servía de abrigo, en todas las noches desde que fue a parar al corral del viejo miserable, ahora estaba empezando a congelarle el cuerpo. Pensaba que tal vez en movimientos inconscientes había ido a dar al lodo del corral pero cuando sintió que en un segundo sus ojos lagrimearon un frio intenso, se despertó de un salto; chocando su cabeza con el palo del corral. El abuelo le había tirado un Balde de agua en todo el cuerpo sin compasión de verlo revolcándose de frio en sueños. "Vamos burro ocioso. ¡Ven de una vez! Ya conseguí un buen precio por ti". Y el burro con una mirada impregnada de escalofríos se acercaba al abuelo sin titubear. Pero cuando estuvo a dos pasos del abuelo sintió la sensación de escapar. ¿Por qué no? La puerta del corral estaba abierta y el abuelo era muy débil para quedarse de pie si este investía. El burro retrocedió, tomo impulso, quiso correr pero ya era muy tarde. El abuelo había alzado un tronco del suelo y se lo había estampado en la cabeza. Y el burro antes de perder la consciencia pudo a penas mirar un líquido rojo que se le escurría por la vista ahora desnivelada. Se levantó adolorido, sin darse cuenta que el corral donde estaba ya no era el mismo de siempre –el del abuelo miserable–, y al ver a un señor extraño, que lo atendía y lo miraba, intentó correr pero su cuerpo aún tenía rezagos del golpe. "No hagas esfuerzo, Muz, tu cuerpo aún sigue muy dañado por el golpe. ¡Ese abuelo de miserable! ¡Tiene la culpa!" Le decía el hombre extraño. ¿Muz? Se preguntó el burro. Ese nombre traía vagos recuerdos a su memoria pero no sabía por qué. "tranquilo no te muevas, Muz, ya nunca mas te dejare solo. Te lo prometo." volvió a insistir el extraño hombre estaba vez a su oído. El burro intentó pensar de nuevo. Muz era la solución a sus problemas pero mientras más lo pensaba más se le alejaba el recuerdo. El burro vio la cara del hombre extraño, lo miró detenidamente, y el recuerdo se le hizo nítidamente evocable. ¡Claro! Pensó el burro. Por fin se acordaba. Era una tarde lluviosa y el hombre extraño que se llamaba: Oñuis, lo había llevado a comer pasto en la ribera. Y ya despues de estar satisfecho sintió el impulso de levantar la mirada para jugar con su dueño, que siempre estaba a pocos pasos de él, pero, cuando lo hizo, se dio cuenta que frente a él no estaba su amo sino un abuelo con un palo y una soga en su mano. Intentó huir pero ya era tarde; el anciano ya estaba sobre él. Se levantó asustado por instinto y cuando quiso acordarse de la cara arrugada que lo miraba no se le venía a la mente ni un recuerdo ni nada confuso. "felizmente pude encontrarte, Muz, mi amigo de toda la vida". volvió a decirle el hombre extraño –Oñuis– al burro. Muz intentó acercársele para abrazarlo y contarle todo lo que había pasado con ese abuelo miserable, pero prefirió besarle el rostro y tratar de resbalarse el pasado por sus grandes orejas.
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