Cuento para primer año.
TAMI Y TIMI
Tami y Timi dos ratoncitos que vivían a la vuelta del abuelo Nícolo, salieron corriendo de su casa que sus padres habían hecho dentro de un zapallo grande y verde. Cuidadosamente miraron alrededor, antes de seguir camino, asegurándose que el gato negro no estaba cerca. Al no verlo, dieron vuelta la esquina, treparon por un poste, saltaron a una rama baja de un árbol, y de ahí al tronco principal donde el abuelo había hecho su hogar dentro de un hueco. Antes de entrar, golpearon la puerta pidiendo permiso y recién cuando escucharon la voz fuerte del abuelo diciendo que podían entrar, lo hicieron. Encontraron al abuelo como siempre sentado en su mecedora preferida, con los lentes sobre la nariz y con un libro sobre sus rodillas. Los dos ratoncitos se sentaron muy cerca de él, para no perderse nada de sus relatos que eran interesantes.
-“¿Abuelo Nícolo, que vas a contarnos hoy?” Preguntó Tami arreglándose el vestido para que no se arrugara, mientras se sentaba derechita en una silla baja.
-“A ver, a ver”, pensó en voz alta el abuelo. “¿Qué te parece si te cuento el día que casi me comió el gato Fidolín?
-“¿De veras que te comió el gato? ”preguntó asustada la ratoncita.
-“¡No seas tonta!” le dijo su hermano,”¿no ves que el abuelo está delante nuestro, así que no pudo ser comido?”
-“Así es,” se oyó la voz del abuelo, “dije casi me comió el gato Fidolín, y eso sucedió así.”
-“Como ustedes saben, yo fui maestro de la escuela principal en el barrio Ratonil. Tenía a mi cargo el primer año, y le enseñaba a los pequeños ratoncitos a leer y escribir, porque eso es muy importante para crecer y ser educado. El que no sabe leer y escribir, no llega muy lejos en la vida. Tendrá siempre dificultades para encontrar los mejores quesos, evitar las trampas que ponen para cazarnos y hasta para casarse, si algún día quiere tener una familia.
-“Bien, como les decía, yo era maestro y un buen maestro si me permiten destacarlo. No solamente les enseñaba lo que tenían que aprender, sino también un buen comportamiento. Ningún alumno mío gritaba en la clase o tiraba las tizas al piso, o lo que es peor aún, hablaba mientras yo escribía en el pizarrón. Siempre estaban sentados con las orejitas tiesas y paradas, para no perderse palabra de lo que yo tenía que explicarles.”
-“Un buen día, pasó por la puerta Fidolín. Parecía que no había comido en los últimos tiempos, porque su pelaje estaba sin brillo y en su cuerpo flaco se notaban las costillas. Yo susurré a mis alumnos, que no se movieran para no llamar la atención del gato, pero no sirvió de mucho, porque uno de ellos tuvo que estornudar y lo hizo tan fuerte, que Fidolín asomó su cabeza por la ventana cerrada. Todos los ratoncitos corrieron asustados a esconderse donde podían. Unos debajo de la mesa, otros detrás del pizarrón, otros treparon sobre el armario y al final quedé yo solo frente al gato que ya se lamía los bigotes preparándose para comerme. Cerré los ojos para no ver como iba a entrar en esa boca enorme con los dientes afilados, cuando un ruido acompañado de un fuerte grito de dolor me hizo saltar del susto y abrir los ojos. Ahí estaba Fidolín con la boca llena de vidrios. En su apuro para comerme, no abrió la ventana y en vez de morderme a mí, mordió los vidrios que lastimaban su boca. Pobre gato, trató de sacárselos con la pata, pero sus uñas largas se lo impedían. Me acerqué a Fidolín y le pregunté con una voz que me temblaba del miedo; ¿si te saco los vidrios que te lastiman, me prometes no comerme a mí ni a mis alumnos? Fidolín asintió con la cabeza, me acerqué a él y despacito, suavemente comencé a quitarle todos los vidrios de la lengua, de entre sus colmillos y hasta los pedacitos que dentro de su nariz se habían metido. Cuando al rato terminé con esa tarea, Fidolín me lo agradeció poniendo sus manos entre las mías. Y cumplió su promesa. No solamente que nunca nos hizo daño, sino que todos los días que yo daba clase, él se sentaba en el umbral de la puerta cuidando que ningún otro gato del vecindario nos molestara.”
“Y así,” terminó el abuelo su historia, “no solamente que me salvé de ser comido, sino que hice un amigo para toda la vida. Por eso, ayudad siempre, aunque sea a vuestro enemigo, porque nunca se sabe cuando se necesita una mano amiga.”
Viola
Abril 2006
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