EL TUNEL-LA BOFETADA
Parafraseando a Ágata Christie.
El tren aquel tenía marcada su salida desde Estambul hasta Moscú. El Expreso del Medio Oriente.
Los apartados de Primera Clase, en sitio privilegiado acogían, cada uno, a cuatro pasajeros cómodamente instalados.
En apartado número 223, a la derecha, el último en entrar fue un militar de porte distinguido, aunque altanero.
Boleto en mano, abrió la puerta corrediza y se presentó a los demás pasajeros, mientras iba acomodando el equipaje en la parte superior de los mullidos asientos.
-Soy el Capitán Forbes, Luis Fobres, del Tercer Batallón de Caballería. Ya que el viaje es largo, prefiero que me llamen Capitán.
-Buenas tardes susurraron, a coro, el resto de pasajeros.
El tren empezó lentamente su camino, haciendo sonar el pito con insistencia.
Junto a la ventanilla, una señora de edad, miraba distraídamente el correr de casas en lo que el tren abandonaba a la ciudad.
-Soy Ana Ceclina River-dijo de pronto una muchacha que, hasta ese momento, escribía insistentemente en una computadora portátil, como para corresponder al saludo del militar.- Soy escritora de profesión y doy clases de matemáticas en mis tiempos libres. Mi pasión es escribir. ¿Puedo... saber el nombre de las demás personas...?
-Mi nombre es Josefina Alvelo. Bibliotecaria retirada. Voy a San Petesburgo a vivir con mi hija, que va a tener un niño. Dijo la vieja quitándose los lentes, para luego envolverse en sus dos grandes agujas de crochet, fabricando una bella botita de color celeste...
El cuarto pasajero, un elegante médico de mediana edad, se presentó como el doctor Rodvino Larrazabal, de Centroamérica y quien viajaba con motivos de estudios. Estudiaba venenos de serpiente e iba a dar un curso de ofidios en Varsovia.
Durante la primera media hora el militar no terminaba de hablar de sus aventuras en la guerra, de sus aventuras amorosas y de sus conquistas, haciendo alarde de sapiencia y fuerza. Ya tenía a los tres restantes pasajeros bastante cansado y aburridos de sus discursos que irradiaban pedantería y arrogancia.
De pronto el Túnel. Un túnel largo y oscuro. Las horas nocturnas lo hacían más oscuro aún.
Se oye, en el silencio de la oscuridad un beso, seguido, al momento, de una sonora bofetada y luego de nuevo, el silencio, solamente mancillado por ruido del tren al mecerse de un lado a otro.
Al salir del túnel, todos los pasajeros mantiene su compostura. La vieja retorna a su zapatillo de lana, la escritora a su computadora, el doctor a sus libros y el militar se toca la cara, rojiza de un lado por, evidentemente, resentirse de un golpe.
Cada uno, en silencio, analiza lo sucedido.
La señora mayor piensa: Esta muchacha escritora es muy seria. El militar le dio un beso en la oscuridad y ella le respondió con una bofetada bien dada.
La muchacha escritora se analiza. Este arrogante militar me quiso dar un beso a mí. Se equivocó, se lo dio a la anciana y esta, muy acertadamente, le metió el golpe en la cara.
El militar, tragando rabia, piensa: Este doctor le dio un beso a la muchacha. Esta creyó que era yo y me dio el bofetón a mí.
El doctor, con mente suspicaz, se dice a sí mismo: Estoy esperando que venga otro túnel para besarme la mano y darle luego otra trompada a este pedante militar hijo de puta.
El pito sonó a la distancia, y el tren siguió su camino...hacia el siguiente túnel.
|