“Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión...
Me Confieso:
Auto condenada al punzante espacio entre el cielo y el purgatorio.
No con la vida a cuestas, sino a cuestas de la vida construyendo y siguiendo mis propios mandamientos.
Ajena ante el lamento denigrante del mendigo. Adorándome. Codiciando. Injuriando.
Matando los prejuicios que te purifican.
Santificando sexos.
Me confieso, disfrutando mi desnudez fuera de tu edén, mujer adúltera, provocadora del padre, del hijo, del espíritu y del santo.
Me confieso en desacato
porque mi camino sobrepasa tus diez escalones.
Porque te robo el nombre en momentos carnalmente divinos que ocupan tu reino.
Porque soy tú (cuando quiero) imponiendo reglas y manteniendo inmóvil la mano que no doy.
Me confieso, en esta hora, viva, enfrentada, muerta, desvanecida, ahogada, revivida, desangrada, y aún así, desafiando la luz que oculta tu magnánima intangibilidad.
Hincada, cabizbaja, con las palmas religiosamente unidas ofreciéndote una oración, nunca. Porque no me quitaré del puñal las manos y la lengua para pedir la clemencia que te hace grande y te proclama existente.
...por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.“
Yo Confieso.
"Que alguien me quite del puñal la lengua..." Itzull.
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