Sentado en un banquito que quedaba afuera de su casa Fernando veía pasar las grandes nubes impulsadas por el viento, atardecía y el resplandor rojo de los últimos rayos de sol se sentía acrecentado por el eterno espectáculo de las nubes moviéndose. Se levantó, hacía frío, desde hace un tiempo había tomado la costumbre de esperar que se escondieran los últimos rayos de sol y recibir placenteramente las primeras bofetadas de la noche, su madre le decía que eso podía hacerle mal, que el no era un arbolito para estar pescándose esos cambios de temperatura, él no le hacía caso, le gustaban demasiado los colores de las nubes. Pasaron los días y Fernando seguía disfrutando ese instante preciso en que se mezclaba el calor de la tarde con el frío del anochecer, su madre se preocupaba porque esos instantes cada vez se extendían mas para Fernando, al principio salía minutos antes de la puesta de sol, pero ahora pasaba horas esperando que se escondiera tras las montañas mientras las hojas secas revoloteaban a su alrededor al igual que bolsas de supermercado, y uno que otro perdido escarabajo chocaba contra el en un intento loco por atravesarlo. Fue en una de esas tardes en que Fernando de un instante a otro se sintió extrañado, su madre todas las tardes salía con el mismo discurso a intimidarlo para que entrara al interior de la casa, pero ese día no lo había hecho, aunque lamentaba perderse la puesta de sol completa, Fernando se levanto del banquito y entró un poco angustiado a su casa (probablemente el sol lo esperaría pensó) y se fue directo a la pieza de su mamá, ella no estaba allí, bajó a la cocina, tampoco estaba allí, bastante extrañado rebuscó un poco mas por las otras habitaciones y volvió a salir a la calle, grande fue su sorpresa al ver bajo un atardecer rojo de otoño a su mamá arrodillada llorando sobre un arbolito al lado del banquito que quedaba fuera de su casa, quieto entre hojas revoloteantes.