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Publicado aquí el 08-06-2006. Editado hoy 11-06-2007.

BAJANDO LAS ESCALERAS

Aún veo sus manos toscas arremeter sobre el brazo del sofá, de espaldas a mi cuarto. Por alguna razón que no recordaba, las manos de papá oscurecían claras mi memoria. Todas las noches, con el sonido fuerte de la tv, algo encendido iba y venía de su boca pintando el aire de blanco por breves segundos. Todas las noches, una botella oscura al lado del sofá, le coqueteaba insistente, desde el piso.

No ser descubierto era mi afán cuando niño. Le observaba escondido tras la puerta entreabierta de mi pequeño cuarto gris. Aparecían entonces, aquellas gentes tocándose en la tv y sin entender aún sus entrelazadas figuras sobre una cama, nunca podía hallar coincidencia con papá y su media sonrisa al verlos. Aquella puerta entreabierta era mi amiga, yo hablaba mucho con ella, ella me protegía y nunca quisé, nunca quise dejarla. Con ella, hacía esfuerzos por mirar, por escuchar, pero no era fácil.

De pronto, la reja de la calle sonaba enojada y me hacía correr hacia la cama. Cubrirme lo más posible y esperar el sonido de siempre era como reaccionar de memoria cada noche. Los zapatos apurados de mamá. Yo hasta adivinaba el momento exacto en que algo se le caería antes de entrar, además de sus llaves. Pero sólo el sonido de sus llaves me ponía más tenso. Como cómplices, las llaves extinguían la esperanza de mamá, en medio de un silencio buscado con angustia.

Recuerdo que todo esto ocurría muy pero muy tarde. Papá hablaba fuerte y raro con ella, tanto que los escuchaba más o menos claro debajo de las sábanas. Cuando podía pararme, regresaba con mi amiga, la puerta de mi cuarto, y mientras caminaba sin hacer ruido para ver por el orificio de la llave, mamá lloraba. Era como si toda su pena me la traspasara, yo sentía cómo se le caían los platos, los adornos y la botella de papá que aparecía sobre el piso o sobre la mesa. Pero la botella de papá se rompía todas las noches cuando la tv no dejaba de gritar. Papá le decía a mamá, palabras que nunca había escuchado a ninguno
de mis amigos del colegio.

Al día siguiente el desayuno amanecía sin sonidos en el aire. Yo siempre sentía que estaba prohibido conversarle a mamá, o incluso mirarle, pero no sabía por qué, ni qué había hecho ella. Sólo la veía como preocupada y siempre, siempre se daba
cuenta que sus zapatos amanecían sobre la alfombra de la sala, o a veces uno sobre el sofá de papá. Los tomaba rápidamente para que papá no los viera desordenados. Quizá mamá hacia enojar a papá por sus zapatos. Un día se los traje para que ella no se pare de la mesa a recogerlos y papá me vió y se puso como loco esta vez. De nuevo se dibujaban en sus labios, aquellas palabras que no entendía. Conocí el enojo y el odio y no supe qué hacer. Era de día, estaba lejos de mi puerta, sentí mucho miedo, me sentí solo, mamá lloraba, me apretaba tan fuerte, me hacía daño. Ese día mamá se tomó el lugar de mi amiga la puerta. Ese día me abrazó después de muchos meses.

Pero el día que mamá se fué, fue por que yo me porté mal. La noche anterior, Papá me descubrió mirándole. Vino enojado hasta mi cuarto y golpeó la puerta encerrándome de una patada muy fuerte. Mamá no llegaba aún. Después de unos minutos, papá puso la llave de mi cuarto en la cerradura y no podía verle. Sentí miedo. Pero tenía que esperar a mamá. Aún podía escucharle.

Pasaron los minutos y no llegaba, yo quería dormirme, tenía mucho sueño, mucho sueño, pero no podía, aún mamá no llegaba y mis ojos se cerraban, y mamá no llegaba y no podía dormirme por que mamá no llegaba. No sé por cuánto tiempo esperé pero cuando estaba a punto de caer en mi propio sueño, la puerta golpeó la casa, las llaves calleron. ¡No escuché la reja! ¡No había escuchado llegar a mamá! ¡No escuché el sonido de sus zapatos apurados! Me pegué a mi puerta y no hubo gritos para mamá, ni palabras que no pudiera entender esa noche. En medio de un sueño irremediable, no se si miré por el huequito de mi puerta o la abrí, pero ví la botella de papá sobre la mesa ¡y me asusté por que estaba completa! Me desperté y sin saber si había llegado o no mamá. Sentí mi cuarto más gris, hacía frío, de pronto, no podía moverme, mi puerta no me ayudaba, mi
puerta me abandonó. Esa noche aparecieron vacíos nuevos y con los pocos sonidos de siempre perdidos, mientras trataba de no confundirme y saber si estaba despierto o dormido, pasó algo impresionante: la TV se apagó y al mismo tiempo pude empezar a moverme y fue entonces que me pegué a la pared para escuchar, pero no escuché nada. Solo sentí que al otro lado, mamá tosía
muy fuerte y algo se caía haciendo un ruido nuevo, seco y pesado. Grité ¡papá!¡papá!, pero papá no dijo nada, y yo, tampoco dije nada, nunca más dije nada.

Esperé toda la noche para poder salir abriendo los ojos cuántas veces pude. Después de miles de horas, por fin se hizo de día, papá abrió la puerta, salí y me senté en la silla de siempre, a desayunar. Papá no hablaba, sólo me miraba como pregúntandome cómo podría decirme algo. Y en eso, mirando directo a mi puerta me dijo:

- "Tu madre habló conmigo anoche y decidió irse, tu madre nos ha dejado."
- Nooo .. no, mi mamita noo.. lloré inconsolable hasta que una cachetada me arrebató el sentimiento y el silencio selló mis dudas y el sueño sobrevino todas las noches, y la botella siguió apareciendo y la tv y mi puerta me acompañaba y el tiempo hizo lo suyo.

Han pasado veinticinco años de todo aquello y lo cierto es que hasta hoy -parado sobre la misma sala sin saber qué sentir exactamente- me sigue doliendo pensar si quiera dónde estará mamá y por qué se fue sin despedirse. He aprendido a vivir con
esta maldita culpa que me pudre y he tratado de no hacer lo mismo con mis hijos, hasta en los más mínimos detalles, aprendiendo a compatir todo con ellos y ser un padre dialogante.

A veces, cuando llego a casa después del trabajo y veo a mi esposa, más de una vez le he pedido que no nos deje sin explicación, que no nos deje simplemente. Pero ella no entiende y lo peor de todo, es que yo no sé cómo explicárselo porque
no tengo el silencio suficiente para traducir mis momentos de niño para entender y hablar, ni las noches a la mano, para describirlas con exactitud. Lo único que me queda de consuelo al terminar el día, es dormir abrazándola, con la mirada clavada en la puerta de nuestro cuarto, pero no es la misma puerta y me siento desprotegido.

Bueno, pero aquí estoy parado sobre la sala, regresando después de tanto para hacer algo por la venta de esta casa. Lo había postergado por muchos años. ¿Al fin dejaría una pesada carga caer al suelo? Mi mujer pensaba que sería saludable para todos, dejar ir el recuerdo, y dejar ir la casa. Mirando las paredes viejas sentí la soledad de los años vividos aquí. Y pensar que hoy llegué temprano y solo nuevamente. Por más intentos que hice, no pude traer a nadie a conocerla. Todos salieron a cumplir sus rutinas, ni mis hijas, ni mi hijo mayor pudieron acompañarme. Mi esposa tenía cita con su madre y el médico, así que era imposible para ella también.

Hacía minutos que había llegado y en permanente atraso con respecto de mi mente, me vi salir del auto algo incómodo por el regreso. Volví sobre mi mismo a verme empujar, con la fuerza que te da una media sonrisa, la reja oxidada de aquellos sonidos que me avisaban sobre mamá. Mirando la casa por primera vez, con ojos de adulto, descubrí la entrada hasta la ventana atrapada en el techo a dos aguas sobre el segundo piso. Me preguntaba ¿por qué papá nunca me dejaría siquiera subir? Pero la casa vieja me regresaba de momento a este nuevo instante. El césped no había sido regado y todo el trabajo por delante, para
mejorarla y luego verderla, era realmente hacerse de un tremendo lío. Me puse a sacar la cuenta por los trabajadores, las lijas, la madera nueva y la pintura, a intentar sumar todo lo que me costaría recomponer la entrada de piedras, las pequeñas
escaleras de la puerta principal, y deshacerme de aquel sonido de la reja...¡quien lo pensaría!

Los zapatos apurados de mamá volvieron a presentarse reemplazando mis cálculos y entonces me dije.. ¿estará bien hacerlo?. Quizá no era buena idea -pensé- quizá sería mejor detenerlo todo, pero estaba aquí parado sobre la sala y empezaba a sertir que perdía el tiempo en muchos pensamientos sin sentido. Tomé la escoba para aliviar de polvo el piso y al hacerlo, los restos del sofá de papá, la mesa vieja y el lugar donde estaba la tv celebraron mi presencia al ritmo que celebraría un anciano decaído. Al mirar bien detrás del sofá encontré empotrado en la pared.. ¡un armario de licores! ¡fueron varias las botellitas! ¡qué pillín había sido el viejo! Y estaba en esas de seguir atando cabos sueltos, cuando sentí que alguien me llamaba, voltié por sobre mi izquierda y vi de nuevo a mi amiga, mi amiga la puerta. ¡Ohhh, pobre, se veía tan cansada! La puerta de mi cuarto, lucía pequeña ahora. Podría decir que me saludó con pena y voz baja. Me acerqué, la acaricié y entonces la dejé descansar. Entré a mi cuarto y estuve sentado casi cuarenta minutos recordándolo todo nuevamente.

Cuando me inundó la curiosidad, la casa que empezaba a redescurbir me esperaba por todas sus habitaciones. Viéndome libre, decidi bajar al sótano. El primer escalón fue duro de pasar. ¿Qué habría allí abajo? Al superar el primer paso, las tablas viejas, húmedas y enrarecidas empezaron a condenar el poco aire que vivía camino hacia lo desconocido. Era tan oscuro que recorrí en medio de la nada la habitación, ayudado por mis manos sobre cada pared, poco a poco y a tientas hasta que toqueteando humedecido por la oscuridad, descubrí la lámpara de kerosene de mi madre. Así pude iluminar mi visita y empecé a entender, más allá de las cuatro paredes, bajando las escaleras. Con el favor de la luz, la rebeldía protectora de mis
piernas petrificadas me detuvo, miré por detrás de lo andado y otra vez dudé: ¿Sería bueno seguir descubriendo?, pero las preguntas sin respuesta eran demasiadas, así que no hice caso a mis dudas y proseguí.

Diez segundos después, ya sobre el piso del sótano, iluminé la estufa que calentaba la sala años atrás, casi por casualidad. Entonces, con un esfuerzo y terquedad tremendos que ni yo me conocía, decidí abrirla. Tenía una puerta de metal oxidado protegiéndola. Tras los primeros intentos, el dolor era tan fuerte, que por vencer el añejamiento de mis músculos, el óxido me pintó las manos de papá sobre las mías ¡Mieeerrdaaa! ¡grité asustado!..estaba alucinando en medio de la media luz. Me calmé y seguí por varios minutos más. Con cada esfuerzo por abrir la estufa, parecía la lámpara de mamá iluminaba más, como si quisiera ayudarme a ver dentro. Fue así que por una rendija, comencé a apreciar lo que parecía una pequeña montaña alargada, de carbón o algo así. La angustia se apresó de mis deseos por mirar, reviviéndome como cuando niño. Con cada esfuerzo, las dudas me invadían al tratar insistentemente de poder ver claramente, a pesar de ser en realidad absurdo perder el tiempo, en abrir esta estufa -pensaba- en lugar de dedicarme a las faenas de vender la casa.

Una hora se cumplió y finalmente me detuvo el cansancio. Con el puño de la camisa me sequé el sudor agobiante sobre la frente, me recosté sin pensarlo, sobre una palanca vieja y mohosa. La puerta de la estufa se abrió de inmediato y gratuitamente obtuve lo que quería. Y entonces... pude ver el anillo de mamá, sobre aquella montaña de polvo gris.

Texto agregado el 12-06-2007, y leído por 320 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
13-06-2007 muy bueno, me gustó ...es realista... nyx
13-06-2007 la verdad es que antes no lo habia leido... pero hoy lo lei y me encanto. Es atrapante y muy bien escrito. Mis mas sinceras felicitaciones. Ursulita
12-06-2007 Me gustó mucho ese cuento,te doy *****saludos. omenia
12-06-2007 En serio que tu relato es muy impactante. Simplemente no podía dejar de leer. La fuerza que le imprimes a las palabras, la forma en que uno se adentra en los personajes. Simplemente es fascinante. 5* kone
 
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