Infinito

Somos infinitos. Quién podría dudar que nuestra piel sólo es una imposición de la creación para definirnos a nuestros sentidos.
Nosotros somos nuestras relaciones, y estamos obligados a relacionarnos desde que somos concebidos, dentro de un vientre. En pura comunión maternal.
Un poco de nosotros queda impregnado en cada cosa que tocamos, que decimos. Un poco de nosotros queda en cada lugar compartido. Entendido como lugar, aquél sitio físico, aquélla palabra, aquélla mirada. Cada interacción.
¿Qué es el recuerdo sino vivir una y otra vez, la relación dada en un lugar compartido?
Recordar aquella mirada, es un poco tener nuevamente al lado a esa persona. Es un poco volver a mirarla, es tenerla ahí. Transportarla. Transgredir las limitaciones sensibles y jugar a la inmortalidad, jugar a la omnipresencia. Es jugar a ser dioses.
Somos más que nuestra piel. No terminamos en nuestro dedo gordo del pie, ni en nuestros pelos por mas parados que estén. No terminamos en nuestras manos, ni en nuestros dedos. Y esto quizás sea nuestro mayor don y nuestro mayor martirio.
Quien haya sufrido una pérdida alguna vez podrá entender ambas posibilidades con la misma claridad.