La idea del suicidio siempre me ha rondado. Es una especie de fascinación por lo insondable, el deseo de asomarme a la eternidad a sabiendas que después no habrá vuelta atrás. Los cuchillos se me ofrecen como acerados pasajes a lo desconocido, los somníferos se me figuran delicias que se irán deshaciendo en el paladar, introduciéndome poco a poco en un sueño narcótico del que ya no regresaré. Un vehículo pasa raudo delante de mí y pienso que por fracción de segundos no me transformé en un amasijo de huesos y carne sanguinolenta. ¡Ah! El gas, una ligera vuelta a la perilla de la cocina puede enviarme en pocos segundos a la región inexplorada, una horca ¡que maravilla! O saltar desde un edificio de veinte pisos y ser un Ïcaro descendente sin alas que derretir, para terminar desarticulado en el pavimento.

La última ocurrencia, la muerte virtual: Hurgueteando por mi página, encuentro la opción “Borrar mi registro” Quieres eliminar definitivamente tu registro de la página de los cuentos?

- Todos tus datos, bibliografía y textos serán eliminados irreversiblemente.
Mi dedo juguetea temerariamente con el mouse sobre la opción Eliminar mi registro e imagino mi lugar transformado en una desolada tumba, mientras mis cuentos se comienzan a deshojar en una especie de otoño alegórico para yo, finalmente, ser una parodia del mandato bíblico: Cuentero eras y en nada te convertiste. Y esa será, lisa y llanamente, la más rotunda de mis verdades…