Estabas leyendo tú muy tranquilo. Pero creo que la lectura en que te ocupabas estaba demasiado onerosa en la descripción, que decidiste dejarla, o mas bien, caer en una simulación de una lectura, a la que era sólo para distraerse un rato. No era lo mismo con ella, a la que ya habías notado desde que llegaste, no por sus piernas que estaban descubiertas y que fueron el motivo de que te establecieras enfrente de ellas, sino aún más por la belleza de su cara, que se acrecentaba mas con ese tono distraído o de solemnidad que le daba a esa lectura. Llegaste a un ensimismamiento. Ese movimiento de leve de su pie izquierdo, que desde hace largo rato ya tenias por desnudo, te llevo a una contemplación total, que sino fuera por ese silencio casi mortal, de una biblioteca semivacía, hubieras sido presa fácil, de una exhibición completa.
A ese lugar acudías cada vez que te sentías solo, ya no tanto por la lectura asidua, a la que bien podrías atender correctamente en tu habitación, sino para cubrir la necesidad de ser alguien, por lo menos un extraño. La preferías, aunque siempre llegabas solo. Ese aspecto de filósofo setentero, te había llevado a la sequía total de citas en tus días libres.
Pero eso ahora, no le dabas nada de importancia, ver a esa mujer abstraída del mundo, sus pies, y de vez en cuando, sus muslos embalsamados, según tu perversa imaginación, de una crema alucínate de alguna fruta madura, te quitaba esa sensación.
No estabas seguro de haberla visto antes, pues mujeres con ese intereses tan esmerado, como el que ella le ponía a la lectura, con una hermosura virginal, casi no existían por esos lugares tan frecuentados por ti.
Ella era una enorme excepción. Y eso era la idea que te hacinaba poder confirmar, eso, o tu enorme interés que le dabas a ese movimiento que producía ella cuando se rascaba con una devoción accidental. Su falda que se estiraba no muy lejos de las rodillas, que en esa posición sentada, subía aún más. Ni siquiera a ese libro de Marquéz te tenía con esa mirada de bobo, que pocos podían ver, pero que te imaginabas ya, y te burlabas al mismo tiempo.
Y no, no tenía ninguna prenda, no eran pantimedias siquiera. Sus poros respirabas, lo notabas, eso poros de sus muslos, te perdían la vista, y hacían menos tu discreción, que muy poco duro, porque además no era solamente de tu interés esas piernas, sino esas ganas de hurgar mas arriba, en su ropa interior.
Su atuendo, no muy formal, sino mas bien informal, eran las culpables que en tu mente, se hayan aparecido muchas propuestas de adivinar como era su ropa interior, como podría ser, ora en su tamaño, ora en su color y ajuste. Pero no acertabas, era una discusión meramente profunda, un debate tirado al monólogo.
Estabas en el clímax, de aquella discusión, cuando se vio terriblemente interrumpida cuando ella, en un descuido abrió las piernas levemente, pues no era con la intención, como te la habias formulado al ver su entrepierna de seducirte, sino de somnolencia, ese sopor qe ya le llegaba con ese ambiente, cada vez mas espeso.
Tu fervorosa, atención te dio el premio, de no perder ningún instante, y pudiste palpar aquella escena, por ti tan ansiada. Su ropa interior no se veía, era un sitio oscuro y lejos a la vista. Se te ocurrió que no vestía nada por dentro, y eso alboroto tus manos y las puso inquietas, tanto que no fueron capaces de sostener mas ese libro gordo que, no hace mucho, te disponías a leer, haciéndolo tirar. Causo alboroto, por ese "plamp" que hizo junto con esa violenta reacción tuya por hacerlo, otra vez, de tu poder. Ese movimiento nada natural, hizo que te agitaras, que te enloquecieras y te desatoraras de esa silla que te apretaba el cuerpo contra la pequeña mesa. Esa dolorosa empresa a todos les resulto obvia, tu sobre exaltación por desviar la mirada de los demás de tu bochornoso suceso.
Casi todos al momento, hicieron caso omiso a aquello, menos, para tu mala fortuna, de ella, que se le escapaba una leve sonrisa de sus labios semi-abiertos, quizás porque tus anteojos se precipitaron al piso con mucha mofa, pero ella te miro.
Cuando te quisiste rehacer, ya no era ese boyerizo, unilateral. Ella, no confirmas aun si fue por tu cara de idiota, o de inocente, pero no le fuiste indiferente, y rápido hallo que tu mirada no se limitaba sólo a lo que la ropa dejaba escapar, sino que encontraba una avidez deliciosa por ser poseedor de más secretos.
Ella, con mucha alevosía, se desparramaba más sobre su asiento, y jugaba con sus piernas, las movía, las sacudía, en movimientos continuos, se cerraban y se abrían. Sus dedos que se hallaban libres de calzado, se contorneaban al cielo y al suelo. Eso te extasiaba la mente, y se incrementaba esa sensación cuando la sabías falsamente fingida de lo que pasaba. Sus rodillas se replegaban, terminaron juntas las dos. Ella jugo a que se rascaba más arriba del muslo, y por ende, se arrugaba la falda hacia el cielo. Con esos gestos que de placer se llenaba tu rostro, tu boca, por antonomasia, quedaba abierta como una puerta de un cuarto vacío.
No podía evitar ese goce que le producía tu cara. O tal vez ya dar por hecho que tu pene estaba ya, con su cuerpo mas que rígido y lleno de sangre, tanto que su cuerpo estaría lleno de ese color rojizo.
No pudiste evitarlo, y en una situación muy calculada te llevaste la mano a tu entrepierna y lo corroboraste. Ella se subió los lentes que usaba. Y volvió a sonreír.,
Se levanto, con mucha inmediatez. No le quitaste la vista de encima a sus pantorrillas, que cuando caminaba se figuraban mas deliciosas todavía. La viste perderse en el pasillo. No hiciste nada por detenerla tenias plena seguridad que regresaba, pues en esa mesa de enfrente se encontraban algunas de sus cosas. Con mucha impaciencia la esperaste. Pensaste que eran siglos, que las horas eran decenas y que… pero por fin llegaba.
Tomo la silla, con esa altivez propias de la reinas, se llevo otra vez la mano a su cabello suelto y esta vez, como un momento demasiado glorioso, por lo magro de tu suerte, si abrió las piernas, majestuosas e insaciables. Notaste lo que sospechabas desde el inicio de ese bello ritual. Prefería la libertad, o mas correctamente, ella en esos momentos te enseñaba la libertad que en ese breve momento te preparo para tu deleite.
Eso te atiborro de alegría. Tu sonrisa fue más que espontánea, y tu reacción fue de taparte la mirada con una mano. Ella se rió aun mas y…
Si, avanzo, no fue un sueño. Se dirigió a tu mesa y te dijo: “se aprende mas cuando ves solamente el libro y lo pones de su lado normal y no al revés” Tomo su cosas, y se fue a la salida.
II
Ya llovía, no te habías percatado, pero las ventanas estaban ya llenas de gotitas de agua. Regresaste al mundo real. A tu monótona soledad. Saliste de ese recinto, cubriéndote con ese bolso viejo. Y caminaste.
Estaban inundadas ya las calles. No tenías salida, tenias que mojarte los pies. No le dabas mucho valor a aquello, tu mente estaba más ocupada en lo que observo ese día. Era de mucha preocupación que ya planeabas tocarte en el baño, después de darte la ducha, acostumbrada después de la cena, que cumplías con religiosa rutina.
No te dabas cuenta. Ese carro que te mojaba, te salpico con toda intención que no le diste importancia, no mas que una leve maldición, que sabias que no le perjudicaba en nada, tan normal, tan inofensiva, como tu vida.
Rompía con la rutina, ese carro, se detuvo y parecía que te esperaba. No lo podías afirmar, era fantasía tuya. Pero que abriera la puerta, era demasiado anormal. Y si era un extraño, como fuese, esa cerrada lluvia te hacia decidirte a aceptar esa invitación.
No había cambiado nada. Ya entrabas otra vez al sueño. Ella con esa risa casi infantil te invitaba a su modesto auto y tu sin durarlo (¿o si?) lo abordaste.
No se dijeron casi nada. Solo le veías esas piernas, y ese escote que se movía al compás del camino. Ella hablaba generalidades y nada. Se intensifico la lluvia y se orillaron. Estabas nervioso. Y sin siquiera nada de tacto, tu pene se volvía a erectar, tú lo preveías, tú sabias que intensiones tenia ella. Ni su rostro indiferente, su mirada clavada en el parabrisas, y su aliento entrecortado, te quitaba la idea de que ella deseaba lo mismo que tu. No te miraba, y sus manos continuaban en el volante. El auto inamovible. Le querías preguntar por què se había desprendido de su ropa interior, por que te abría las piernas con esa manera provocativa, pero no. Paso un rato de silencio, la mirabas, a su cuello, al escote de esa blusa, a toda ella. Ese deseo crecido, con el tiempo como la bola de nieve, hizo que tu mano derecha se apoderara del muslo más cercano y que la besaras, invadiendo su lengua como pez en un océano extraño, que chocaba contra la suya, abriéndose paso, pidiendo un permiso ya concedido de manera implícita.
Sus labios se conocían. Se apoderaban muy livianamente unos de otros, se mordían sin dientes. Cerró los ojos antes que tú. Tu manos abordan lo que desde antes tenías premeditado, esas piernas que se tornaban poco rosas por el frío y que respondían de placer, cuando ella se agitaba mucho, cuando se juntaba mas a ti, pero que con esa posición incomoda no hacia mucho. Con más intenciones, prosiguió ese ritual, al abrir mas las piernas, al querer hablarte al oído y seducirte. Era probable que pudiera haber notado ese bulto que se marcaba en tu pantalón, que se prolongaba por esa acción de excitación que ejecutabas con mucha mesura por atrás de sus muslos. No se distraía de ese beso elaborado de manera artesanal, por tratar de abrir el sierre de tu pantalón. Un sierre que era el primer obstáculo enorme, algo que parecía mero tramite, pues el cuerpo de tu sexo se mostraba de manera descarada, desde antes, así encima de tu pantalón.
Sus manos pequeñas, con mas instinto que experiencia, sabían como tratar esos asuntos, expresaban una maestría que te sobre emocionaba demasiada. Su pulgar tímidamente entro primero, ese espacio que dejaba tu boxers para orinar, ahora era la primera entrada que libraba. Tus vellos le mostraban el rumbo, lo sabia. Luego su dedo índice, con más atino, paso su cuerpo carnoso sobre él. Y lo estimo en tamaño, pero no en sensibilidad. Conocía que el objetivo de mucha emoción era la su punta superior, que era a la vez, de su dimensión, lo mas esponjado y a la vez, mas provocador.
Te llevaba amplia ventaja, pues tú aun no asegurabas el paso de tu mano rasposa, por sus piernas, que ya sentías que transpiraba, pero que no acertabas si era por mero nerviosismo. Hallaste menos vellos, en relación a tu población pubica, ese objetivo lo obtuviste rápido, no porque tenia ropa interior, (que en otros momentos estaba fuera, pero que ahora si la mantenía bien) sino porque su estructura era muy breve, como lo suponías. No era lo mejor que tenías en tu posesión, ni siquiera lo único, por el contrario, esos besos que se habían prolongado, ahora caían como agua en la cascada hacia su cuello de mimbre, que hacia que se mojara mas sus paredes internas de su sexo, era una doble caída de agua: tus besos y el de su vagina hambrienta. Te percatabas que se encontraba harto sedienta, pues anunciaba tu llegaba con un liquido brumoso, que le escurría y se atoraba en ese nido pequeño de vellos. Lo succionaba casi completamente a ese dedo índice que ya la tragaba en su cuerpo completo. Por ser ciega, no caiga en la cuenta aún, de que no era ese jugoso pene que todas la noches anhelaba ser agredida, y que era el motivo de sus ensayos, al estirarse y prolongarse a lo ancho para no estorbar su entrada, no lo era, pero se parecía mucho al movimiento que se imaginaba que podría poseer. En cambio, tú denunciante paso por su entrepierna, no le era nada indiferente a ella, esa agua salada, seguía luyendo como forjadora del camino, que engañaba que se iba mas al sur, al monte Venus, ese limbo que separaba el campo licito de las nalgas, ese enorme campo, por ti siempre explorados, que a veces s atoraba entre las nalgas, y hallaba un vaho tibio, parecía que al ano mismo tenia vida y te llamaba. Pero ahora estabas más preocupado en saber confortar su clítoris con tu dedo índice, que no fuera tosquedad pura, sino una agresividad enormemente tierna. No lo tenias por sabido, sino es que un soplo de aire frió que se coló por un espacio pequeño en la ventanilla, pero tu pene estaba frondoso en el espacio, ondeando como bandera majestuosa, como si fuera un batiscafo, tratando de encontrar la profundidad de su indagación.
Sus piernas estaban sin ningún tipo de desinhibición ya. De un brinco, separo tu mano, y todo su cuerpo se viro hacia el asiento trasero. Al irse, al hacer ese movimiento harto exagerado, su ropa interior estaba puesta, o mal puesta, pero de un color pastel que ya habías presentido, pero no confirmado y breve, como siempre, breve. La forma de sus nalgas, se asimilaban al corazón, con una simetría, que se desproporcionaba a los lados, sin perder el juego, la armonía. Eran hermosas esas nalgas, por eso no pudiste evitar atascar tu tacto sobre la masa de ellas. Ella no volteo, basto con asomar una expresión de estupor combinada con placer, indescriptible, de saberse allanada. Tú, al cambiar de lugar, al trasladarte detrás de ella, como un perro de caza siguiendo a su presa, tenias el peso de tu pene colgando de fuera, no era una carga ridícula, era, por el contrario, como de una carga caliente, como si llevaras consigo algo clavado, algo que sólo los hombres saben cuando se les para.
Abrió las piernas, con tal vehemencia. Como si fuera lo único que requería para vivir, brevemente, que su tanga pastel, se encontraba colgando de su pie izquierdo, la falda, ni siquiera fue necesario que cediera. Era delicada esa recepción. No tanto así, tus movimientos torpes por deshacerte del pantalón, que por no perder el ritmo rápido de la acción de ella, te obligaba a tener dificultades con la hebilla de tu pantalón. Era fantástica. Ese anillo de fuego que sentías que abrazaba a tu sexo con fuerza. Pero no había sido la recepción inmediata, no tenia el proceso de entrar como un cuchillo a la mantequilla, como un gusano ciego, como un animal indómito, no tenia la sapiencia para introducirse con sabiduría y paciencia. Eso fue cuestión de tiempo y de sus manos que fueron colaboradoras de que esa entrada triunfal fuera un éxito. Con las piernas al cielo, apoyadas en tus hombros, amortiguabas el golpe, de ese ritmo cíclico que ambos se inventaban, que ambos sacudías. La penetración no era profunda, pero esa violencia que le imprimías, le daba mas placer. Acaso mas, esa mirada que le clavabas, que no le quitabas de sus ojos semi abiertos. Era lo corpóreo de un milagro: esos pezones erectos, como imán a tus manos, que redondeabas, cuando te dabas tiempo de perder el ritmo.
Algo se te vino a la cabeza, que esos movimientos podrían ser las que sacudirían tu semilla que sentías subir desde tus testículos, hasta el final del cuerpo de tu verga hinchada, pero te saliste bruscamente de ese abismo tibio. Tu pene salía escurriendo su propio cáliz.
No te importo. Te hincaste, la acomodaste. Era salado, era de sabor extraño, alucinante, quizás por que el medio de transmisión era su carne, altamente sensible, que cuando pasabas tu lengua repleta de saliva, temblaba parece que quería prolongarse para que el contacto fuera continuo, sin ninguna pausa.
Ese ritmo llevaba su respiración, que no era solo la entrada de aire, sino que este vibraba, y se convertía en voz, irreconocible, irrepetible. Eran su voz llena de gemidos leves, cada vez que tu lengua, con todo su relieve, se estrellaba contra tus labios, contra su vulva. Sólo la punta se introducía, por ser la más angosta, pero no por eso la menos activa.
Silencio. Ella callo, te apretó con mas ahínco tu cara, y que no conforme con este accionar, empujo tu lengua contra su sexo, como si no quisiera que se fueran a desunir jamás.
Volvió a hablar. Después de haber llegado a la gloria, volvió a sacar palabras.
Luego, el libro se había acabado. Ya iban a cerrar la biblioteca y de nuevo te tenian que decir que te reitaras, que mañana abririan de nuevo...
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