Algo me despertó, no acierto si fue las ansias de bañarme o de pensar en esa intriga que me cree en la semana pasada. Mire al teléfono y su silencio me dio pavor, como si guardara los secretos y me ocultara un supuesto interés que pudiera tener ella. Mire la vela, que antes no aparecía en mi habitación, que sólo esta ahí para evocar las fotos que hace tiempo me habían quitado el sueño y ahora se volvían en la culpa de aquel insomnio.
Un insomnio que se acompañaba con mucho calor, eterno, mas con el escondite del reloj en medio de la oscuridad. Me quedo, solamente inventar el recurso del tanteo. ( Imagine la media noche)
Las vueltas no ayudan, por el contrario era un aliciente para saberme mas agotado, mas vencido. Me dispuse a que el viento hiciera frescura en mí. Al ponerme de pie, confirme lo que me avisaba mi entrepierna, desde hace mucho tiempo: un calor energizante, que se erguía con mucha fortaleza. Tan empecinado en salir, que ni siquiera mi ropa interior hacia lo justo para ser mas discreta esa ávida inflamación. Al prender la luz, mi mirada se dirigió a donde se hallaba tal protuberancia. Camine algunos pasos, aun pesar del piso frío, y me dispuse a mirar en la ventana, caminar y despejar. El reflejo de mi, (vulnerable a cualquier mirada inquisidora y ansiosa por descubrirme) me dio, como causa de antonomasia inmediata, pensar otra vez en ella. La sonrisa de mi rostro, era una prueba irrefutable que me gustaba más de la cuenta, más de lo que se puede suponer, en una situación similar. Esa lujuria del que me extasiaba el pensamiento, era un placer un poco mas que supremo. Por eso la aludí, por eso fingí.
Ella me miraba, esa ventana era la puerta a mi mundo. Conocía que ella me espiaba, Esa mirada que penetraba no sólo en mi cuerpo que se prestaba, sino en los deseos en los que ella me daba vida, activa y sexual. Por eso actué, por eso no quise dejar de complacerla. Al ver mi cuerpo desnudo (ahora la ropa interior ajustada mía, no podía esconder la intensidad de mi pene erecto y grueso) le llenaban las pupilas y se estremecía mas al imaginar que no era mas que la vocación mía por tenerla sujeta a mi muslos. Mis manos comenzaron a darle forma a mis esferas de fuego, así encima de la tela, como si las enseñase a un ciego, a alguien que no ha conocido nunca jamás cosa semejante. Las líneas de mis palmas se hacían una con la curvatura de su volumen, que no solo despertaba aun la oscura selva de mis vellos, sino algo más. Ella lo seguía con la vista y su cuerpo se alertaba a mirar más, ahora no sólo con los ojos, sino con toda su piel. Y se preparaba, se llenaba de deseo líquido en la entrepierna, olvidando completamente lo imposible que representaba ahora dicha situación. Ni siquiera fue necesario que mis manos mostrasen, a la intrusa, el cuerpo de mi sexo, no sólo porque ya lo conocía y era el motivo de las salivaciones en noches frías, sino también porque él toma independencia propia, ya se asomaba, inclusive, la punta como flecha engreída. Esa elasticidad, supo contagiar con prestancia la punta de sus montañas mamarias, que no descuidaban las acciones táctiles de mi. Eso me dio mucho en que pensar, en que hacer. De ahí que yo apretara, así por encima de mi bóxer, mi sexo, simulando en mi rostro placer, y fabricando entre mímicas mis deseos de que ella me tocase con esa intensidad liberada y lujuriosa. Mi mano derecha se hizo la suya y me deje llevar…
Cerré los ojos con muchas ganas de que ella hiciera presencia en ese acto. No se si fue posible. Pero si puedo asegurar que ella ahora no sólo miraba, sino que tocaba, me respiraba en la nuca, con un ritmo que ya conocía y que por eso hacia familiar. Su mano sustituyo a la mía en la empresa que le ocupaba y ésta cedió el paso sin repelar, pues prefería hacer lo propio con esos muslos que se sentía apresurar, muy a pesar de no tenerlas en la vista. Ella no solo se empeñaba solo en buscar, como una ingenua, la textura de mi rojizo, sino que a veces sentía pasar la sagacidad de su lengua rosa y fría por mi cuello que se movía al compás que le dictaba el placer.
No fue mucho el tiempo en que mi posición permaneció en estática permanente. Lejos de ello, no deje de mordisquear con mucha paciencia, el cuerpo perfecto, de moderación y de justeza, de sus pechos, sin siquiera mirarla, pues ella estaba mas concentrada en pasar sus dedos en la punta de mi glande. Quizá hubiese sido inoportuno, decirle que me diese un beso, porque ahora como antes, pensaba en penetrarla y hacer suyo el movimiento que buscaba conciliar con la palma de su mano…
Mi mano se escurría en cambio al fondo de sus nalga, que estaban mas que abiertas para que marcasen su paso en su delgada línea, esa que oculta tan fielmente ese pequeño abismo. Con el conocimiento pleno de que no había excusa de su ropa, la ruta aquella me llevo a donde se hallaba un ambiente húmedo, que ya había contagiado a sus muslos, que me apretaban que me daban vida a aquella mano.
Parece que era el jazz, pero no repare cuando estábamos en la orilla de la cama, todavía sentados. Yo en lo propio, no sabia que la miraba aun así que me esmeraba en ofrecer ricas caricias en sus muslos y mas arriba, y que ella, sin siquiera mirar a donde estábamos, me llenaba de besos, con su lengua nadando en paz en mi boca, cual peces en alta mar. Su cuello no me dejaba espacio que no probase, ni siquiera porque ella quería hacer copia exacta. Quería derrumbarla en el lecho, pero ella tuvo una resistencia, esa de buen mando. En cambio ella abrió las piernas, no sin dejar de mirarme y frente mío. Con mucha altanería, como si me mostrase orgullosa, la hermosura de sus bellos finos, que de manera alocada lamía mi lengua. Difícil tarea, pues ella se movía como si huyese y buscando, conectar su rico calor a la dureza del mió. Parecía que lo hacia instintiva, sino es porque su mano tomaba lo largo de mi pene y le mostraba tiernamente el camino, que ya escurría solo de emoción.
Esos movimiento, que me arrastraban todo, incluido ese par de esos sabrosos, me hacia meditar en la suerte, aquella que me daba el deseo de no dejar de sentir, esa sensación del ir y venir de mis testículos al ritmo de ella, y mis manos atrapando el movimiento brusco de sus pezones.
Esa idea, me lleno de un liquido espeso mi entrepierna, que deseaba escupir con un volcán, al tiempo en que ella gemía con mas ganas y mas vehemencia, era una locura, pues cuando termine, ví mi cara estúpida en el espejo, y mi mano escurriendo, con sopor, pero sin arrepentimiento
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