(Editado el 20/06/07 - Gracias a todos por sus comentarios)

El teclado enrojecido clamaba para que él, se detenga. Obsesionado meneaba aquello que le amenazaba, idea tras idea sobre un e-mail a punto de enviar. Despojado de todo, cayó en la cuenta, que por ésto, sería castigado. Pero la indiferencia, se habría sembrado ya, averiguarlo le daba miedo y prefirió seguir. El odio lo llevó por esa ruta, para ver en dónde terminaba todo. En medio: el confuso proceso construido desde la soledad y el dolor, a carcajadas riendo, sobre la banqueta.

Al parecer, muchas cosas jodían su memoria. Aquellos incidentes solitarios, que no pudo compartir con nadie, menos con ella, le apretaron el camino. Quizá, como puedes ver en las fotos, un sin fin de súper felicidades, quedaron bajo el candado de su insatisfecho conocimiento, ya que no pudo siquiera, colocarlas en el e-mail que le estaba escribiendo. Ambos eran un concepto superfluo, casi un anhelo solamente. Nadie entendía en él, el por qué de aquella angustia por tenerla cerca, en medio del zarpaso de su alejamiento.

Nosotros tuvimos por la mañana, aquella sensación de estar haciendo sumamente mal las cosas. Supusimos mal. Lo que logró dar fin al tecleteo fue otro móvil. El punto es que antes que enviar el e-mail, hablar con ella fue finalmente la elección.

El cambio ocurriría a las diez menos cuarto de la noche. Cuando todos coincidían en que era mejor idea dejarlo cerrado, yo pensaba en ese e-mail no enviado y descubrí un ícono parpadeando casi impercetible en la esquina del monitor. Nadie podía tocarlo, pero si era posible observarlo ¿No?. Y entonces caí en la cuenta del intento repetido, al dar clic sobre él, cuando todos andaban por ahí ocupados.

De ahí, se explican las repetidas ocasiones por regresar a casa. Y claro, el Juzgado se lo impidió finalmente y por eso, las cosas no se dieron antes. Así que ese plan no resultó como él quería. Por ello o era el e-mail o eran las llamadas por teléfono, que finalmente cedieron y encajaron. Eso se nota en los sucesivos cambios de lenguaje, como si al final de su e-mail no enviado, declinó, frente a lo que le pareció magistral: usar el teléfono.

Hasta que el sistema funcionó, las ganas le habrían hecho perder media hora por la lluvia, de ahí se explica el barro sobre la sala. Lo hizo casi sesenta veces, según el archivo de comandos de su PC. Cada vez, un latido rebotando dentro y un recuerdo eliminado.

- ¿Osea finalmente funcionó y pudo conectarse?.
- Por supuesto. Pudo hablar con ella de ese modo. Su voz se hizo predominante, excluyente, real, todo al mismo tiempo. Su voz en el teléfono iba degradándose con cada palabra, como si no fuera necesario entender lo que le decía o peor aún, lo que él no le decía. La conversación la puso en contra de su soledad y fue convincente a un nivel despiadado. En la llamada, le restregó en la cara, los ocho años que llevaba recordando una firma en el registro civil, sin valor y sin sentido. Se puede escuchar que todo se caía a pedazos, dentro de su mundo y en el de ella. Fue duro, era evidente que esos cuarenta y cinco minutos de grabación digital, le permitieron llegar, entrar por la cocina y sorprenderla hablando con el mismo, antes de matarla, el problema para él, es que pensó que estaba sola en casa.

- ¿Osea....Caso cerrado?
- Ahora Sí. El forense explicará todo en la mañana.
- Entonces... ¡Final de la historia! ¡Vámonos de aquí.
- Ok, vamos por un café.
- ¡Enriquez! ¡Llévese a estos dos a la morgue por favor eh?! y cite al novio para mañana por la tarde, en la oficina por favor.