No sé que es lo que debí hacer en mi anterior vida, como para merecer este estigma con el que los Dioses me han castigado el día de mi nacimiento.
Mis padres deseaban un primogénito varón, un muchacho fuerte que trajese comida a casa, que cazase en el desierto y la sabana, un auténtico guerrero que les diera numerosos nietos… Pero no pude darles esa alegría… Ni siquiera parcialmente … pues nací mujer y hombre a la vez… Desde entonces he sido considerado maldito en mi aldea, sin género, sin alma… Sólo un libidinoso demonio de carne.
No se me permitió salir a cazar con los muchachos, ni reunirme con las mujeres a aprender las labores cotidianas. Se me encerró en una asfixiante choza de adobe, sometido continuamente al extremo cansancio que provoca una deficiente alimentación y tratado peor que ganado.
Mi padre pronto encontró una función para mi existencia… Venderme como objeto sexual a cualquier depravado dispuesto a abusar de mí durante una noche entera a cambio de una insignificante piel de animal, o una simple cesta de fruta.
Desde los 11 años, edad en la que empecé a manifestar un carácter más femenino que masculino en mis rasgos (para mi desgracia, mi físico era bastante apetecible para cualquier varón); hasta los 15, he sido sometido a un tormento mayor que el de cualquier infierno casi a diario. Violado por vecinos, viajeros, primos, tíos… hasta por mi propio padre. Ninguno de ellos tuvo reparo en someterme a cualquier vejación que su depravada mente pudiera imaginar…
Mi cuerpo es un lienzo marcado de cicatrices… Al fin y al cabo sólo era eso, un cuerpo, un contenedor sin espíritu, un juguete de carne, un pobre demonio…
Demonio, así era como se me conocían en la tribu. Las pocas veces que se me sacaba fuera de aquella claustrofóbica choza, podía observar a los aldeanos señalándome con sus huesudos dedos, a los niños escondiéndose tras sus madres, a las viejas susurrando esa maldita palabra, demonio..
Demonio... Al fin una noche me di cuenta de lo que ello significaba. Yo era un cuerpo privado de la divinidad de un espíritu, sólo un pedazo de carne. Entonces, ¿Por qué iba a tener que someterme a cualquier regla moral humana? Querían un demonio, y yo se lo daría.
La siguiente vez que mi padre vino a “traerme sus caricias”, le devolví todo mi “afecto” con un brutal golpe en la mandíbula con el cuenco de barro en el que me alimentaba. Cayó al suelo inerte, con una profunda herida que manaba abundante sangre, densa., cálida, apetitosa… el mayor manjar que había probado jamás. No había comparación con la fruta rancia a la que estaba acostumbrado. Aquella noche devoré a mi delicioso padre, y huí a la sabana.
Comulgué con la naturaleza como el animal que era. Corrí por la sabana y el desierto sintiendo al fin la libertad. Las bestias se alejaban de mí, me temían… claro, al fin y al cabo era un demonio.
Volvía puntualmente al poblado, cada vez que el hambre hacía mella en mí. Normalmente me llevaba a tiernos y jugosos niños, para devorarlos en mi refugio; pero en alguna que otra ocasión mi rencor me llevaba a arriesgarme, atacando a aldeanos más viejos para saborear su arranciada e insípida carne, pero con un regusto a venganza realmente delicioso.
Al fin tenían al demonio que habían creado, silencioso e implacable. Cada semana me cobraba una víctima al menos, sin que nadie pudiese advertir mi presencia en la aldea. Pero tras un par de meses, perdieron el miedo, o al menos la rabia fue mayor que este, y se organizaron. Salieron a cazarme. De hecho, lo consiguieron. Me hallaron en mi cueva, descansando en un lecho elaborado con las ropas y huesos de mis presas. Agujerearon mi carne con sus lanzas y me partieron los huesos con sus bastones hasta reducirme pulpa. Ahí acababa mi viaje. El fin de un cuerpo sin alma… un demonio que vuelve al vacío del que un día surgió…
Todo se volvió negro… para la eternidad…
Entonces llegó la verdadera sorpresa, mi viaje no acababa ahí. Mi alma ¡Sí, finalmente poseo un alma! comenzaba el viaje a la otra vida. En mitad de la infinita oscuridad en la que me hallaba perdido, una criatura celestial, una divinidad de luz y oscuridad se materializó ante mí. Acarició mi mejilla con su poderosa mano, y por primera vez recibí todo lo que se me había negado en vida. Su comprensión, su compasión, su admiración, su amor… Con aquella simple caricia comprendí el nuevo sentido que se le daba a mi existencia. Como infecta oruga que había sido, ahora emerjo del sucio capullo como majestuosa mariposa, para reclamar mi posición junto al trono de Hades. Al fin comprendo que no nací demonio, soy prototipo de Dios.
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