Las hermanitas Madrid eran idénticas como reflejo de espejo. La madre las exhibía orgullosa cual trofeos obtenidos tras un penoso embarazo. Las gemelas eran la atracción del pueblo, la gente se volteaba a verlas y admirarlas, - son dos gotas de agua, son dos estrellas del cielo, son dos muñecas de porcelana -, repetían las vecinas al pasar junto a ellas. Sólo don Segundo, el dueño del almacén, las aborrecía. - son hijas del demonio -, decía cada vez que escuchaba sus pasitos gemelos entrar por la puerta de su negocio.

Y es que las niñitas tenían una mirada diabólica, fijaban sus pupilas celestes en los ojos de quien las mirara, arrugaban la frente y ponían la boca dura, como si la furia las poseyera. Pero bastaba con decirles que eran bonitas y sus caritas se relajaban a tal extremo que las sonrisas que esbozaban las hacían actrices de primera.

Muchas veces don Segundo observó como esos dulces rostros se transformaban, bastaba con darles la espalda para que sacaran sus lenguas de víbora e hicieran horribles morisquetas a quienes cariñosamente las habían alabado.

Se decía que eran malvadas y que las pequeñas parecían haber nacido podridas por dentro. A los cinco años los rumores las responsabilizaban de la muerte de tres gatos y dos perros. La madre, “embrujada por las demonias” a decir de don Segundo, no dio crédito a la niñera que dijo que una de las pequeñas tomó al gato de la cabeza y la otra de la cola y lo habían tirado hasta que lo partieron por la mitad. Y despidió al maestro que construía la piscina cuando le informó aterrado, que habían obligado al perro a comer cemento y por eso se había muerto.

Mariano Madrid pensaba que las historias que circulaban en el barrio acerca de sus hijas debían ser acalladas y decidió llevarlas a la iglesia, pero mientras el sacerdote oraba frente al altar, una risita débil se oyó desde un rincón, risa que fue aumentando de volumen hasta transformarse en hilarantes carcajadas que provenían de la boca de la pequeña Loreto mientras su hermanita Lucía lanzaba escupitajos en la pila de agua bendita.

El incidente en la iglesia hizo aumentar los rumores y a las gemelas las culparon de la mayoría de las cosas extrañas que sucedían en el tranquilo pueblo, aunque jamás ocurrió algo realmente grave, ni nunca nadie tuvo pruebas fehacientes.

Con el tiempo las hermanas crecieron y a los doce años jugaban tanto con su similitud que ni su propia madre estaba segura de quien era quien, lo que le provocaba una angustia que a las niñas les encantaba. Una colección de hermosas muñecas provenientes de todo el mundo las mantenían ocupadas durante gran parte del día, lo que evitaba que los vecinos las vieran por la calle. Pero hubo otro incidente del que todo el barrio se enteró.

Don Mariano Madrid en uno de sus viajes les trajo a sus hijas dos muñecas iguales a ellas, al verlas, las pequeñas se sintieron invadidas por los celos y lloriqueando escandalosamente tomaron a sus idénticas en miniatura y corrieron despavoridas hacia la calle justo en el momento en que pasaba un automóvil, bajo cuyas ruedas las niñas lanzaron a las muñecas. El conductor temiendo atropellarlas realizó una brusca maniobra y chocó violentamente contra un árbol quedando con considerables heridas.
Pasado ese incidente a las gemelas las mantuvieron relativamente ocultas hasta que los ánimos se apaciguaran nuevamente lo que coincidió con el ingreso al colegio. Estaban en cursos diferentes, pero se las arreglaban para cambiarse varias veces durante el día creando muchas confusiones que eran aplaudidas enérgicamente por sus compañeros. Loreto y Lucía Madrid eran tan unidas que hasta en sueños se comunicaban, eran las mejores amigas y cómplices de muchas travesuras. Pero eran líderes y les gustaba el poder, y ese precisamente fue el principio de su perdición.

Joaquín Almonacid ingresó a mediados de año al colegio, de porte alto, musculoso, piel morena y cabello oscuro acaparó los suspiros de todas las mujeres, no había adolescente que no estuviera enamorada de sus ojos verdes y las hermanas Madrid no eran la excepción, cada una intentó llamar su atención y el obviamente se fijó en ellas, Lucía fue la afortunada que logró conquistarlo y se transformó en la envidia de todo el colegio y sobretodo de su hermana.

Por culpa de Joaquín Almonacid, las gemelas Madrid ya nunca se vistieron iguales, por culpa de él las hermanas se odiaron para siempre. Porque Loreto Madrid, de pura envidia, se hizo pasar por su hermana y Joaquín no se dio cuenta. Para cuando se descubrió el engaño, la joven ya estaba embarazada y el matrimonio era inminente. Lucía, humillada y herida, se transformó en el demonio mismo. Vivía para maldecir a su hermana, en las noches no la dejaba dormir y le hizo la vida imposible hasta que se casó y dejó la casa.

Vivieron separadas y sin dirigirse palabra alguna hasta que Joaquín Almonacid murió de viejo y las gemelas volvieron a vivir juntas en la casa paterna. Eran una visión patética con los rostros dañados por los surcos de la piel arrugada y sus ojos nublados por la ancianidad. Sólo los hijos de Loreto compartían la casa con ellas y solían encontrarse por las noches con alguna de las ancianas, de rostro cadavérico, que caminaba como flotando en el aire sin poder distinguirla entre su madre o su tía.

Una de esas noches, Loreto Madrid viuda de Almonacid despertó angustiada, caminó por el pasillo afirmando su huesuda mano en la muralla fría y vio a Joaquín, o su fantasma, que entraba a la habitación de su hermana. Los ojos de la anciana se incendiaron de ira, tomó una antigua espada que adornaba el muro y con paso firme se dirigió hasta el dormitorio. Entró intempestivamente y vio a su hermana bailando en penumbras con el fantasma de su marido. Contrajo su cuerpo, iracunda, y de un solo movimiento enterró el sable en medio del cráneo calvo de su gemela, los pocos cabellos blancos se tiñeron de sangre, mientras Lucía Madrid dejaba escapar un gemido aterrador que despertó a sus sobrinos. La asesina adoptó de inmediato la personalidad de su hermana convenciendo a todos que la que había muerto era la respetable Loreto Madrid y para protegerla de la cárcel, sus hijos, ahora sobrinos, inventaron a una extraña historia de un ladrón.

Desde la noche del asesinato y todas las noches a la gemela la visitaba el fantasma ensangrentado de su hermana, acostada en su cama sentía el hedor del cuerpo podrido y observaba como el picaporte de la puerta giraba y entraba el espectro que se le acercaba gritándole maldiciones y escupiéndola.

Tan insoportable se hizo esta situación para Loreto Madrid que terminó lanzándose por la ventana azotándose en el cemento frío. Allí la encontraron los vecinos, con sus ojos celestes mirando fijamente en un rictus de furia. Así nació la leyenda de las gemelas Madrid que cuenta que los fantasmas de las mujeres asolan el barrio por las noches y que de sus ojos salen destellos azules que matan fulminantemente.

Cuando arrendé la casa de las gemelas había escuchado esas historias pero no lograron atemorizarme, no había ni fantasmas, ni huesos, ni sables, ni sangre, sólo encontré un diario de vida abandonado en un rincón de la que ahora es mi habitación, era de Loreto Madrid y a través de él supe de las atormentadas vidas de las hermanas. Sólo una noche escuché pasos agitados y vi unos destellos azules, los seguí y encontré a dos pequeñas jugando en el patio, las luces venían de sus ojos, yo les sonreí y ellas me abrazaron, supongo que ellas eran las famosas gemelas Madrid. Nunca más las volví a ver ni a escuchar, el diario de vida desapareció misteriosamente y en el barrio, aparte de mi, nadie conoce ya la leyenda.