El sacerdote maniatado repetía salmos y versículos bíblicos mientras los salvajes lo arrastraban jungla adentro. De pronto el millar de sonidos exóticos de aquel mundo verde cesó, como si en el claro a la ribera del denso río todas las criaturas tuvieran voto de silencio.
El mismo clérigo detuvo su letanía, incapaz de continuar en aquel lugar, marcado por una sensación de poder sordo y apabullante.
El nativo más cercano lo agarró del pelo y lo arrojó contra el suelo, hundiendo su cara en el barro fresco, y acto seguido retrocedió para reunirse con sus compañeros.
El padre Bernabé alzó la cabeza y abrió los ojos como pudo, apenas podía ver con la cara mugrienta, pero oía los extraños cánticos que los indígenas habían comenzado a entonar tras él.
Reptó por el barro y sumergió la cara en el agua turbia, así al menos podría ver.
Mala idea, su situación distó mucho de mejorar.
Una montaña comenzó a alzarse del caudaloso río, el agua se agitó formando olas bajas que cubrieron por completo su cuerpo tendido en la orilla.
Bernabé respiró agua, y entre toses se incorporó luchando con sus ataduras para no ahogarse allí mismo.
Peor ocurrencia aún.
Allí de pie, atado de pies y manos, pudo ver toda la dimensión de lo que había surgido de las aguas. No era una montaña, dos párpados escamosos se abrían lentamente ante su diminuta figura.
Era un gigantesco ojo verde, surcado por una franja vertical, como un colosal monolito negro. La membrana transparente que constituía el tercer párpado de aquella aberración se retiró con un sonido húmedo, el sacerdote ya no era consciente de cuánto tiempo llevaba berreando de pura angustia. Bernabé contemplaba el ojo reluciente, y el larguísimo morro de la bestia se elevó en el aire con el rugir de las aguas abriéndose, mostrando sus hileras de colmillos de varios metros de longitud…
El Gran Dios Caimán había despertado…
“¿Qué tenemos aquí? ¿Otro misionero? Basta por favor, menuda indigestión, ¿Por qué no me olvida de una vez ese Dios Único? Vaya pretencioso, pavoneándose con su panda de angelotes. La verdad es que no le consideraría mal tipo si no fuese por el ansia egocéntrica que tiene. Quiere todos los fieles para él, ¡Los demás también necesitamos nuetra ración de Fe!
Luego le pasa lo que le pasa, va predicando amor, pero con tanto afán de protagonismo sus pequeños monoteístas terminan aniquilándose entre ellos, como si a él le importase que lo llamen Yahvé o Alá. Distintos nombres para el mismo gato. Además esto le provoca jaquecas y se pone de mal humor, al menos es divertido verlo invocando aspirinas mientras pasea por el plano celestial.
La que me tiene preocupado es Gea, ya nadie se acuerda de la pobre Madre Tierra, aunque parece que últimamente está un poco mejor, le han fundado algunas sectas, “Green peace” o algo así se llaman. Lo cierto es que no la veía sonreír de esa forma desde que los druidas desaparecieron.
O el viejo Ra, otro que no lo lleva muy bien (Helios, Helios, ¡que siempre se me olvida! Ya no le gusta que lo llamen así).
Los gloriosos tiempos de pirámides egipcias y aztecas se perdieron, solo le quedan un puñado de románticos que se dedican a admirar amaneceres y puestas de sol.
Sí, somos muchos, no entiendo esa ambición de ser el único…
Bueno, voy a darme prisa, que siempre termino divagando y he quedado con Odín para tomar unas cervezas, ¡ese tío si que sabe montar una bacanal! (con perdón de Baco). Y eso que subsiste a base de fe de los fans de grupos de heavy metal nórdico…”
Bernabé cerró los ojos, el último sonido que escuchó fue el crujir de sus propios huesos, no le dio tiempo a pensar si dolía...
Una dama etérea, guadaña en mano, le indicaba el camino hacia el túnel luminoso…
“¡Ale, con Dios!, nunca mejor dicho. A ver si un día de estos nos juntamos los colegas y le damos una buena patada en el culo a ese presuntuoso”.
|