Al final del otoño
(texto libre)
Me entrelacé en la enredadera de tus brazos y la brisa de tu aliento me hamacaba suave
debajo de la fuente cristalina de tu boca, sentí que tu aroma me embriagaba y mis ojos ávidos del verde de tu horizonte se perdieron en un sueño convertido en luciérnaga que chispeaba en la noche apaciguada de mi mirada.
El fuego que emanaba de tu piel encendió mis mejillas, y el pájaro de pecho rojo adormecido en mi corazón comenzó a aletear enloquecido queriendo salir de su jaula.
Necesité calmar la sed que secaba mis labios y en dulce jugo transparente me hundí en tu boca enredando mi lengua en la tuya.
Vibré al unísono con tu cuerpo, y en el silencio solo la respiración agitada esa un susurro.
Tus manos me deshojaron, sacando cada prenda hasta dejar el tallo de mi cuerpo desnudo, temblando bajo la brisa que exhalaban tus suspiros y tus besos.
Te emborrachaste con el perfume de mi piel nueva recorriendo todos mis senderos que te llevaron al cántaro de la vida donde abrevaste hasta la saciedad, regalándome el dulce placer infinito del goce sin medidas.
Fui primavera en tus brazos, aroma de flor silvestre que impregnó tu cuerpo de junco
sediento adherido a las orillas de mi río.
Fui pájaro aprendiendo los primeros pasos del vuelo guiada de tu mano, deteniéndome en cada rincón de tu cuerpo, reconociendo y memorizando cada uno de ellos hasta cerrar los ojos y visualizarte aún sin tenerte cerca. Supe a tu lado ser luna y morir en tu noche, ser sol iluminando tu día, ser el rojo de tus ocasos.
Bordaste de besos mi cuello, y fueron tus manos las que tatuaron en mi espalda mi nombre y el tuyo con líneas rosas que resaltaban en la blancura de mi piel.
Fui reina de tu castillo de sueños, hada en tus cuentos fantásticos, sirena en tu lecho de espumas y esclava en tus noches de pasión y fuego.
Y aquí estoy con un otoño que ya quiere dejarme, con los ojos ávidos aún de tu desnudez, y mis manos ansiosas de escribir en tu piel mis poemas, y mi boca anhelante de la sabia derramada del cáliz satinado de tu boca.
Y ahí estas mirándome con ternura, con las manos ajadas por el tiempo pero con los sentidos intactos porque aún las siento temblar sobre mi piel, y tu corazón aún aúlla como lobo en celo. Y aquí estamos los dos, sumergidos en el mismo mar que nos balanceo entre espumas de plata, bajo el mismo sol que doró los trigales de nuestros campos de sueños, bajo la misma noche que nos vistió de destellos de estrellas esperando tomados de la mano los designios de ese Dios que nos dio la posibilidad de ser felices.
Anngiels simplemente mujer.
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