Cuando no miro y diviso con claridad de vidente aquello que se esconde tras señales de tráfico, a pie de pequeñas carreteras, es cuando siento conexiones espirálicas que no sólo yo comprendo sino que veo en sonrisas, que edificios abandonados cuajados de secas enredaderas poseen en alguna vieja raíz, en alguna cóncava ventana donde los animales se posan para mofarse de que el humano no vea lo que el diente, la mazorca y el punzón asienten con sus agudezas. Yo me río, miro al mar, despido a las galletas, que prometen, volverán con sus gorros de marinero y esas falditas tableadas que tan bien soy capaz de divisar y entre agua, gaviota, estrella y embarcación, el pez blanqui- rosado de casco toca una canción que le anotó el hippocampus acorazado en un cuaderno de cartón, que perdió al sumergirse pero del cual poco antes la leyó. Tres certeros tiros acaban con la función que promete mañana una nueva actuación donde los bandidos sean princesas que se travisten con fervor para montar en buey de retorno a la gran mansión.