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Un niño se me acercó hace unas semanas. No en Santiago, que probablemente sus padres me hubiesen acusado de pedófilo o de secuestrador por el sólo hecho de sonreírle. Fue en un pueblito del sur, en el campo, donde la gente todavía no se contamina totalmente con las desviaciones de la gran ciudad.
- Señor, ¿de quién son las estrellas?
Me preguntó, inocentemente.
- Son mías, niño.
Le respondí. Me miró con una sonrisa y se alejó en dirección a su madre que miraba el partido de fútbol nocturno que inauguraba las flamantes luces de la cancha del pueblo.
- Señor, ¿dónde las compró?
No lo había visto venir. Estaba concentrado en el partido.
- En ninguna parte.
- ¿Y entonces cómo es que son suyas?
- Porque yo las hice, niño. Por eso.
Nuevamente, el niño se alejó con una sonrisa. Seguí viendo el partido, que se estaba volviendo cada vez más interesante. Un poco más caldeados los ánimos, y las patadas comenzaron a ser menos disimuladas. Los goles pasaron rápidamente a segundo plano, y se transformó (como es común en este tipo de encuentros) en un concurso de quién patea más antes de que lo expulsen.
- Señor...
- Niño, deja de molestar que quiero ver el partido.
- Mi mamá dice que las estrellas las hizo Dios.
- Pues tu madre es una mujer muy inteligente.
- ¿Entonces por qué me dijo que las estrellas las había hecho usted?
- Velo de esta manera, niño. Yo no digo mentiras. Jamás. Ahora ándate, que quiero terminar de ver el partido tranquilo.
El niño me miró, desconfiado. Esta vez no se alejó. Sólo se quedó ahí, de pie a mi lado, probablemente esperando más explicaciones. Resignado a perderme la trifulca final, lo miré armándome de paciencia.
- A ver. ¿Qué quieres que te diga?
- ¿Acaso es usted Dios?
- Niño, no me hables de religión, que no me gusta.
- ¿Pero y entonces?
- ¡Entonces que! Las estrellas son mías porque yo las hice, y punto.
- Pero entonces usted es Dios, porque Dios hizo las estrellas.
- ¿Y tu quién eres?
- Yo soy Juanito.
- ¿Y a ti quién te hizo?
- Mi papá y mi mamá.
- Entonces eres de tu papá y de tu mamá, ¿no?
- Pues... si.
- ¿Y a ellos quién los hizo?
- Mis abuelos.
- ¿Y a tus abuelos?
- Pues....
- Ya está bien, que se me está acabando la paciencia. Sigue así, y me cuentas hasta donde llegas. Por mientras déjame ver el partido, que se está poniendo bueno.
El niño se alejó pensativo, contándose los dedos de las manos, murmurando "tátara" cada vez que se agarraba uno.

En la cancha, el árbitro ya había expulsado a tres jugadores, y se estaba quedando sin espacio en la tarjeta amarilla. Uno de los arqueros salió a cortar un corner, y le dejó marcado el botín en la espalda a un delantero del equipo contrario. Mientras éste se revolcaba en el suelo de dolor, otros corrían en pos del arquero en busca de venganza.
- Señor...
- Hiciste trampa, niño... ¿hasta dónde llegaste?
- Es que le pregunté a mi mamá, y ella me dijo que todos salimos de Adán y Eva...
- ¿Ah si? ¿Y a ellos quién los hizo?
Podía ver en los ojos del pequeño cómo recordaba aquellos aburridos domingos en la mañana, en que un monótono señor disfrazado de bailarina hablaba de montones de cosas incoherentes, entre ellas, Adán y Eva.
- Pues... a ellos los hizo Dios.
- ¡Ajá! Ya estamos llegando a algún lado, ¿no?
- Emmm... es que no entiendo.
- Pues verás. Dios hizo a Adán y Eva, y de ahí saliste tú, ¿o no?
- Sip.
- Eso está muy bien, pero... ¿y quién hizo a Dios?
- ¿Las estrellas?
- No digas sandeces, niño, que si no en este mismo momento voy donde tu mamá y le digo que me dijiste una palabrota.
- Pero señor, usted me dijo que jamás decía mentiras...
- Me pillaste, niño, me pillaste.
- Pero y entonces, ¿quién hizo a Dios?
- Pues yo.
- Ya entiendo. Por eso es que las estrellas son suyas, ¿no?
- Eso es niño, ya entendiste.

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Vein te años después, Juanito ya no es un niño. Lo vi pasar por muchas situaciones horribles, doctores, tratamientos, medicamentos que no le dejaban pensar con claridad. Todo por mi culpa. En algún minuto, Juanito dejó de escucharme, y eventualmente dejó de verme. Y ahí quedé yo, solo, triste y abandonado. Diagnosticado por mil especialistas como una alucinación, como parte de la psicosis de Juanito provocada por ver morir a su padre asesinado a puñaladas en una trifulca durante un partido de fútbol. La imagen perdida de un padre transformada en una psicosis con delirios de grandeza. Así termina mi historia. Lo mejor de todo es que encontré a mi creador. Juanito me hizo a mí, y yo hice las estrellas. Aunque Juanito ya no me ve ni me oye, todavía sabe muy dentro de su corazón, que las estrellas son suyas, simplemente porque él las hizo.

Texto agregado el 08-06-2007, y leído por 393 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
08-12-2007 Estoy entre los que se jodieron.Leí cuatro veces el último párrafo para que me cayera la teja. PD.Necesito un transplante de neuronas frescas!!! pantera1
10-07-2007 que buena historia yeita
08-07-2007 Hum, un final muy extraño que si estuviese en mis manos lo desharía, sin embargo, olvidando todo esto, me gustó la idea de un dios que así como con todo su poder hace las estrellas, es al mismo tiempo un enajenado del futbol. Un saludo, mi estimadísimo. kiwidefresa
27-06-2007 Que reflexivo es tu cuento, aunque más bien debo decir historia. Me encantó. 5*s Dulce_Tammara
18-06-2007 Guapo, guapo, guapo. Te pongo 5 estrellas. -Vera-
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