Me Declaro Culpable

- ¡De pie todo mundo!
- Buenos días, pueden sentarse - dijo el juez- Así que usted es el acusado- dijo mirando hacia mi.
- Así es señor juez.
- Tengo ententendido que se entregó voluntariamente.
- Si señor.
- ¿Está presente su abogado defensor?
- Así es Señoría, El está conmigo.
- Muy bien, entonces empezemos con esto. Se le acusa de intento de robo -comenzó a leer el juez, mientras yo iba recordando los sucesos en mi memoria...
El día que cometí mi delito; o mejor dicho, el día que tuve la idea de llevarlo a cabo, era un día como cualquier otro; ligeramente caluroso como muchos y lluvioso como tantos otros. Yo fumaba un cigarro, el enésimo de muchos en el día. Había pasado una tarde alegre como pocas en compañía de una mujer como ninguna.
Habíamos estado paseando por la ciudad, y aunque yo disfrutaba de la lluvia escurriendo por mi cabello, a ella no le agrada mucho la idea de caminar saltando de charco en charco. Yo me divierto como niño haciéndolo.
Entramos a un Café para esperar que calmara la lluvia. Charlamos de una y mil cosas. Ella abrió su corazón para contarme sus penas y alegrías. La escuché con atención, derramando alguna lágrima cuando ella lloraba y sonriendo cuando ella lo hacía. Tiene una sonrisa muy linda. Cuando sonríe ilumina cualquier lugar donde se encuentre, aun en los días más nublados y lluviosos como aquel, uno se puede olvidar de cualquier otra cosa cuando la ve sonreir. Es muy guapa aunque ella diga lo contrario; tiene una figura esbelta con curvas en los lugares apropiados y sabe lucirla con la ropa adecuada; cuando yo la conocí hace algun tiempo, vestía una blusa rosa que delineaba perfectamente su belleza. Sería la musa perfecta de todo poeta; el sueño de cualquier hombre; pero ella no se merece a un hombre cualquiera, quien quiera estar a su lado debe ser alguien muy especial, pues ella también lo es. Tiene un gran corazón muy tierno y sensible, lleno de amor. Y su sonrisa es preciosa. ¿Ya les he dicho que me encanta su sonrisa?
Afuera seguía lloviendo mientras nosotros seguíamos charlando. Cuando tuve que despedirme de ella, sucedió algo inesperado... pero antes de contarles eso, les diré que tengo un testigo que puede comprobar que no fue con premeditación, El sabe que en ningún momento del día me había pasado por la mente hacer algo así. ¿Ventaja? Tal vez, pues ella no sabía de mis intenciones. ¿Alevosía?
Después de contarles esto, confesaré mi crimen: se me acusa de intento de robo. ¿Que fué lo que quise robar? Pues bien, señoras y señores del jurado, señor juez, público presente y todo aquel que lea la transcripción de este juicio, lo que yo quise robar, fue: ¡¡un beso!! ...quise robar un beso de sus labios rojos. Quise probar la miel que hay en ellos. Quise ver el cielo por un momento. Pero al final me detuve... no se explicar porqué, pero confieso que lo intenté...
- Y es por eso que se encuentra usted aqui -dijo el juez-, para ser juzgado. ¿Cómo se declara?
- Me declaro culpable, Señoría.
- Habiendo escuchado también el testimonio de su testigo, me parece que en resumen tenemos ya los puntos más importantes de este caso. Pasemos a la sentencia entonces. En vista de que se ha presentado usted voluntariamente y ha confesado su crimen, seré benévolo. En el delito lleva la penitencia, intento de robo sin conseguir lograrlo...


Martin Dario Reyna Rosete
Nitram
Cd, Mendoza, Veracruz; México
5 de junio de 2006
3:30 am