Llegaste ayer con la mejor de tus sonrisas y saludando con muchos besos y abrazos. Estabas estrenando lentes y venías contento de ¡por fin! poder ver bien.
Me miraste con detenimiento, con calma, recorriste cada una de mis facciones, de las partes de mi cara, mis ojos, mis pestañas. Yo te pregunté qué opinabas ahora que ya me podías ver bien, un poco en tono de broma, un poco en serio, un poco con miedito de niña traviesa.
Y me miraste más y se notaba el amor en tus ojos, y me dijiste que con lentes o sin ellos s-o-y- -h-e-r-m-o-s-a. Y cerraste tus ojos mientras yo me convertía en la observadora.
También te miré, y vi las huellas del tiempo y de tu historia en tu cara, y la vi hermosa. Y podría pasarme horas escudriñando cada poro, cada rincón, cada marca mientras tú, con los ojos cerrados, dejas que recorra con mi mano tus cejas labradas, tus pestañas largas y abundantes, el puente de tu nariz, la orilla deliciosa y roja de tus labios, que húmedos, se entreabren para dejar salir un suspiro y lo absorbo, me lleno de él, me lleno de ti.
Saboreo con mis ojos tu rostro y me vuelvo loca, mientras viajo en el espacio interestelar de tus mejillas e imagino cada poro como estrella, cada marca como lunas, y veo cometas y polvo estelar.
Aterrizo...
¡Es sólo que te amo tanto! |