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Acércate, mi niña, y contemplemos juntas el paisaje. Aprovechémonos de que tu hermano Carlos está de visita y el maldito marqués de Denia nos ha levantado la prohibición de venir hasta aquí. ¿No es maravilloso, Catalina, el cuadro que componen el río, el puente de piedra y los elegantes y sobrios chopos?. Cuánto daría por estar ahí abajo…. Sería tan dichosa simplemente corriendo por la orilla del río…..

Dieciséis años llevamos encerradas en este castillo, pero lo peor para mi está aún por llegar. Ya sabes que Carlos ha concertado tu matrimonio con el rey de Portugal y pronto tendrás que partir. Debes alegrarte porque aún eres muy joven, y seguro que tendrás una vida plena y feliz. Sólo tengo palabras de agradecimiento hacía ti por haber sido tan buena con tu pobre madre. ¿Te acuerdas de cuando les tirabas monedas de plata a los niños de Tordesillas para que volvieran al día siguiente y pudieras verles jugar de nuevo?. Tú también has debido de sentirte muy sola. Y, sin embargo, has querido quedarte conmigo. Sólo Dios sabe cuanto te voy a echar de menos. Me pregunto cuantos años de completa soledad me aguardarán cuando te vayas. Recuerdo que, de niña, yo solía acompañar a mi madre al castillo de Arévalo a visitar a mi abuela Isabel. Allí estuvo recluida durante cuarenta y dos años. Espero no estar yo tanto tiempo aquí y que el Señor me lleve antes a su seno.

Hemos estado siempre juntas. Cuando eras pequeña, la imaginación a veces me jugaba malas pasadas, y me daba por pensar que no había pasado el tiempo y que tú no eras tú, sino mi querida hermana Catalina…….., me recuerdas tanto a ella. Entonces me transportaba por un instante a los alegres días de mi infancia y yo ya no estaba jugando contigo, sino que lo hacía con ella y con mi otra hermana menor, tu tía María. Me pregunto como le irán las cosas a Catalina. Un chismoso del séquito de Carlos me cuenta que su esposo, Enrique, tiene una amante, una tal Ana Bolena, pero yo, naturalmente, no he dado pábulo a esa maledicencia. Ella seguirá siendo la reina de Inglaterra por muchos años. Y tú también serás reina, como lo son todas tus hermanas. Te voy a contar algo que no te he dicho hasta ahora: al poco tiempo de quedarme viuda, el padre de Enrique me pidió en matrimonio. Él no me consideró una demente incapaz de reinar, ya ves. ¿Te imaginas qué habría pasado si yo hubiese aceptado aquella propuesta?. Hoy seria la suegra de mi propia hermana. No me digas que no es gracioso.

Mi niñez terminó el día en que partí a Flandes a desposarme con tu padre. Yo contaba apenas dieciséis años de edad y me esperaba un remoto país del que nada conocía. Por no conocer, no conocía ni a quien iba a ser mi esposo. Recuerdo que aguardamos en la playa de Laredo bastantes jornadas antes de hacernos a la mar. En aquella tensa espera, mi estado de ánimo oscilaba entre la inseguridad por lo que me depararía el futuro y la tristeza por todo lo que dejaba atrás. Sólo encontré consuelo en el apoyo de mi madre. Mi padre, tu abuelo Fernando, no vino siquiera a despedirme. Seguro que le reclamaban tareas ineludibles. Cuestiones de estado, probablemente. Ya te he hablado alguna vez de lo ambicioso que era. Hasta tal punto que, cuando murió mi madre, fue capaz de fingir una convocatoria de Cortes para ser nombrado Gobernador y apartarnos a tu padre y a mí del poder. Y fue él quien, una vez muerto tu padre, alegó mi supuesta locura y me encerró en este castillo para reinar a sus anchas.

Te estaba hablando de mi viaje a Flandes para desposarme. Creo que a partir de ahí empezaron mis desgracias. La travesía por mar fue horrible. Enlazamos unas tormentas con otras. Las olas zarandeaban nuestros barcos como si fueran cáscaras de nuez. Finalmente, el barco que transportaba mi ajuar se hundió, y yo interpreté aquel hecho como una señal de mal augurio. Tampoco fue nada alentador que, una vez que llegamos, tuviese que esperar por más de un mes a mi prometido. Lo primero que eché en falta en mi nuevo destino fue el sol y la luz de Castilla, y estos cielos azules y limpísimos.

Cuando, por fin, después de lo que me pareció una interminable espera, me encontré con tu padre, la atracción que sentimos fue desmedida. Hasta tal punto que tu padre, saltándose todos los protocolos, hizo adelantar la boda a aquel mismo día. Las primeras semanas fueron maravillosas. Tu padre se había convertido en mi nuevo sol y ya no añoraba tanto el sol de Castilla. Aunque la hostilidad de la Corte de Bruselas me acompañó desde el primer momento, a mi aquello no me importaba nada. Él lo llenaba todo. Yo pensé que aquella dicha y aquella armonía no marchitarían nunca, y he de decir que yo siempre le quise y le fui fiel. Pero él, en cambio, no tardó en olvidarse de mí. En pocos meses pasé de ser la persona más feliz del mundo a la más desgraciada. Sus infidelidades eran constantes, y cuanto más buscaba el cariño y el calor de otras mujeres, más indiferencia mostraba hacía mí. Había pasado a ser una carga en su vida y sólo dejé de serlo cuando falleció mi madre y su alianza conmigo le convirtió en heredero de uno de los mayores reinos de la Cristiandad. A partir de ese día, la ambición fue lo único que le tuvo atado a mí.

¿Ves, Catalina, aquella ciudad al final de la campiña?. Es Medina del Campo. Allí, en el castillo de la Mota, me encerró mi madre, tu abuela Isabel, para evitar que me marchara en busca de tu padre. Ya puedes imaginarte como me sentí entonces. Ella sería mi madre y la reina de Castilla, pero no tenía ningún derecho a hacerme aquello. Era inhumano. Al principio, yo no pensaba más que en escaparme del castillo, pero una vez que comprobé que no lo lograría, empezaron mis desafíos. Había días en los que dormía a la intemperie; otros, en los que no comía más que un poco de pan; otros, en los que me negaba a hablar con nadie. Alertada por mi comportamiento, un día se presentó mi madre para apaciguarme, pero yo le respondí de forma airada y brutal. Tuve, incluso, la insolencia de echarle en cara las escenas de celos que había presenciado en mi infancia entre ella y tu abuelo Fernando. Finalmente, pude irme a Flandes. No volví a verla más, pero a menudo me acuerdo de aquella discusión y siento una gran pena en mi corazón.

Perdóname si te estoy poniendo triste a ti con el recuento de mis tristezas, pero eres la única persona a quien me puedo confiar. Tarde o temprano, todas las personas a las que he amado me han defraudado. Me he sentido tan abandonada por todos…….Tu mismo hermano Carlos no es tan bueno como parece. Él nos impuso a este despiadado carcelero que a todas horas nos vigila. Por muy emperador del Sacro Imperio Romano Germánico que sea, para mí no es más que el segundo de mis hijos, a quien di a luz en los lavabos del palacio de Gante. Él fue quien me apartó de tu presencia y te llevó a la Corte de Valladolid, dejándome sumida en el desamparo, hasta que tú, mi dulce niña, mi amor, volviste con tu madre. ¿Y qué me dices de su comportamiento tras la revuelta de las ciudades?. ¿Como me agradeció mi renuncia a tomar el poder que se me ofrecía y a firmar cualquier resolución que pudiese dañar sus intereses?. Yo te diré como: una vez que los rebeldes fueron derrotados, me encerró de nuevo entre estos muros. Así me lo agradeció.

Ya oscurece, mi niña. Como oscurecerá mi vida cuando tú no estés a mi lado. No sé qué será de mi vida si ti. Sin ti, todo será abismo.

Texto agregado el 08-06-2007, y leído por 284 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
04-07-2007 largo y aburrido... i_s
15-06-2007 Hola Sespir veo que lo volviste a subir, recuerdo cuando lo leí lo disfruté muchísimo y hoy el disfrute es doble, se te da muy bien este tipo de narración. besotes. tigrilla
11-06-2007 Increible las receraciones que haces, son guiones deliciosos, geniales estos trocitos de historia reales, en ambos sentidos... Saludos. Nomecreona
 
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