¿Cuan cercanos están los rayos?

Me han despertado los destellos incandescentes de una tormenta eléctrica. Aunque tenía los parpados cerrados, pude darme cuenta de que mi habitación se iluminaba. Estaba lloviendo un poco por la tarde y me recosté para esperar a que pasara la lluvia. Sin embargo me he quedado dormido en la espera. No estaba cansado, simplemente cerré los ojos y me quedé dormido. Pero los rayos me hicieron recobrar el sentido.

No hacen ruido. No es una tormenta escandalosa, como aquellas que dan miedo. Pero no dejan de aparecer los rayos uno detrás del otro, iluminando el oscuro horizonte y dando forma a las siluetas de las abultadas nubes. Es un espectáculo hermoso, e impresionante. Pero no deja de causar asombro y un poco de temor. Lo bueno es que están muy lejos.

Hace aire y la cortina de la ventana se levanta levemente cuando sopla. Es fresco, de hecho está haciendo un poco de frió, contrario a lo que ha pasado estos dos últimos días, llenos de calor sofocante, y sol que quema. Me he dado cuanta de que me gustan las tormentas eléctricas. Me hacen dejar de sentirme solitario.

Cuando era niño, mi padre se daba cuenta de que me asustaban los rayos. Así que me inventó la explicación de que si decía mentiras entonces tronaría en el cielo. Entonces me lo pensaba dos veces antes de decir una mentira. Pero el cuento pasó de ser una medida a convertirse en todo un suceso en mi vida pues me di cuenta de que había algo de verdad.

Siempre que digo una mentira, truena un relámpago. Pero esta vez solo me ilumina. No los escucho. Quizás están demasiado lejos para que los alcance a escuchar. Quizás estoy tan acostumbrado a mentir que ya no me doy cuenta de cuantas mentiras digo al día. Por eso ya no los escucho tronar.

Cuando era niño, y caía un rayo, por lo regular se iba la luz eléctrica, dejándonos a oscuras. Para que no me diera miera miedo, mi padre me abrazaba y nos íbamos los dos a la cama. Entonces cuando se iluminaba la habitación al caer un rayo, mi padre comenzaba a contar lentamente…uno…dos…tres…cuatro…se escuchaba el trueno. Mi padre decía que el rayo había caído a cuatro kilómetros. Se volvía a iluminar y comenzaba a contar de nuevo,…siete…ocho…nueve…y se escuchaba el trueno. Sabía que había caído a nueve kilómetros.

A veces los rayos se sucedían unos a otros hasta antes de que nos llegara su trueno. Se iluminaba la habitación y él comenzaba a contar, e inmediatamente después se iluminaba de nuevo. Como el sonido del primero aun no nos llegaba y no quería perder el registro del segundo, yo comenzaba otra cuenta detrás de la cuenta de mi padre. Su gruesa y sonora voz, se mezclaba con mi voz tenue e infantil. Hasta que las cuentas se detenían justo cuando se escuchaban los truenos del primer rayo y luego del segundo. Eran Noches muy entretenidas. Nunca me dieron miedo.

Me encantaba que se fuera la luz eléctrica, para poder acurrucarme junto al regazo de mi padre y contar los kilómetros de lejanía de donde había caído un rayo. Creo que hizo que sintiera que estaban demasiado lejos como para hacerme daño. Sentía que las mentiras estaban muy lejos y mi padre muy cerca. Sentía que aun era un niño, que sin importar cuantas mentiras dijera, nunca estarían tan cerca como para hacerme daño.