Camino sin rumbo, sin noción de la realidad, me detengo en la puerta de un café, las personas a mi alrededor pasan como si no tuviesen rostro, como borroneadas, salgo de mi letargo visual y por fin denoto las caras, acabo de estar con ella y mis pensamientos no se alejan del cuarto de aquel pulcro hotel, que no dejara de tener recovecos que encierren el eco de alguna palabra, de alguna frase incompleta como si escondiece piezas de un rompecabezas de sonidos.
Esas paredes agrietadas por la humedad que produce la vieja instalación de cañerías, el frío piso de las escaleras, el inconfundible ascensor con la cortina de seguridad metalica, el olor de las masitas dulces al asomarse al comedor, la voz amable al llegar al portal del edificio.
¿todo ese ambiente se estanca en el tiempo durante nuestra ausencia?
Continúo por la calle empedrada, hasta llegar a la banqueta de hierro forjado y espaldar de madera, esa que fue testigo de incontables sucesos, de las historias de excombatientes de guerra que sentados ahí relataban a los niños de la cuadra sus heroicas travesías pero ahora en su ausencia solo hablan con las palomas que alimentan al pasar, esa banqueta que velo el sueño de incansables ebrios y también custodio el momento que revele mi amor por vos.
Ahí me encontraba solo, mirando las canaletas de las viejas casas, entre lágrimas, tus labios con la textura exacta a la piel del ciruelo, el retratista en la vereda de enfrente, aquel abrazo sempiterno una noche antes de tu partida, tu voz soplando por mi hombro, ¿como desaparecimos?
¿Como deje que te fueras?
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