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Inicio / Cuenteros Locales / TejeCuentos / Los que habitan las Tinieblas III

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Hacedme caso, se lo digo a todo el mundo, no los miréis. Cuando atisbéis una sombra más oscura por el rabillo del ojo no giréis la cabeza; cuando caminéis solos en la noche y sintáis en la espalda algo más helado que el frío de la madrugada no os paréis; cuando escuchéis sonidos gorgoteantes en un día lluvioso, o los oigáis entre los crujidos en la soledad de vuestra casa, ignoradlos. Pues una vez los hayáis visto ya no habrá vuelta atrás y todo vuestro mundo se desmoronará...


-“¡Cállate ya Tadeo! ¡Que estamos hartos de oírte! Los demás también tenemos nuestras cosas ¿sabes? ¡Y no nos pasamos el día hablando solos!”

-“¡No hablo solo idiota! ¡Estoy con el nuevo!”

-“¡Pues déjale en paz! ¡Que le vas a deprimir! Tú siempre bla bla bla… ¡tus historias de loco!”

-“Ése es Yago, un tocapelotas, no le hagas caso.
Ya veo que no hablas mucho, eso me gusta, sabes escuchar. ¿Nunca te quitas la capucha?
Bueno, la verdad es que esto es más bien un monólogo. Pero me has caído bien, así que te contaré otra historia, la mayoría de la gente no se las cree. “Es que tu no estás bien de la azotea Tadeo” eso me dicen, ¿lo puedes creer? Una panda de analfabetos, no aprecian mi retórica. Pero te aseguro que todo lo que digo es real, ¿por qué iba a estar bajo el puente si no? Yo tengo estudios tío, yo tuve un futuro… Pero Ellos me lo arrebataron, los Oscuros…

Yo siempre cuento la historia, para advertir al mundo, pero la mayoría no me cree. Por eso Yago me da la vara: “Cállate ya, que eres un pesao” dice siempre. La necesidad hace extraños compañeros ¿verdad? ¡Ja!, a ti te lo voy a decir.

Pero yo tuve alguien que compartió lo que he visto, por eso sé que no estoy loco.
Aquel día hacía meses que me declararon desaparecido. Es irónico cómo la gente puede ver los anuncios con la compasión pintada en el rostro e ignorar la cara barbuda y maloliente del vagabundo que está bajo el mismo cartel de “desaparecido”.

Aquel día doblé la esquina de un callejón y me encontré cara a cara con la desesperación.

-“¡Fuera!”- el grito me golpeó en la cara como la rama de un árbol.
Entre las sombras distinguí la forma de un hombre agazapado contra el muro y el destello de un arma blanca en su mano.
-Tranquilo, ya me voy…
Sangre, se le escapaba pierna abajo y se perdía por el callejón con un brillo oscuro, deslizándose sobre el asfalto.
-¿Estas herido? ¿Necesitas ayuda?
-Necesito que te vayas- No había amenaza en su voz, pero estaba cargada de desprecio y sarcasmo. Con los ojos adaptándose a la falta de claridad aprecié el arma que empuñaba, larga como un antebrazo, la sujetaba apretándola entre los dedos como si fuese un pez escurridizo que pudiese escapar coleando en cualquier momento.
-¡Joder!, ¿es que eres sordo?
Una espeluznante sensación me recorrió la espalda. Los sentí, estaban allí, se hacinaban en la húmeda penumbra de aquel callejón, a plena luz del día…
-¡Tenemos que irnos!
-¿Qué? ¡Te digo que te vayas!
Corrí hacia él y lo cogí por el brazo desarmado, no pensé en lo que hacía, por suerte no entraba en sus planes usar el cuchillo conmigo.
-Tenemos que irnos, están aquí.
-Oye, olvídame. Tengo que hacer algo.
Vi su pierna, una arcada se lanzó en una carrera sin frenos desde mi estómago y salió disparada por la boca. Podía ver una cuchillada en el muslo bajo el pantalón desgarrado, pero lo que causó mi reacción fue lo que asomaba de la herida abierta.
El hombre me miró como si de repente se diese cuenta de que yo era real, como si hasta ahora solo hubiera sido un atrezzo más del mundo ideal que transcurre por la calle de al lado, caminando bajo la claridad de la tarde sin más preocupación que hacer la compra o leer el periódico.

-¿Tú lo has visto? ¡Joder! ¡Lo has visto!
-¡Tienes un…! Oh… está dentro, ¡lo tienes dentro!
-No, en este lugar sale, no se por qué. Aquí asoma fuera. Yo no me voy, ¿sabes cuanto duele?
-¿Cómo…? Uno… Un…¡lo llevas dentro!
-¿Tú puedes verlo? ¡Si que puedes! Gracias a Dios, decían que era mentira, ¡que me autolesionaba! Sabía que era verdad. Voy a sacarlo, la próxima vez que asome, lo voy a extirpar de una vez por tod…
Su rostro palideció, se volvió de cera cuando observó su herida. Se apuñaló el muslo con un gesto mecánico, como si aquella extremidad no fuera suya.
Alzó el cuchillo y lo examinó, una gelatina negro-sanguinolienta palpitaba ensartada en la hoja plateada.
-Solo un trozo, nunca pillo la cabeza… ¿Tiene cabeza?
-Tenemos que irnos, creo que sé por qué sale.
-Yo no me voy hasta que lo haya sacado entero
-Escucha, aquí hay más, por eso sale. ¡Tenemos que irnos!
-¿Más?
-Ése es pequeño, te aseguro que no quieres ver a los grandes.
-¿Qué?

Tiré de su brazo, lo saqué a rastras del callejón y me dejé caer sudoroso sobre la acera. El hombre contrajo el rostro en un gesto de dolor, a la luz del sol la hemorragia cesó como por arte de magia y la herida se cerró en una costra húmeda en un solo segundo. No profirió grito o lamento alguno, solo el rechinar de dientes apretándose.

A plena luz fui consciente de lo que no pude apreciar en aquel tenebroso callejón. El cuerpo de aquel hombre, incluso su cara, estaba por completo cubierto de cicatrices, surcos blanquecinos en relieve recorrían su piel en todas direcciones, como el entramado de una gruesa telaraña. A penas tuve tiempo de ver su cara, ni siquiera pude mirarle a los ojos, hizo desaparecer el cuchillo en un bolsillo interior de la cazadora y en el mismo gesto sacó un gorro con visera. Se lo caló hasta el fondo.

-¿Qué coño te pasa? Ya casi lo tenía.
-Ellos te tenían.
-¿Ellos?
-¿Es que no escuchas? Ese sitio está plagado. Vámonos de aquí…- Me quedé mirando su pierna -¿Cómo… como…?
-¿llegó aquí?- se palmeó la pierna. Asentí con la mirada fija en la enorme costra.
-En realidad yo más bien diría que “ahora” está ahí. Fue peor cuando intentaba sacármelo de debajo de los ojos.- Se incorporó lentamente.
-Ven-

Caminamos bajo el sol de la tarde en silencio, me guió cojeando por viejas calles adoquinadas y aceras desconchadas. Finalmente llegamos a un pequeño parque, tan alejado del centro de la ciudad que al parecer no merecía la pena malgastar tiempo y dinero en mantenerlo limpio y cuidado. Los árboles tenían ramas partidas, a penas les quedaba follaje. El césped era amarillento y tenía grandes calvas de tierra, todo salpicado por los ocasionales envases de plástico que revoloteaban al son del viento. La ventaja es que aquel lugar dejado de la mano de dios proporcionaba intimidad.
Más que sentarnos, nos dejamos caer en un banco descolorido, el sol comenzaba a desaparecer entre los edificios de la ciudad. Hacía tiempo que las puestas de sol no me parecían bellas, y en la situación actual, para nada romántica.

-Así que no estoy loco después de todo, y ¿dices que hay más?
-Sí.
-¿Cuántos?
-¿Cuántos insectos hay en este parque?-contesté con una sonrisa lacónica.
-¿Insinúas que son como animales?
-No, digo que están por todas partes, al menos en las ciudades en las que he estado…
¿Cuánto tiempo llevas con eso dentro?
-Hará como un año.
-¿Un año? Te… ¿que te hace… ahí dentro?
- No lo se, se mueve, me recorre supongo. Pero yo se lo pongo difícil, un corte aquí, otro allá… se cura rápido, pero yo también.
-¿Lo hace él?
-¿Cómo?
-El… Oscuro. Yo los llamo así, ¿te curas como él?
-No lo sé. Las heridas se cierran enseguida siempre y cuando sea de día. Raro ¿eh? Pero las cicatrices se quedan. Esta cosa tiene la culpa de que me haya pasado los últimos 6 meses encerrado en un sanatorio. Lo peor fue cuando me inmovilizaron “por mi propia seguridad” como decían ellos. No lo veían, ¿como podían no verlo? Daban explicaciones absurdas para lo que me pasaba: psicosis, paranoia y esas cosas. Yo les enseñé cómo me curaba, ¿crees que me creyeron? Me dijeron que tenía un trastorno de no se qué y que tenía muchas plaquetas en la sangre. Me medicaron, decían que era una enfermedad peligrosa porque podía darme una trombosis o no se qué de un coágulo. No sabían lo que dolía.
-Nos queda poco tiempo, se acerca la vigilia.
-¿Qué?
-Perdona, hace tiempo que no hablo con gente. Quiero decir que pasaré la noche despierto, yo solo duermo de día. De noche hay que estar atentos, es su momento, cuando están activos. Te contaré lo que sé.

Le conté mi historia, supongo que debería escribirla e ir repartiéndola en panfletos, me ahorraría trabajo. Pero eso ya lo he explicado antes así que describiré la de Howie, al menos lo que me dio tiempo a averiguar. En realidad no se llamaba así, nunca supe su nombre, pero me gusta recordarle como Howie, suena a película, de esas en las que siempre ganan los buenos. Es mi intento por hacer aquel recuerdo nefasto un poco más agradable...

Texto agregado el 07-06-2007, y leído por 174 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
21-06-2007 La historia no se complica..Al contrario, gana fuerza y consistencia y logras internar al lector en tu mundo, un mundo que gusta por su simbolismo..Seguimos. churruka
13-06-2007 Hay en tu texto una rara mezcla de diversiòn y desenfado y un afàn de aterrorizar al lector. Sè que parece incongruente lo que digo, pero es la sensaciòn que me dio. Y ademàs he de decir que me parece una combinaciòn que funciona. Tal vez, exageraste un poquitìn en los diàlogos. Una recortadita les vendrìa bien. Saludo. Jazzista
08-06-2007 Bien, sigo con la próxima plapla
07-06-2007 He seguido la historia hasta aquí, me parece buena y me intriga el desenlace, espero que no demores en poner otro capítulo. Manejas muy bien las palabras. Saludos. gamalielvega
 
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