Tus ojos negros me miran tan fijo que casi me puedo mover. Me tocas y puedo sentir el sudor y la pena que hay en tí. Es grande ese dolor que arrastras siempre, todas las tardes hasta mí. Ojalá yo pudiese ayudarte querido Sergio. Cuánto me gustan tus abrazos, tus besos y esas caricias que se deslizan por mis contornos. Cómo quisiera responderte mejor. Es que me siento más viva que nunca con tus conversaciones y disfruto cada palabra, cada comentario y aunque no lo creas, hay cosas que me hacen gracia. Por ejemplo este café, tan negro y dulce, especial para una tarde de junio como hoy, que te tomas sorbo a sorbo mientras te quemas la lengua. Y yo me río. Me gusta ese olor a café y cigarrillo. Trae los recuerdos de una vida pasada hacia mí. Tal vez juntos, quizás separados. No lo sé. Nos da una atmósfera coloquial que siempre corona nuestras pláticas. Pero hoy hace viento. Hace mucho frío y sin embargo todavía estás conmigo Sergio. Ya se está haciendo de noche. Es mejor que te vayas. Este camino es peligroso. Ya sabes lo que me pasó hace 23 años y aquí me quedé clavada, con el alma cautiva en una casita con forma de iglesia. Pero bueno, querido, te espero mañana, como siempre, para tener nuevamente una agradable conversación.