El karma de vivir al Sur
Sobre todo, a Fernando y Mónica
Uno
Hace un tiempo, una de esas revistas dominicales bienpensantes anunciaba en título catástrofe que la nueva epidemia del siglo XXI es la soledad. Las pocas líneas que me dejó digerir el tono casi idiota del artículo me pusieron al tanto respecto a que el ritmo de vida, la realización laboral y el encierro son algunas de las contras a la hora de encontrar una media naranja. Snif snif, Romeo navega en Internet viendo nuevos modelos de telefonitos y Julieta sólo se preocupa por tener oficina propia en la empresa de telecomunicaciones donde trabaja. Pobrecitos, no se encuentran. Esa es la idea de soledad que tiene la revista dominical del diario más leído del país, esas son las angustias –epidémicas, claro está- de sus lectores bienpensantes.
Dos
Ya van un par de amigos que se animaron a intentar pronunciarlo. Que se angustian, como yo, e incluso les da culpa cuando ven que el fantasma duerme entre ellos y sus parejas. Fuimos católica y bienpensantemente educados. Decía que algunos amigos reconocen que somos miembros de una generación de gente que está infinitamente sola. La idea de soledad como imposibilidad de generar –de creer en- un grupo de pertenencia que nos cobije. Porque, cae de maduro, con tener entre veintitantos y treintaypicos no alcanza. Eso es: estoy infinitamente sola.
Ánimas vagando por el mundo buscando no se sabe qué cosa. Nómades del espíritu. Que se cayeron los grandes relatos y no sé cuántas mierdas más, que ya no se puede hacer nada en nombre del arte ni de la revolución, mucho menos de los ideales libertarios o la búsqueda de la justicia, que Dios ha muerto ya lo dijo otro y con mejores argumentos. A nosotros, si es posible hablar de un nosotros, se nos va la vida apenas corriendo para pagar la cuota de la nueva multiprocesadora –o el electrodoméstico que fuera. Se nos olvidan las trilladas, mas no por eso estúpidas, preguntas respecto a qué mierda somos y cómo es que la estamos pasando.
Tres
A mis 24, sé que no voy a recuperar cierta ternura perdida, pero sé también que no estoy dispuesta a sacrificar ni una sola sonrisa por ver las noticias en una tv de plasma. A mis 24, sé que “no soy Passolini pidiendo explicaciones / no soy Ginsberg expulsado de Cuba / no soy un marica disfrazado de poeta / no necesito disfraz”. Eso escribía Pedro Lemebel es su manifiesto Hablo por mi diferencia, y hoy me lo apropio para hablar por la mía. A mis 24, sé que no quiero el disfraz de chica malita a la hora de escribir, por ejemplo. A mis 24, sigo sin comprender por qué y para qué escribo, y últimamente me ronda la idea de que la letra es mera evasión, pero debe ser porque ando triste. A mis 24, sé que ni teniendo zapatillas all star voy a ser cool. A mis 24, sigo preguntándome qué significa decir “a mis 24”. Son pocas las cosas que sé. La dialéctica de mi corazón funciona de un modo extraño. La negación pareciera ser lo primero en la línea del tiempo.
El 22 de mayo, leía cómo Hunter Thompson se daba grandes panzadas de drogas en Las Vegas. Pero la lectura se interrumpió porque por la ventana se colaba la cuarta misa que transmitían por parlantes en honor a Santa Rita, patrona de los imposibles. Me puse una campera y fui a ver la concurrencia. Los diarios dijeron que 100.000 personas. Yo digo que sí, muchísimas. ¿El opio de los pueblos? El opio de los pobres. Lleno de puestos de venta de chucherías. Una especie de ruleta donde los dos premios más codiciados eran un cuchillo con mango de cordones y un jueguito de tetris. La suerte de los desdichados, en caso de que la virgencita ande muy ocupada. A mis 24, aunque traté, no pude escribir algo digno sobre la tristeza con que volví al libro de Thompson, donde los viejos elefantes estadounidenses seguían yendo a morir a los casinos. Quizás no sea tan distinto, pensé.
A mis 24, sé que me cuesta contar las cosas que le pasan a la gente, sé también que no me soporto si me retraigo en la exploración de mi subjetividad. A mis 24, entiendo que lo privado es político, estoy triste y algo preocupada, pero todavía siento que lato, estoy contando/me. Mis 24 no son sólo míos, la duda permanente y melancólica tampoco. Con esas cosas habrá que aprender a cargar. A lo mejor, así podamos hablar de un nosotros y creérnoslo.
Cuatro
Una canción. El Karma de vivir al Sur. Es de Murciélago, que se fue de Buenos Aires a España para ver si allá puede pagar el alquiler gracias a la música.
Suelo investigar lo que me decís,
recostado en mi inseguridad.
Frente a mi mente
hay noches sin fin,
días en que disfruto del mar.
Sale el sol, sale el sol.
Ahora mi temor
es volverme gris,
la vida aún espera por mi.
Mis errores no cerrarán
las puertas para ser feliz.
Porque sale el sol, sale el sol.
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