Stone, Fidelito y yo.
A mojada.
Debió ser hacia la mitad de febrero de 2002. No recuerdo la fecha exacta porque me mandaron de sustituto, con un par de días de margen, ya que el periodista encargado había rechazado el trabajo en el último momento por el “peligro” que suponía.
Por aquel entonces yo era un chaval idealista, engañado como muchos, y escuchar hablar de Cuba era como escuchar hablar del último resquicio de libertad en el hipócrita mundo actual. Había terminado en Bruselas la carrera de literatura hacía apenas un año, ya que me había dejado un curso de la misma para ir a Florencia con una beca a hacer el último de periodismo. Así, había estudiado un año más de lo previsto, pero salía con dos licenciaturas y dos idiomas. Antes de terminar, y gracias a algunos enchufes, ya tenía un puesto esperándome en la revista de cine más vendida en España. En verdad, era más un puestucho que un puesto, cubriendo cualquier cosa que surgiera, desde llevar cafés al director hasta citar a Amenazar para una entrevista antes del Oscar.
Pero ese, junto a un par de rodajes españoles, fue mi trabajo estrella: Comandante, de Oliver Stone, un acercamiento casi enfermizo a la figura del dictador cubano por parte del siempre excesivo y pedante director de Platoon, Nacido el 4 de Julio, JFK, o Alejandro Magno. Se trataba de un rodaje brevísimo, durante tres días en que apenas podríamos dormir unas horas y en que se grabarían más de treinta, comprendiendo entrevistas a presos políticos bajo la atenta mirada de Castro, charlas sobre literatura y música, e incluso un paseo por la capital hablando con la gente en plan “amigo del pueblo”, para luego montar una basura sensacionalista de algo más de cincuenta minutos de metraje. El trabajo de mi equipo consistía en seguir en todo momento el rodaje y parte de la postproducción y, si era posible, conseguir alguna entrevista del dirigente –difícil tarea después de diez horas de preguntas diarias, y con doce pistoleros impidiéndote cualquier acercamiento a la figura-.
Llegar a Cuba supuso –quizá junto a otra ocasión en que vi una película Stuff real (de las de Tesis), y algún triste episodio más por ahí-, el mayor golpe que ha recibido mi conciencia en toda mi vida. El Comunismo, que a todos trata por igual, se desenfocaba en unas calles podridas donde malvivía la mayor parte de la gente, mientras al equipo se nos invitaba a una cena de lujo.
En lo que a Stone se refiere, siempre me ha parecido un gilipollas, pero nos corrimos nuestras juergas durante la postproducción, y siempre invita. Además, dado que se trataba de un filme de bajísimo presupuesto, nos encontrábamos en el rodaje apenas cuatro medios, unos quince periodistas, lo que permitió algo más de contacto. Todo un lujazo, vamos, que el tipo no deja de ser un mito cinematográfico, aunque chochee desde los veinte años.
De la figura del dictador, ya hablé en su día. No creo que mi opinión sea trascendental al respecto, y tampoco estoy seguro de hasta que punto tengo derecho a hablar del rodaje (sé que no mucho). Sólo diré que tuve una única oportunidad de dirigirme a él, y lo único que obtuve fueron tres palabras del más absoluto desprecio, que Stone rió como si fuera un buen chiste.
Después de todo, el artículo ni siquiera llevaba mi nombre por ningún lado, pero, un año después, dado que les había gustado mi trabajo, me llamaron por si quería cubrir también la igualmente pésima y considerada segunda parte de Comandante, Looking for Fidel. Lo cierto es que lo consideré, dada la ingente suma de dinero que me ofrecían, pero la putada del artículo me pareció tan grande, que al final me resistí. Hay que tener unos principios.
Tres años más tarde, después de haber dejado el trabajo en la revista, y también otro en un periódico, ya con mi actual empleo –que espero, dure mucho tiempo-, volvería a Cuba, esta vez para colaborar en una de las escasas y extrañas entrevistas que a García Márquez se han hecho en los últimos años, también como enchufado por mi amistad con su hijo, el grandísimo director de cine Rodrigo García (Cosas que diría con sólo mirarla, 9 vidas). Pero esa es otra historia. El caso es que Cuba seguía idéntica: con su desenfoque de calles podridas y su comida lujosa.
Mierda de mundo…
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