Lucía una digna soledad. Algunos años y la experiencia, le hicieron entregarse a la voluntad del quehacer y sus hobbys. Llenaba sus días con ocupaciones diversas y un poco de silencio del que siempre extraía complacencia. Armó una personalidad sencilla, elemental y práctica; conociendo los límites del tiempo, lo físico y lo anímico, no explotaba sus fuerzas en aspiraciones baldías. Supo muy temprano el valor de la vida y se empeñaba en pasarla ganando cada instante en un provecho óptimo; no esperaba nada para después, el después, seguramente, sería incierto.
Una mañana asomaron las marcas, las reconoció al instante, aun, un poco antes de ser visibles. Algo transcurría bajo su piel y progresivamente se apoderaba de sus músculos, de sus huesos, ...
Ya no era el mismo. Se sentía bien y su cuerpo, ahora diferente, le fue llevando a ese estadío en que la vida o la muerte comienzan a no tener significado, o, por el contrario, comienzan a tenerlo. Soñó su nueva condición, llevaba toda una vida soñándola, deseándola y no supo cuando fue el momento exacto en el que trasgredió el umbral. Había llegado al éxtasis sin pruebas que testificaran, sin recuerdos exactos.
Todo era especialmente maravilloso, miraba a su alrededor y las circunstancias se presentaban tal cual las había pronosticado, algo de sorpresa lo presionaba, se sentía previsible pero a pesar de que esta era su visión amasada por tantos años dudaba de la realidad y cuestionó su fe.
Vivir siempre le sobrecogió, se había convertido en un cúmulo de temores al fracaso, a la burla, al dolor. Sus sueños siempre eran mas altos, mas idílicos, hizo un concepto sobre esto y creyó que se trataba solamente de teoría. Lo que ahora sucedía no podía ser realidad, nada le confirmaba que fuera realidad, pero si finalmente era realidad o se convertía en ella, estaría propenso al fracaso, la burla, el dolor y en sus sueños nunca sufría.
Una vez mas se arrastró a una difícil dicotomía debatiéndose entre las dos aguas que lo separaban en las vertientes: alegría o tristeza, creer o negar, vivir o morir. Recordó a su viejo maestro cuando sentado en el banco del parque, a la hora del receso, le susurro que vivir requería valor, que la vida era una confrontación y que llegaría el momento en que debería definir su posición, tomar partido y echar a andar. Se sonrió sintiendo que todos los consejos tienen ese aire de condicionamiento en el que solo uno es responsable de cualquier acción.
El tiempo apremiaba, ya no podía seguir dudando, los sueños solo llegan una vez y no se trata de dejarlos pasar sin que de alguna forma te rocen, podría correr el riesgo de entregarse a él o simplemente negarlo y seguir repitiendo su fantasía hasta el abismo, inerte de cuerpo, devuelto solo a espejismos.
Era una mañana gris y húmeda, rodeada de un ambiente deprimido cuando asumió su vida. Tomo la balanza y la lanzó a la estufa: las decisiones mas trascendentales se toman sin medidas. Se preparó un té y se sentó, en plena soledad, al borde de la sentencia.
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