A partir de aquel día los vi con más frecuencia. Al principio se me resistían, pero si entrecerraba los ojos y me concentraba mucho podía llegar a distinguirlos, como borrones entre las sombras. Siempre de noche, abotargados tras los desagües de las alcantarillas...
Supongo que fue peor, cuando empecé a verlos ellos empezaron a mirarme a mí, no les gustaba que conociese su “secretito”. Por eso me fui de casa, por eso dejé a mi familia, me quieren a mí, así los dejarán en paz. Hacedme caso, se lo digo a todo el mundo, no los miréis. Cuando atisbéis una sombra más oscura por el rabillo del ojo no giréis la cabeza; cuando caminéis solos en la noche y sintáis en la espalda algo más helado que el frío de la madrugada no os paréis; cuando escuchéis sonidos gorgoteantes en un día lluvioso, o los oigáis entre los crujidos en la soledad de vuestra casa, ignoradlos. Pues una vez los hayáis visto ya no habrá vuelta atrás y todo vuestro mundo se desmoronará...
Una vez cacé uno, joder ese sí que fue un gran día. Fui al sitio de donde los vi salir aquella noche, la primera vez. Pasé horas de frío esperando frente a la casa de la señora Hidalgo mientras anochecía, bajo una lona, armado con un palo de escoba y un cuchillo de cocina atado al extremo con cinta aislante. El “palo con pincho”, el arma más vieja y efectiva que la humanidad ha desarrollado.
Debía de tener un aspecto de idiota total, sentado en la acera cubierto con aquel saco abierto por la cara para poder ver, como una virgen de plástico demacrada de un “todo a 1€”. Era para camuflarme, supongo. Al fin y al cabo esas cosas no tienen ojos y no tendrían por qué vigilar una bolsa de basura gigante. Por suerte a esas horas prácticamente nadie pasa por la calle, y los pocos que lo hacen prefieren ignorar a las personas con aspecto de lunático, sentadas con la espalda apoyada en un contenedor, que observan con obsesión el sumidero de una alcantarilla.
Entrada la noche los escuché, aquel nauseabundo ruido de sorber, como unas gárgaras hechas por una garganta de gelatina. Estaba saliendo, poco a poco, a través del desagüe. No le hacía falta quitar la reja, se escurría apretándose entre dos barrotes como si estuviera hecho de un solo músculo sin piel, negro y flexible. Se comprimía para pasar por el estrechísimo espacio y se dilataba espasmódicamente cada vez que lograba sacar un trozo de sí mismo al otro lado. Supuse que aquel era su momento más vulnerable, así que esperé un poco a que estuviera fuera casi del todo, no quería que se me escapara si lo hería antes de tiempo. Cuando intuí que estaba a punto de salir por completo, alcé mi palo y lo descargué con fuerza sobre aquella cosa. Lo apuñalé una y otra vez mientras siseaba y se retorcía, se convulsionaba y chillaba con gritos sordos, como si mi mente se negase a escucharlos. Y juro por Dios que lo entendí, creo… Me jadeaba sensaciones repulsivas dentro del cráneo. Fue una de las experiencias más escalofriantes de toda mi vida, como si me metiesen unas manos frías con olor a lejía en los intestinos. La boca se me llenó de bilis y la cabeza de terror, me sobrepuse y seguí acuchillándolo, una y otra vez, una y otra vez… No se cuánto tiempo estuve haciéndolo, sé que a pesar de que el filo del cuchillo se había roto yo seguía apaleándolo, hasta que los brazos me dolieron y las palmas me sangraron. No grité. No tuve valor para emitir un solo sonido durante aquel proceso, es más creo que ni siquiera respiraba si podía evitarlo. Tomaba una bocanada de aire y la aguantaba hasta que el esfuerzo me obligaba a boquear en busca de otra.
A pesar de todo, había triunfado y berreé a la noche a pleno pulmón como debieron haber hecho los trogloditas al cobrase una pieza en los albores de la humanidad.
Mala idea, la poli no tardó en presentarse por las quejas de los vecinos que ya dormían, y me encontraron con el rostro desencajado de terror y victoria, con el palo alzado hacia las estrellas, mirando perplejo mi captura a través de la abertura del saco, una bolsa de basura gigante con rostro humano.
Me miraban entre alucinados y divertidos. Por suerte mi palo de escoba hacía rato que había perdido el cuchillo que le fijé y no fue considerado una amenaza, sino un chiste al que yo no veía gracia.
-“Joder, este tío está colocado” –dijo uno de los policías con una sonrisa de cinismo.
-“No señor, lo he cazado, mire usted, ahora me creerán”
-“¿Qué es eso? ha apaleado un animal podrido, madre mía. Por favor señor, ¿me facilita su documentación?”.
Me quité como pude el saco que me cubría.
-“Si claro, vivo aquí mismo, mire usted”- Repetía aquella coletilla como si fuese a darme toda la credibilidad de la que mi aspecto me despojaba, lo cual no hacía sino agravar la sensación de absurdo.
Me dejaron explicarme, era como tratar de enseñar álgebra a un maniquí. Les entregué mis documentos, me cachearon, me amonestaron verbalmente y me obligaron a ir a mi casa a por una bolsa de basura y tirar el cadáver de la criatura a un contenedor. Acto seguido, como si la providencia divina hubiese intervenido, aparece el camión de la basura a las 2 de la mañana raptando la única prueba que demostraba al mundo que no estoy chalado.
Es de locos, de eso no me cabe la menor duda.
Eso fue todo. No se molestaron, ni lo miraron, una victoria pírrica…”
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