Desde que vino al mundo, escuchó una palabra que marcó su vida para siempre: Rey. Ya sea su madre, padre, tíos, amigas de la familia, así lo llamaban, Rey. Quien sabe si las palabras pueden marcar a las personas para siempre, eso es algo que hay que meditarlo mucho, aunque, la palabra merece su respeto. Cuando uno escucha: tonto, esa palabra lo llena de vergüenza, aunque no sea cierta. En mi caso personal, me llamaban dejado, y eso me marcó hasta mis días. Siempre que tengo que hacer algo, usualmente lo dejo para el final. Costumbres que vienen desde muy lejos en el tiempo, quien sabe si fueron las primeras palabras que pude entender. Pero, volvamos a la historia de nuestro amigo que sintió ser un rey de verdad. Y uno de esos con su reinado, poder y súbditos, pero, real, actual.
Nuestro amigo y vecino, nació a pocas cuadras de mi casa. Yo le veía siempre que pasaba por la puerta de mi casa rumbo hacia el colegio en el que ambos estudiábamos. La primera vez que le vi, estaba entrando detrás de mí. Yo hacía esfuerzo inconmensurables para no entra el mi primer día de colegio, y lloraba, me agarraba de las faldas de mi madre. No, no, no, no por favor, gritaba, y lloraba. De pronto, le vi. Era un chico de rostro amplio, cabellos negros y ojos saltones, y aunque iba bien vestido, eso no era lo mas llamativo de su personas. Sí lo era su porte, su mirada y su voz que sonaba a la realeza... Me miró y sentí que debía parar de llorar, y no sé por qué, paré de berrear. Quizá por la vergüenza al ver que otro niño entraba sin llorar, o porque sentí en su mirada un encanto.
Nunca hablaba con nadie en el colegio, sin embargo, nunca salía bien en las clases, pero aún así, nunca perdía ese porte de realeza. Y por ello, todos en el colegio le llamábamos: Rey. En tiempo de la primaria pasó, y muchos amigos de la vecindad, le veíamos encerrado en su casa. Nunca salía si no fuera con su padre, madre o la empleada. Y jamás me dio un saludo, pero una que otra vez, me miraba a los ojos. Le vi tratar de conquistar a las chicas mas lindas del salón, fracaso. Bailar en las reuniones y conciertos del colegio, pero nadie deseaba bailar con él. Las chicas le decían que era un creído. Una tarde me le acerqué y traté de hablarle. Me sorprendió mucho al hablarme como si ya nos conociéramos desde siempre. Me dijo que no gustaba de reuniones y que quería hacer un largo viaje a su reino. Eso me llamó la atención y le pregunté en dónde quedaba su reinado. Me miró a los ojos y me dijo algo que nunca olvidaré. Lo estoy creando, y vendrá sin que me avisen. Me despedí de él. Las siguientes veces en que le vi, tan solo le saludaba.
El tiempo continuó su marcha y ya por salir del colegio, observé que en todo aquello en que se metía, como deporte, artes, literatura, conducta, nada le salió bien. Era un bueno para nada, pero ni con esas perdía su altiva mirada y su caminar majestuoso. Yo ingresé a la universidad y estudié literatura pura. Y Rey, por más que intentó ingresar a la universidad, jamás pudo conseguirlo. Le vi intentarlo cuatro años seguidos. Y siempre era lo mismo, nada. Y cuando se iba de ver los resultados, se escuchaba de su boca: quizá aquí no esté mi reino.
Terminé mis estudios y me puse a laborar en una editorial como corrector y crítico literario para una revista. Me casé y tuve una linda nena a la que llamé, Sofía. Mi mujer también se llamaba así. Una tarde en que iba a dejar a mi hija en el colegio, le volví a ver a mi amigo Rey. Le saludé y este me devolvió el saludo. Me estacioné y bajé del auto con mi hija para saludarle. Me contó que estaba casado y que tenía tres hijos, ya jovencitos. Le pregunté a qué se dedicaba. A nada, aún a nada, respondió. ¿Cómo haces para mantener a tu familia?, le pregunté. Respondió que cuidaba un condominio cerca de la playa todas las noches. Agregó que su esposa trabajaba como visitadora médica. Iba a invitarle a mi casa pero vi en su mirada que no lo deseaba. Nos despedimos y le vi alejarse. Aún conservaba su elegante andar, y esa mirada altiva y visceral.
Una noche en que estaba muy agotado, sentado frente a un libro en las manos, tuve una visión de él. Era así:
Rey llegaba de su laboro, cuando a pocos metros de su casa, le pasó algo que cambiaría su vida para siempre. A unos cien metro de donde se hallaba, escucho a una pareja que conocía, hablando de él. Allí esta ese vago bueno para nada... Sí, y mira cómo camina, como un loco, como si esperara que una nave se lo llevara. Y va a entrar a su casa, y de nuevo vamos a tener el concierto de peleas caseras en donde la única voz dura, es la de su mujer... Pobre muerto de hambre y miserable. Esto fue lo que escucho muestro amigo. Este se detuvo y escuchó a la pareja que decían: El loco se ha parado, seguro que ha tomado. Mira, nos mira, seguro que desea que lo saludemos. Ellos alzaron la mano, pero Rey no lo hizo, se sintió mal, muy mal, comenzó a odiar al mundo en que pisaba y dudó si alguna vez conocería su reinado. Sacó las llaves de su casa y cuando iba a colocarla en la puerta, escuchó la voz de su mujer y de sus hijos: Allí viene ese bueno para nada de tu padre. Ya, ya salgan de la mesa que el muerto de hambre va a entrar. Y escuchó de sus hijos: Dios, es papá, y seguro que nos quiere contar esa idiotez de su reino, su sueño, su historia de seres fantásticos, mejor mamá, dile que se largue y no vuelva nunca más. Ya lo he echado tantas veces de la casa, pero siempre entra como si nadie hubiera hablado con él... Todo esto escuchó nuestro amigo. Todo. Todo pudo escuchar, allí en el mismo lugar en donde encontraría su sueño de un reinado... Retrocedió hasta salir de la entrada de su casa. Soltó las llaves de su casa y las dejó caer al piso. Luego se quitó los zapatos, la camisa y corrió si parar con los oídos tapados, pues, no podía dejar de escuchar las burlas de todo el vecindario. Era como si jamás hubiera escuchado nada y ahora, escuchaba una realidad miserable. Llegó al mar y comenzó a caminar hasta hundirse casi todo el cuerpo. Miró hacia el cielo y dijo: ¿En dónde estás? ¿Por qué siento tu presencia, siento que soy un rey, pero no puedo escuchar tu respuesta? ¿Vale la pena esta vida si no encuentro mi lugar?
Todas esas preguntas se hacía mi amigo y decidió caminar hasta meterse en las profundidades del mar, si no recibía una contestación, una lumbre que le diera sentido a su vida... Pero continuó caminando hasta meterse al fondo. Ya sin poder respirar, tuvo un sentimiento. ¿Existes o no? ¿Existo o no? ¿Y si no soy y nunca lo he sido, por qué guardo este sentimiento en mi alma, como una costra sagrada? Ya con los pulmones a punto de reventar, soltó su respiración... Y nuestro amigo, comenzó a hundirse en las profundidades del mar. De pronto, mientras se hundía, volvió a escuchar voces... Abrió los ojos más y pudo ver que miles de peces de fosforescentes colores se le acercaban, vitoreando: ¡Nuestro Rey ha llegado! Vio a todos esos seres, y también observó la arena del mar brillando como estrellas en el cielo. Y de pronto, se dio cuenta que podía respirar dentro del mar. Nuestro amigo sonrió, y sintiendo el respeto de todos los seres del mar, se arrancó el resto de sus ropas y comenzó a navegar hacia las profundidades del océano, y mientras más profundizaba, sentía que volvía de vuelta a su reino. Tras de él, miles de seres del océano le seguían... Y todos vitoreaban lo mismo: ¡Nuestro Rey ha vuelto al hogar!...
Me gustó mucho esta visión y quise escribirla para editarla en el periódico como una historia original. Y eso fue lo que hice al día siguiente. La presenté al Director y le gustó la historia del hombre que siempre supo que era un rey. Me dijo que la iba a publicar el mismo día y que me daría un buen premio si la historia producía mayores ingresos a la empresa... Agradecí a mi Director y salí de su oficina henchido de dicha y alegría. Era tanta la emoción que quise compartirla con algunos de mis amigos y compañeros. De repente, cuando llegué a mi sala de trabajo, noté la mirada y un silencio total en todos mis amigos, frente a la televisión. Se trataba de un reportaje de último momento. Hablaban del cuerpo desnudo de un hombre ahogado en la orilla del mar. Sentí un hielo en todo el espinazo. Me fijé de quién hablaba, y pude ver, a través de la pantalla, el cuerpo hinchado, desnudo y largo de mi amigo de la infancia, el Rey. Lo mas extraño de todo es que en sus manos tenía cogido un báculo relleno de conchas brillantes de mar...
San Isidro, junio de 2007
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