JALISCO.
Era un perro bravo, aunque le saliera muy a las claras su condición de perro “tiralatas” sato o callejero. Rafa me fastidiaba, decía que no tenía “pedigrí”, ná, una palabrita que se le ha pegado de sus lecturas de Lassie o Rintintín.
Era blanco con manchas negras o negro con rayas blancas, eso no me importaba en lo más mínimo porque uno quiere a su perro del color que sea.
Jalisco me daba por las rodillas y eso que yo era alto para mis nueve o diez años. Cuando me veía regresar de la escuela movía su colita negra, contento, porque sabía que yo le llevaba alguna golosina. Lo que más degustaba al sinvergüenza era la conservita de guayaba. Me divertía con él una barbaridad porque la crema se le prendia de los dientes y al cielo de la boca y formaba tal bronca que hasta mamá dejaba lo que estaba haciendo para ver aquello.
Nunca supe quien lo trajo ni quien le puso el nombre.
Recuerdo que fue una tarde. Regresaba de la escuela y mamá, mientras me cambiaba el uniforme, me dijo.
-Mi'jo, ve al patio para que conozcas a alguien, está bajo la mata de limón.
-¿Quién es?
- Ve al patio, es una sorpresa.
Allí estaba él con su collar y, sujeto al mismo un papel con un mensaje que decía, “me llamo Jalisco”
Entré loco de alegría a la cocina.
-¿Quién lo trajo mamá?
-No sé mi'jo, lo encontré echado allá afuera, frente a la puerta de entrada, temblando de miedo y de frío, con ese collar y ese letrero, el pobre ¡tenía un hambre!, ¿te gusta?
-¡Sí, sí, mamá … y le voy dejar el mismo nombre.
Desde ese mismo momento, nos hicimos grandes amigos. Muy tarde en la noche lo oía ladrar, su ladrido penetraba muy dentro del sueño hasta que me lo arrancaba de una vez, luego me demoraba en dormir con aquel ladrido nervioso pegado a mis orejas.
Por las mañanas me iba hasta el patio y lo encontraba rendido de sueño, el pobre, y antes de irme para la escuela, aún dormido, le zafaba la cadena y se quedaba quietecito.
LAS PICUALAS
Estaba a mi lado con su collar de piel color avellana oliendo las pequeñas flores de romerillo que crecían a lo largo de toda la orilla de la acera en que estábamos sentados el gordo Rafa, Pablo y yo, frente al bar de Arturo.
Del viejo traganíquel surgían estridentes las melodiosas notas de Silver Star por la Orquesta América. La mañana era fresca y algunos parroquianos llegaban a pie o a caballo para pedir el primer trago del día, nosotros los oíamos,
“Arturo ponme una línea de Bacardí sin hielo”.
Rafa tenía un libro en sus manos desde cuya portada nos miraba con unos ojos muy nobles una perra, cuyo nombre LASSIE podía leerse en letras blancas en medio de la portada. El gordo comenzó a hojear las páginas hasta encontrar la que se disponía a leer apoyando su espalda a los tabloncillos descascarados de la vieja pared del bar.
La sombra fresca a esa hora, más aquella quietud paradisíaca , nos hacia sentir sosegados, frescos, con la mente en blanco. Quizás por eso, y sin proponérmelo, comenté que había oído hablar a alguien sobre las picualas y que a veces esa palabra se me aparecía en sueños. En ese momento llamé a Jalisco que se alejaba ladrando tras una mariposa amarilla.
Me volví hacia Rafa y le pregunté, directamente, qué eran.
-¿Qué cosa- me preguntó el gordo sin dejar de leer.
-Las picualas, ¿qué cosa son?- volví a preguntarle.
Entonces Rafa levantó la mirada, cerró el libro con desenfado dejando como marcador uno de sus dedos y poniendo cara de sabelotodo nos dijo, con pose casi profesoral.
-Laspicualas, son una especie de aves mitológicas, es decir, irreales, que se hacen reales y visibles a los niños que han sufrido por algo.
Se alimentan solamente una vez y esto es al amanecer, cuando los pétalos de las flores silvestres están humedecidas por el rocío de la noche.
Pablo estaba a la expectativa e incrédulo como siempre, dijo.
-¡Bah!, eso es mentira.
-¡?Mentira!?, si tú no quieres creerlo, allá tú – le contestó Rafa y continuó.
-Son unas aves fantásticas, de alas enormes, las hay negras, azules, y hasta rojas- y continuó mirando a Pablo –cuando estas aves aparecen, el cielo se nubla como si fuese a llover, pero no, todo se pone tal y como está cuando las aves desaparecen.
Terminado de decir esto, el gordo Rafa volvió a sumergirse en la lectura y a partir de allí dejamos de existir para él.
Jalisco ladró invitándome a irnos para la casa, Le pasé la mano por el lomo y lo seguí.
CON SU LOMO ERIZADO
Una tarde, llegando de la escuela, sentí ladrar y gruñir a Jalisco como nunca. Las gallinas del corral, azorada, cacareaban que daban susto. Al entrar al patio, tal parecía que los animales habían visto al mismísimo diablo.
-¡Coño!, ¿será que aparecieron laspicualas - me dije mirando para las altas nubes.
Mamá se asomó a la puerta de la cocina y gritó.
-¡Jalisco, basta ya!- y después -¡Antonio, deja ya al animal!
Me asomé por detrás de la mata de coco y efectivamente, vi a Antonio el loco dándole golpes a la cerca de varillas de marabú con un saco de yute, mostrando su sonrisa sin dientes como festejando la gracia.
Agarré una piedra y sin pensarlo dos veces se la lancé al tartamudo que ni se enteró de mi heroica acción. Llamé a Jalisco y vino hasta mí ladrando, gruñendo y dando saltitos con su lomo todo erizado para que vieran que con él la cosa no era fácil.
Todo terminó con un coscorrón “por la piedra lanzada a Antonio. Eso no se hace” dijo mi mamá. Me dolió su poquito y hasta creo que quise llorar, no estoy muy seguro de eso, pero de lo que si estoy seguro, seguro, es que miré hacia el cielo por segunda vez.
Las picualas no se aparecieron por todo aquello.
AL RIO
Planeamos ir el próximo sábado a bañarnos al río Tínima . Al principio mamá se oponía, pero al conocer que también irían Rolo y Pepín, además del gordo Rafa, cedió al fin.
Esa mañana del sábado era tibia y no había nubes. El cielo estaba limpio y brillante, un día bárbaro para un chapuzón.
Nos reunimos en casa de Pepín.
Cuando llegué ya estaban allí Rolo, Pablo, Manolito. Pablo me presentó a Cundo, un negrito de ojos grandes, como asustados, que vivía con su abuelo por allá por la loma de Juan Caballero, cerca del tejar de los Yánez.
Cundo me pareció simpático y hasta le pasó la mano a Jalisco por la guataca en señal de saludo. A todos nos cayó bien y con el tiempo paso a ser parte de nuestro grupo.
Lo sucedido en el río fue tremendo. Hay que decir que Jalisco fue el campeón de natación, salto mortal y resistencia.
De regreso a la casa, en horas del mediodía Jalisco le partió para arriba a unas chivas que se encontraban pastando cerca de un monte de marabú. Las chivas se le viraron e hicieron parar en seco al perro en su intención canina de morderles las patas.
Oí decir a Pepín que las chivas eran muy sabrosas e invitó a Rolo a ayudarlo para azuzarlas hacia el montecito que se encontraba como a cincuenta metros de donde estábamos nosotros y se perdieron con ellas, no sin antes decirnos que los esperaramos. Siempre pensamos que nos traerían un buen pedazo de carne, para nosotros también disfrutar de las chivas.
A los diez minutos vimos a Pepín y a Rolo salir de entre el monte aquel como si fuesen papalotes “a bolina” y detrás de ellos, con una gran estaca en las manos, a la vieja Lola, la gallega dueña de los animales, gritándoles.
-¡Asquerosos!, ¡sinvergüenzas!, ¡desgraciados!, ¡mira que hacerle eso a mis chivas!
Nosotros, al ver aquello, también comenzamos la estampida. Rolo y Pepín, pasaron por nuestro lado como almas que se llevara el diablo.
Mucho tiempo viví intrigado por aquella acción de mis amigos porque la vieja Lola, cada vez que pasaba por mi lado, me viraba la cara diciendo “¡asquerosos!”.
La vida y el tiempo, me hizo perder la inocencia y saber la verdad de todo.
JALISCO
Recuerdo que fue un domingo.
Triste paradoja que me guardaba ese día.
Hermoso y apacible, alegre por demás para todos los que no teníamos que movernos de la tibia cama para ir a la escuela ni los adultos a trabajar.
Ese día amaneció Jalisco tieso y lleno de hormigas bravas, debajo del limonero.
Recuerdo que esa noche no lo sentí ladrar y hasta me alegré porque pude dormir a piernas sueltas sin su ladrido dentro de mis sueños.
Mamá me avisó a la cama.
Cuando llegué a donde él, ya papá lo estaba enterrando allí mismo, bajo la mata de limón.
Me dio tiempo, tan sólo, de verle la punta negra de la cola antes de que la paletada de tierra le cayera encima.
Algo muy grande y violento me quemaba la garganta, algo que me impedía llorar. Abracé a mamá. Ella me acarició suavemente el cabello diciéndome que ya tendría otro perrito.
-¿Manchado, mamá?- le pregunté, y luego -¿Y le puedo llamar Jalisco?
Mamá no me contestaba.
Miré para arriba, el cielo estaba con algunas nubes negras, como si fuese a llover y allá en lo alto, encima de nuestro patio, me pareció que volaban unas picualas.
Entonces sí empecé a llorar.
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