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Inicio / Cuenteros Locales / Hangyakusha / Django o el Arte de Engullir Canastas o en su Defecto Etanoles

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Django nunca molestaba a nadie. Dormía plácidamente donde se le antojaba y como no pedía nada a nadie sentía que no le debía nada a nadie. Su único problema era sobrevivir la noche y los perros, no sólo los extraviados, huérfanos como él, sino los que caminan de a dos patas en la oscuridad. A esos no se les puede decir que no; en ocasiones se lo habían advertido a gritos, pero para las palabras parecían pasar sin ser percibidas por sus oídos vacíos. Nadie le había oído hablar tampoco, era un vacío atrapado en un cuerpo hirsuto con ojos llorosos y nada más.
Todas las mañanas amanecía en el mismo sitio, SU sitio, en medio de la plaza, debajo de un árbol y rodeado de palomas. Muchas veces amanecía desnudo y borracho, sin entender qué es lo que había pasado. Se paseaba tambaleante en medio de la gente que venía de paso por la plaza, mientras mujeres-bien se tapaban los ojos simulando vergüenza ajena. Nadie sabía de donde conseguía el aguardiente diario, pero eso sí, todos sabían que era lo único que consumía. No se le había visto probar bocado jamás y eran pocos los que se atrevían a negar esa afirmación. Cuando llegaba el invierno se las ingeniaba para surtirse de un cúmulo de trapos que acomodaba ingeniosamente alrededor de su calavérico cuerpo haciendo imposible casi el poder moverse. Era sorprendente, para aquellos que alguna vez lo habían visto desnudo, el verlo moverse ataviado con semejante pelota de trapos siendo tan minúsculo. Pero le resultaba siempre bien, porque para dormir bastaba con tirarse al suelo y ya.
Un día, Django desapareció; no era la primera vez que uno de esos 'loquitos' desaparecía por la gran ciudad. Fue entonces cuando resurgió su leyenda. Decían que en algún momento, algún constructor lo habría visto y llevado con él, limpiado, vestido y alimentado. Le habrían dado un banquete de comida, licores y mujeres por toda una noche para, al día siguiente, enterrarlo entre los cimientos de alguna obra de gran envergadura como un sacrifico de sangre hecho para que la obra durase una eternidad. Todo el mundo asumió verdadera esta hipótesis y Django pasó al olvido. Tres días después de su desaparición otro bulto apareció en el mismo sitio que él solía ocupar. Parecía tampoco ser capaz de escuchar o hablar pero a nadie le interesó comprobarlo. Sin dejarse esperar, la gente le puso el nombre de Salomé. Esa noche, Salomé, ejecutaría su primer baile, el mismo baile que Django solía ejecutar a diario cuando todos nos encontrábamos durmiendo o disfrutando de una cena especial ensimismados en la forma de nuestra corbata o el nuevo color de nuestro cabello. Esa sería su primera noche en SU nuevo lugar mientras se disponía a armar su 'cama' hecha de papel periódico pasado. Los titulares anunciaban la futura construcción de puentes trillizos en la ciudad; a ella qué le importaba, no sabía leer y en lo único que podía pensar era en el placer de dormirse y olvidarse de estar viva hasta que la maldición de la mañana le llegase de improviso.

Texto agregado el 06-06-2007, y leído por 166 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-06-2007 no pos no, a mi gusto le falta muuuucho, pero muuucho trabajo. la idea es buena aunque los mendigos no dejan de ser un lugar comun. tu cuento es descriptivo pero no lo aprovechas para aportar un poco mas a la critica social que parece vislumbrarse. trabajo joven trabajo depasonomas
07-06-2007 Ay, eres del alqaeda venuncuentotevoyacontar
07-06-2007 Real. Es muy difícil leer algo real, dicen que duele. Y sí, duele. Pero me gustó. Saludos. diekrankeKraken
 
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