Me quede atontado mirando las sábanas que empezaban a coger cierto tono amarillento. Las arrugas, hacían palpable que llevaban varias semanas sin ser cambiadas. ¡Y como las iba a cambiar!. Como no plastificara el colchón con bolsas de basura, las sábanas de recambio no las encontraba, debían de llevar un estampado de camuflaje. Ella era quien las guardaba, seguro que las había escondido o se las había llevado, llenando una maleta cuando se fue hace mes y medio.
El espectáculo en la cocina, no era mucho más halagüeño. En el fregadero había creado una torre de Pisa a base de platos soldados con el pegamento más potente del mundo; espaguetis a la carbonara resecos. Iba a necesitar un martillo neumático para liberar la pila. Pero antes debía llegar hasta allí. Andar por la cocina, era como andar por la luna, se me quedaba el pie pegado al suelo. Viéndome caminar sobre aquel pavimento hubiesen pensando que estaba imitando a Armstrong, si no fuese por el color rosita de mi atuendo, gracias a mis experimentos de mezclar ropa en la lavadora. Nunca pensé que una toalla roja, pudiese causar ese efecto en toda la colada. Además me había encogido y parecía que iba a la "última". Todo entalladito, enseñando los calzoncillos y el ombligo.
El gato había aprendido a maullar como si llorase un bebe para pedirme la comida. Y no me había vuelto a mirar de la misma forma, desde que me pilló comiendo de su pienso y en su propio plato. Se me habían acabado los víveres de la despensa, no me quedaban más berberechos con abre fácil, y acompañando el pienso con una cerveza, mientras veía el partido, me hice a la idea de que eran quicos. De todas formas le dije que no me daba ningún miedo, que se estaba quedando en los huesos y sin pelo. A lo que me respondió con un “miau” que me pareció entender “Y tú”.
Hugo me había convencido para apuntarme en un campeonato de tenis de su club. Haciendo deporte, tenía la seguridad de que me iba a recuperar con más facilidad del abandono de la "Gorda" . Además, el tenis se me daba bien, después de varios años tomando clases, mi estilo estaba muy depurado. El problema es que no tenía ropa limpia que hiciese juego con mi estilo y el primer partido lo tenía aquel día.
Me tuve que poner la camiseta rosa que llevaba, aunque fuese un poco incómodo que se me viese el ombligo. Para la parte de abajo, lo único que localicé, eran unos pantalones rojos, tipo rocky, que hacía años que no me ponía. Los calcetines con sus dos rayitas, una roja y otra azul. La puñeta es que tampoco encontré mis malditas zapatillas, en realidad no encontré ni unas bambas, por lo que tuve que ponerme los zapatos castellanos marrón oscuro. Eso si, les arranque la borlita que llevaban. Mi casa sin la "Gorda" dentro, era un misterio, un laberinto. Tampoco encontré mi raqueta Prince, menos mal que rescaté mi Donay de madera del cuartito de los trastos, de lo contrario, hubiese tenido que ir a jugar con una raqueta de playa y no sé si hubiese alcanzado la misma potencia con mi golpe de derechas.
Finalmente, no tuve más remedio que acudir a mi cita deportiva, vestido de esa guisa. Conocía a Hugo y no me hubiese vuelto a hablar, si hubiese dado plantón a mi contrincante.
La verdad es que cuando vi a a mi rival, me tranquilice. Supe que aquel partido estaba ganado. Se llamaba Julián, tendría unos 50 años, y su aspecto era del típico pasabolas. Tenía todo, absolutamente todo lo necesario y no necesario, para la practica del tenis. El conjunto impecablemente blanco. La camiseta metida por debajo del pantalón, dibujaba perfectamente una tripa que parecía hecha con compás. Sus piernas flacas y arqueadas sólo se podían ver hasta la mitad, el resto las tapaban los calcetines que los tenía estirados hasta las rodillas. Lo más impresionante de todo, era que su calva la adornase con una hermosísima e impoluta cinta elástica, para que no le cayese el sudor en los ojos.
Los dos teníamos cierto aire de sorpresa cuando nos saludamos. Es posible que él pensase lo mismo que yo, pero lo dudo. Yo había acudido así por razones de logística, él por horterismo profesional. La verdad es que no sabía si íbamos a jugar un partido de tenis o interpretar una versión de los Village People.
Empezamos a pelotear. Al principio me costó adaptarme, pero no por incomodidad, si no por el ruido que hacían mis zapatos al correr. Mi raqueta, más que una raqueta parecía un caza-mariposas. Estaban tan destensadas las cuerdas, que cuando golpeaba la bola, sonaba un ruido parecido a un muelle roto y la pelota salía disparada con intención de coger órbita. Entonces el otro gritaba ¡NO! ¡Coño! Que estamos peloteando. Si, pero a mi me gusta cantar todas las bolas.
Cuando pasó un cuarto de hora de peloteo, me adapté. Vi que aquel partido iba a ser pan comido, por lo que le cedí el saque.
Me puse en posición de recibir...eeel servicio. Tiró la bola hacia arriba, pegó un pequeño salto e hizo una especie de cinta con la raqueta, no sé... algo rarísimo y lanzó un zurriagazo que no vi ni la pelota. Me quedé tan atontado, que el rival para espabilarme me grito. ¡QUINCE-CERO! Estuve a punto de contestarle que aquello no valía por antiestético, pero me conformé y me fui al otro cuadro. Al saque siguiente, no me pilló de sorpresa, le envié un buen revés cortado. A lo que respondió con una bola blanda a mi derecha. Me la había dejado perfecta para realizar mi mejor golpe al ángulo corto y pensé que a aquello no llegaba. Pero aquel calvo gordinflón, cuando corría no se le veían los pies y llegó con tiempo para poner la raqueta y devolverla. Le volví a tirar un revés cortado y angulado. Pero me hizo la misma jugada, llegó para ponerla otra vez en mi campo. Esta vez no, esta vez le puse toda mi alma en el golpe y el primer bote de la pelota, lo dio en una piscina que estaba a 100 m. ¡TREINTA-CERO! ¡Pero aquel tío se pensaba que era amnésico!. En el siguiente saque le devolví un resto imparable. Aquel puñetero pasabolas, no sé si se encontró la pelota, pero le salió una dejadita, que se giró todo el mundo del ruido que hacían mis castellanos contra la pista, cuando intentaba alcanzar la maldita pelota. Pensarían que estarían jugando Fred Aster contra Gene Kelly. ¡CUARENTA-CERO!
Aquel partido fue horrible. 6-0, 5-2 y retirada por esguince. Tuve que disimular la cojera hasta el coche y mientras cojeaba pensé. “Tampoco estaba tan Gorda. Si acaso rellenita”
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