Una vez que la vi, mi mente no pudo dejar de recrear una y otra vez su imagen. Esos ojos tan enigmáticos que me pedían a gritos silenciados ayuda. Esos ojos claros, que me hacían perderme en su mirada y balbucear palabras incoherentes por el simple hecho de no saber quedarme callado. Apenas la vi y me di cuenta de que con ella quería pasar el resto de mis días. Yo quería que ella fuera la madre de mis hijos, la señora de mi adoración, con quien yo pasara mi vida entera. Ella era la mujer de mis sueños, estuve seguro desde aquel instante en que la vi.
El primer día de clases había empezado deliciosamente, tanto así que me dejó un sabor de boca exquisito. El primer día de clases la vi y desde entonces no he podido dejar de pensar en ella. Pero no podía dejar que supiera mis sentimientos ni siquiera podía saber mi manera de pensar, por lo menos no por ahora. Dejé pasar un tiempo prudente después de esa casualidad en la misma aula, no podía dejarla creer que me interesaba más de la cuenta. Era la primera semana de clases y yo ya había obtenido, tres regaños y dos tareas extras. Pero no me importaba porque, aunque ella era una alumna más que acudía, al igual que miles de personas, a clases me había robado el corazón.
Después de esos 4 días de escuela sin volverla a ver, sentía que me iba a volver loco. Su nombre ni siquiera lo conocía, pero no era necesario para planear aquel futuro que viviríamos juntos. Decidí faltar a la primera clase del lunes, tenía que verla entrar. Tenía que saber a que horas llegaba, verla bajarse del coche, mirarla, que me mirará. Sonreírle y obtener una sonrisa de vuelta, saludarla, seguirla, caminar a su lado, cargarle los libros, llevarla a su aula, casarme con ella y morir juntos. Tenía tantas cosas que hacer y ya era lunes.
La vi caminado con su mochila al hombro, una blusa blanca, un chaleco negro, una falda entallada y su cabello suelto. La vi caminando con una seguridad de diosa, viendo como los angelitos le hacían volar los rizos de su cabello. Después de mis divagaciones, me di cuenta de que ella ya había acelerado el paso y me llevaba delantera. Caminé deprisa, siempre con la vista fija para no perderla de nuevo, porque ésta vez no me lo perdonaría. Creí que con el paso que llevaba jamás la alcanzaría pero lo hice, cuando ella se detuvo a revisar su horario. Me di la libertad de mirar desde su espalda aquel papel con el aula, la clase y el maestro escritos, también me di la libertad de oler ese cabello que quería acariciar cada mañana hasta cansarme.
Creo que la asusté, porque volteó casi por reflejo a verme con esos ojos claros abiertísimos. Me miro por unos minutos un tanto confundida, supongo que porque yo tenía cara de desquiciado. Ninguno de los dos pronuncio palabra alguna por unos minutos. Quise besarla en ese preciso momento, quise besarla y abrazarla, tenerla siempre entre mis brazos. Pero no podía, era muy pronto, yo la amaba y ella no me conocía.
Algunas personas a nuestro alrededor caminaban con prisa, otras tantas caminaban sin rumbo fijo. Pero yo me había perdido en esa sonrisa, en esa boquita fina, en esas facciones bellas. Me había perdido por completo hasta que ella me pregunto que si se me había perdido algo. Pensé en decirle que se me había perdido el corazón pero que estaba bien, que se lo quedará. Pero era demasiado cursi para las primeras palabras pronunciadas. “¿Te conozco?” Me preguntó aún mas confundida e impaciente. Pero no le respondí eso, solo le dije como me llamaba, que quería verla algún día fuera de la escuela, que me encantaba su sonrisa, que ya iba a tarde a clases, le platiqué sobre nuestro encuentro con la casualidad el primer día de clases, que se veía muy bien con el cabello suelto, que me gustaría ayudarla con los libros algún día. Pero cuando vi que su mirada se impacientaba ignorándome terminé mi discurso con un “No, no me conoces.” Después de eso ella dio la media vuelta, sus rizos me pegaron en la cara fríamente y tiro el papel que leía a la basura, junto con mi corazón.
|