No fumo en invierno, tampoco en verano. Es más, ni siquiera fumo.
Por un capricho de la vida tengo encendido este cigarro que se consume tan rápido y a la vez tan lento. Nunca entendí a la gente que decía que un cigarro relajaba, aunque en realidad nunca me importó demasiado entender a las personas. A medida que caían las cenizas y distinguía otras colillas en el suelo, me puse a pensar en la estupidez de libro que iba leyendo en la micro. Hablaba de muerte, pero vaya qué curioso modo de entenderla. Decía que en realidad nunca había descanso pues en el fondo se seguía pensando después de muerto. Digo que era estúpido el libro porque no falta el tonto que no piensa en vida que va a querer morirse para pensar después de muerto. Aunque, claro, hablo de resentido; sólo una idea vaga he logrado concebir de la muerte. No, no da para algo muy profundo, simplemente es una solución cuyo problema nadie me ha planteado.
Mi padre murió en noviembre (curioso mes, tan dulce, tan triste, qué intrigante es noviembre) y yo debí encargarme de las cosas prácticas, como la compra del ataúd, el terreno en el cementerio, todas esas cosas. Como nunca logré una conexión con mi padre, en plena conversación con el servicio de la funeraria la locura se apoderó de mí y dejé todo hasta ahí, y partí raudo a la plaza donde solía dibujar tardes enteras. Necesitaba pensar muchas cosas, ordenar ideas, hasta concluir algo que justificara, al menos en parte, la muerte de mi padre. Entonces fue cuando noté que había una persona fumando en la plaza, y me hallé sumido en una mirada casi psicópata con el cigarro. Vi de pronto las cenizas que se desprendían de él y concluí que la solución para frenar el crecimiento de los mares era cremar a todos los muertos del mundo y tirar sus cenizas hasta formar un gran cerro de arena que absorbiera en parte el océano. Me sorprendí de haber pensado algo tan brillante e improbable a la vez, pero el tiempo pasaba y recordé que estaba ahí para pensar algo que me fuera útil, pero mi momento de concentración se había esfumado y me fui a preparar la cremación de mi padre (lo único que saqué en limpio esa tarde). Quizás esa es una historia sin importancia, pero ahora, cuando mi cigarro de consumió completamente, me doy cuenta que en vida sólo atinamos a hablar de muerte, pero quizás de muerto no se piensa de la vida y me sentí de pronto tan pequeño, tan miserable, sin más importancia que una gota absorbida o un cuerpo consumido. |