Cuando salí del Servicio de Urgencia, vi a un anciano de porte distinguido apoyado en el costado de mi taxi: su arrugado traje no era barato, de aproximadamente 70 años se veía algo encogido, en sus ojos color azul pálido aleteaba un dejo de tristeza mientras miraba un punto indeterminado en el espacio ¿o en su interior?
Le saludé, y abrí la puerta trasera; se acomodó descansando sus largas piernas en diagonal. Cuando habló su voz educada y cansada me confirmó la impresión de que el pasajero sentía una profunda tristeza.
---Vamos a San Carlos por favor ---dijo
Enfilé hacia el sector alto de la ciudad buscando las vías más expeditas y evitando los centros comerciales atestados en la víspera de Navidad. El pasajero miraba en silencio el rápido desplazamiento de la miríada de vehículos cargados de los más variados paquetes; caras sonrientes de niños asomadas o pegadas a las ventanas, contrastaban con las de los padres que se apresuraban con las últimas compras navideñas.
---Sr. Ya estamos llegando, ¿Por qué calle le conviene?—pregunté
---En la próxima a la izquierda---Informó lacónico
--- ¡Pare!…por favor…estaremos un rato, apague las luces---prosiguió
Detuve el auto bajo unos árboles y con las luces apagadas esperé las instrucciones del extraño pasajero. Aproveché de observarlo a través del espejo: Estaba mirando con insistencia una casa ubicada en diagonal a nuestra ubicación, las ventanas iluminadas con visillos, permitían ver el árbol navideño que guiñaba sus luces desde el living. Lágrimas rielaban en los ojos del hombre, vistiéndose con los cambiantes colores de las luces y costosos adornos que adornaban la mayoría de las casas; el festivo ambiente contrastaba con la evidente tristeza que emanaba de la actitud de mi pasajero.
---Vamos, ordenó, usted debe querer llegar a compartir con su familia--- indicó
---Aún es temprano respondí, además en mi casa ya están acostumbrados a mis horarios— ¿Dónde lo llevo ahora?
---Por el camino a Farellones, por favor---Pidió
En silencio me desplacé en la dirección solicitada dejando atrás el lujoso barrio. Al llegar al camino hacia el centro de esquí, con un gesto me indicó la subida. Unos minutos más tarde estábamos lejos de los sectores poblados y siguiendo el sinuoso camino llegamos a las proximidades del puente que cruzaba la carretera. Hacía varios minutos que no nos habíamos cruzado con vehículos, me pidió que detuviese el auto antes del puente sobre un mirador desde el que se aprecia el magnífico espectáculo de la ciudad iluminada, hacia el poniente y la luna pintando el río con un plateado brillante y frío en dirección al oriente.
---Déjeme aquí por favor, seguiré solo el resto del camino.---Instruyó en voz baja
Miré el cimbreante puente que colgaba a unos quince o veinte metros del lecho del río. No conocía viviendas en la orilla opuesta del río, la zona poblada había quedado atrás.
De entre sus ropas extrajo un pequeño bolso y me pasó un puñado de billetes. --- Tenga, dijo--- Déles una buena navidad a los suyos y recuerde a un viejo que en la soledad sólo ha recibido cariño y respeto de extraños.
--- ¿De qué está hablando?---Pregunté. ---Ud. Debe tener una familia que lo espera ahora mismo. ¿Porqué si no fuimos a mirar esa casa en San Carlos?---Proseguí
---… Esa casa es de mi único hijo, manifestó con profunda desazón. Yo acabo de salir del Servicio de Urgencia de salud, donde lo he tomado; estuve internado casi un mes y nadie, nadie de mi familia se asomó para verme. Lo único que esperan es mi muerte para pelear por mi herencia. Ahh joven, suspiró; he recibido más atención de las enfermeras, de usted, de gente que no conozco, que de mi familia.---
Hundió su cabeza sobre el pecho y un profundo sollozo se abrió paso entre sus prejuicios y su orgullo. El hombre altanero y seguro de si mismo que parecía haber sido, fue cediendo para dar paso al anciano olvidado y necesitado de cariño.
Tomé una determinación y conduje de regreso por donde habíamos venido, el hombre sollozaba olvidado en el asiento trasero, ovillado en su soledad, incapaz de reaccionar. Miles de recuerdos de alegrías pasadas no lograban despejar su soledad actual.
Cuando llegué a mi casa lo tomé del brazo y lo hice descender, cuando mi mujer abrió la puerta con extrañeza le dije: tengo un invitado a la cena, ¿alcanza para uno más?
Mis pequeños hijos se encargaron de entretener al anciano y lo mantuvieron ocupado colgando adornos en el árbol navideño hasta que fuimos llamados a la mesa.
Mi esposa repartió la cena y pidió a los niños que expresaran un deseo de navidad. Mi hijo Matías de cuatro años dijo: Sr. ¿Podemos llamarlo abuelo?
©Corguill
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