El cuerpo insólito de la bruma me echó con su céfiro apesadumbrado, aquel muelle de antaño me recordaba la ultima vez que besé unos labios sublimes sin pintura, un célebre beso, de esos que salen desde las meras entrañas del alma. En el woodman, Bob Dylan canturreaba casi llorando. Entre esa lluvia de añoranzas, sin dilema por optar, abandoné a pausas aquel pétreo muelle, como quien deja un cementerio donde yace una madre.
Esa mañana, paseando por entre los lindares del mar, dirigiéndome al paradero de un tranvía cuyo destino tenía que ser el sur, encendí un cigarrillo mientras equilibraba mi bufanda trémulamente. El frío viento me articulaba con una voz estricta “apresúrate, o te congelaré”, de hecho, le hice caso.
Eran las seis de la mañana, la escasas gentes a esa hora pasaban por desapercibidos ante mí. Deletreando algunas canciones en un incoherente inglés caminaba a pasos cada vez más largos.
Unos dedos femeninos me rozaron el hombro, lo predije por su perfume. Cuando volteé hallé una fisonomía cándida: cabello natural, piel sin maquillaje; su caluroso aliento me hizo olvidar por lo que estaba pasando.
__ Corrí mucho para alcanzarte. A estas horas no se consigue fuego fácilmente-, me prenunció mientras intentaba aspirar gravemente.
__ Lo entiendo.
Coincidimos; solo eso. Me contó que hacía ahí a estas horas…Me sorprendió que estaba ahí para recordar los viejos tiempos.
Me disculpo por los errores ortográficos, estaba apurado, gracias.
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