Luminosa, era una mañana especialmente luminosa; de ésas primaverales en que los rayos del sol se empeñan en menguar nuestras pupilas. Me encontraba deambulando entre un mar de toldos; de colores, a listas, con estampados florales… Algunos puestecillos ofrecían todo un mundo de artilugios, curiosidades y souvenires varios; otros alegraban la vista e incitaban a que el paladar imaginase los más exóticos sabores con pilas de fruta variada, hortalizas y frutos secos. Artesanía oriental, camisas de flores, bragas y calcetines, vinilos antiguos…y la vi.

Detrás de un mostrador, forrado en terciopelo lila, estaba ella. Vendía, junto a su compañero, poemas de amor. Tras deleitarme algún tiempo con la lírica, caí en la cuenta de la expresión fantasmal que enturbiaba el rostro de la dependienta. Estaba totalmente evadida del bullicio del mercadillo, con una mirada triste tiñendo su estampa. Era una expresión que me dejó sobrecogido, pues no podía entender cómo podía una persona sentirse desdichada en una mañana tan perfecta. Traté de sonreírle, pero no hallé respuesta. Acto seguido, extraje una moneda de dos euros de mi bolsillo y, tras mostrársela para captar su interés, la hice desaparecer con un rápido golpe de muñeca. Puede que se tratase sólo de mi imaginación, pero me pareció intuir una especie de tímida sonrisa. Tras mucho meditarlo, pues esta técnica requiere situaciones extremas, decidí poner cara de hipopótamo (mi especialidad). La chica se giró, desconozco si para ocultar su sonrisa o por el impacto que mi truco especial pudo producirle.

- ¿Qué desea?- Intervino el otro dependiente, que parecía haberse percatado de la situación y me miraba compasivo.
- Em…yo, estaría interesado en la sonrisa de esa chica.- Respondí, sintiéndome un tanto estúpido.
- Creo que va a ser difícil, no podemos vender cosas que no tenemos. ¿Pero qué puedes ofrecer?
- Pues verá, soy escritor en busca del éxito, y poco más que mis textos puedo ofrecer.- Hasta aquél momento no me había dado cuenta de lo ínfimo que puede resultar ser “escritor en busca del éxito”.
- Mira, en este comercio apreciamos la literatura, vendemos poemas; pero mucho me temo que tus textos no van a ser suficientes para lograr su sonrisa.

Perfecto. Di media vuelta y comencé a caminar en dirección a la entidad financiera más cercana. Sólo existía una manera de aumentar mi capital y, aunque me resultase desagradable, estaba dispuesto a conseguirlo por aquella sonrisa. Cuando me recibió el gerente de la sucursal con un cordial “buenos días, en qué puedo ayudarle”; supe que mi respuesta no admitía ya marcha atrás: “Buenos días, quiero hipotecar mis textos”.


FIN


Buenos días con una sonrisa!!!