¡Tan intensos que me desbordo
y mi cuerpo se vacía!,
tan intensos que dejo de ser material cuando los doy,
tan intensos que mis labios se abren al darlos
y rocían rosas fragantes mezclados con ellos,
tan intensos que no se soportan más de unos momentos,
tan intensos que ni el mar puede con ellos,
ni el sol es capaz de quemarlos,
ni la tormenta los arrasa.
Tan intensos que ruedan por los desiertos eternos
entre serpientes y escorpiones,
entre salazares y aguas subterráneas
y aun así siguen llenos de vida palpitante.
Tan intensos que mi lengua se une a ellos
¡y se sirven de guía en la duda eterna!
(Eterna duda de amar al amado
o dejar que te ame el que solo te ama por amar,
por remeterse entre tu carne caliente
y tu piel curtida;
el que más que nada se ama a él
-¡¿o solo se ama a él?!-
y después, mucho después, empieza a quererte -no a amarte- a ti,
a descubrir una sonrisa que no puede abandonar,
y esos besos tan intensos que,
acostumbrado a ellos, no quiere que le falten
y los mantiene mientras espera otros de la misma intensidad.)
Miríadas de besos intensos para tu boca,
miríadas de labios cargados con ellos
-mis labios rojos intensos prendidos de besos-.
Lluvia de besos en la noche, todas las noches y todos los días,
todos los segundos ocupados por ellos -por los besos intensos-,
¡bellos besos intensos agotados de tanto amar sin amar!
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