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allí estaba, a unos paso de mis pasos. un temblor me hizo dudar de lo concertado meses atrás. miré mis manos y sí, allí estaban todos mis textos, todos mis textos, todititos, pero... frente a mí, a unos pasos estaba el gran inquisidor de las letras. no eran tan alto como decían, no vestía bien como escribía sus notas tras cada novela, cuento, ensayo. no, mas bien era joven, bajito, pelo corto, lentes de carey y oscuros. todo de negro, hasta la camisa, zapatos y corbata, aunque no se le veía siniestro, al contrario, parecía ser de esos amigos que gustan hacer las cosas mas malas durante su vida, como escupir a la cara de una anciana, o un ciego; o vivir como drácula de noche, chupando toda la sangre en cada papel escrito que tenía en las manos, y dormir de día como un niño preso de sus eternos padres dueños de medio mundo. sí, esa era la imagen que veía ante mis ojos, por supuesto, acompañado de todos mis temores y verdades atadas con las cuerdas de lo incierto, gritándome que sí, que sí, que sí es así, que va a valorar mis letras, mis cuentitos de no mas de doscientas cuarenta y nueve páginas en arial 2. de pronto se detuvo, mi aliento también. di un paso, luego otro hasta llegar a unos pasos de su cuerpo, de su diminuto cuerpo maldito de letras encendidas y llenas de pus... perdón, le dije, ¿puede usted comentar mis textos?. me miró de arriba abajo, pues soy muy alto, flaco y de cabello largo como esos pelos del maíz. ¿puede?, repetí. se quitó los lentes oscuros y percibí sus ojos. eran grandes, saltones como el sapo y azules como el mar, y en el centro de sus iris pude ver todas las verdades de la impotencia humana. había fuego, un infierno de insectos, de mariscos, de uñas de gato, y todos de un solo color... el color negro, como el vacío de un abismo. está muerto, sentí. mis manos soltaron todos mis textos cayéndose al piso. el gran crítico, lo recogió. lo puso en un fólder que tenía bajo su saco. se puso sus lentes oscuros, se dio media vuelta y sin decir un sola palabra se alejó de mi presencia... mientras se alejaba de mi vida, un nudo en mi garganta me avisaba que estaba a punto de convertirme en estatua de sal, que estaba a punto de morir sobre mis carnes. y sí, sí morí para siempre al ver que este hombrecillo vestido de negro, entraba en un auto negro, de lujo, gritándole al chofer: ¡vamos, todo apesta a silencio y vacío de botella podrida!... al día siguiente, me fui de la ciudad y nunca mas volví a leer un solo libro ni a escribir una sola letra, porque, cuando me vi en el espejo, pude verme tal como estaba, estaba en el mismísimo infierno, encerrado dentro de mis dos ojos, aunque fueran de otro color, de otro sabor y de diferente tamaño... |
Texto agregado el 03-06-2007, y leído por 274 visitantes. (1 voto)
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