Neblina.
Invisibles los objetos a diez metros de distancia.
Un auto avanza con lentitud por las estrechas calles de la ciudad en busca de la autopista.
La ciudad despierta en este domingo tranquilo.
Algunos transeúntes, escasos a esa hora –seis de la mañana- tratan de reconocer a los que van dentro del auto.
Una mujer y un hombre.
El al volante.
Ella amorosamente recostada a su hombro.
Ya en la carretera nacional el auto se lanza hacia el occidente.
La ciudad, con sus casas de paredes carcomidas y despintadas, va quedando atrás perdida en la neblina pesada y húmeda.
Por delante cientos de kilómetros, a ella además. algunas horas de vuelo sobre el Atlántico.
“Llegó aquella tarde a su casa con el cansancio reflejado en el rostro. Aquel proyecto era realmente agotador. El día entero calculando velocidades, diámetros, caudales, trazando líneas y leyendo normativas le habían congestionado los ojos y sentir un cansancio doloroso en las órbitas.
Abrió la pequeña puerta de acceso al jardín que rodea el portal de la vivienda. Un pequeño pero alegre jardín. Begonia recién abiertas y en la flexible rama de la planta de flor de pascuas, sembrada unos meses antes, presintió el reventón de los primeros botones. La planta de rosas diminutas no avanzaba y el exuberante bosque de margaritas, estaba constelado de blancos brotes.
Un ligero voltear de la llave y la pesada puerta se abrió.
-Ya estoy en casa- dijo. Cerró la puerta tras de sí y colocando el pequeño maletín de piel carmelita sobre uno de los sillones del recibidor, encaminó sus pasos hacia la habitación principal.
Todo en penumbras. La radio, sobre la pequeña mesa de noche estaba sintonizada en una emisora de música instrumental selecta. Aún ahora, después de tantos días, no ha olvidado que la Orquesta Sinfónica de Londres estaba ejecutando ‘Bolero’ de Maurice Ravel.
Las manos firmes sobre el volante, quizás con mucha más presión de lo debido. Ella observa aquellas manos que siempre le han gustado. Se inclina hacia la radio cassetera y con una vuelta del botón se hace escuchar, entre ruidos de la estática a alguien cantando de manera estridente.
-Mejor escuchamos un cassete- dice el hombre.
De la guantera niquelada la mujer extrae varios. Escoge uno al azar: “Perales, éxitos del 80”.
-Ese mismo, como tú quieras- dice él.
La mujer introduce el cassete con la delicadeza propia de su edad y oprime la tecla PLAY.
La vos del cantante español comienza a invadir de nostalgia el ámbito minúsculo del automóvil.
Casi, sin darse cuenta, se sorprenden ambos tarareando aquella canción que habla de un tal Adrián, solo y triste como todos los demás y que tuvo, a pesar de todo, un amor feliz.
-Linda canción, verdad?.
-Sí –dijo él- y tan triste como nuestra historia a partir de nuestra separación.
El hombre se vio ahora sentado a la orilla de la cama. Recordó que Lu tenía el rostro vuelto hacia la pared.
La espesa cabellera color trigo de la mujer le ocultaba parte de las mejillas.
-¿Ya estás aquí?- preguntó ella y… ofreciendo su rostro para el beso, volvió a preguntar -¿cómo te fue por el trabajo?.
Erman se inclinó besándole los cabellos. Lu acercó más el rostro para ser besada en los labios, de esa manera suave con que él la tenía acostumbrada.
Ojos húmedos, semblante triste.
-Qué te sucede, porqué lloras?
-Nada, pensando en los muchachos, no puedo evitarlo.
-¿Pero les sucede algo a ellos?
-¡No!, sólo que les hecho de menos.
-Pero… ya ellos saben que vas pronto, ¿no?
-Sí… y quieren que me quede.
-¿No me digas? ¿Y qué piensas?
-Yo no quiero dejarte, quiero tenerte allá conmigo.
Ahora la visibilidad en la carretera se hacía mucho mejor. El campo se ofrecía aromoso y lleno de vitalidad tropical.
-¿Irme de aquí?- dijo Erman sorprendido.
Hizo girar el cuerpo de su mujer hacia él y la estrechó fuertemente.
-Creo que ahora sí estás loca. Yo no he pensado abandonar por ahora este país, con toda su basura y estupideces, y si algún día lo hiciera, no sería por medios ilegales.
-Bien sabes que este país no avanza chico- dijo Lu, sin mirarlo al rostro y acomodándose el cabello con un movimiento de cabeza muy peculiar en ella.
-Mira amor- le dijo Erman- no quiero entrar ahora en un tema harto discutido ya. Lo que te digo es que no salgo por ahora del país- Erman se para de la cama y poniéndose frente a ella, mirándola fijamente le dice –No tengo por qué hacerlo. ¿Te vas de visita?, bien. ¿Te vas a quedar?, bien, es tú decisión.
Lu, con sus ojos llenos de lágrimas mira a Erman.
-Mira lo que vouy a decdirte. Son mis hijos y los extraño, pero pienso en ti. Te quiero, te siento… tengo la cabeza hecha un hervidero.
-Pobrecita mía, sólo te digo que pienses bien lo que vas a hacer, yo por mi parte, te lo rep[ito, respetaré tu decisión.
La carretera se extiende ahora largamente hasta perderse iluminada en el horizonte. Erman le acaricia el cabello y la mira a través del espejo retroivisor.
-Si supieras lo que estoy recordando.
-¿Qué cosa?
-No, nada, sencillamente que ahora vamos rumbo a nuestro holocausto- Lu le pone suavemente la mano sobre los labios –Shhhh… ya todo está hablado, ¿verdad?
-Sí, pero mañana será la realidad. Cuando el avión levante el vuedlo, nos quedaremos solos… ¡SOLOS! ¿te das cuenta de lo que significa esa palabra en nuestras vidas, a nuestros años?
-¡Erman, por favor!
-Estoy esperando tu respuesta.
-Esa la tendrás mañana, cuando nuestros esquemas de pensamientos pongan balanza lo que somos y lo que seremos.
-Bien sabes que no es fácil, Lu, no trates de escamotear la verdad a que nos enfrentaremos. Vamos a sufrir mucho. A nuestra edad un día representa más que veinticuatro horas.
Erman la vio venir hacia su derecha, vieja, torcida, fuerte. “Allí estás, hermosa ceiba, añosa y enorme, ven y tómame en tus fuertes ramas. Sombréame esta tristeza”
-¿Ves esa ceiba? –le señala a Lu el enorme árbol a orillas de la carretera- así estaremos dentro de unos meses- sonríe.
-Tienes cada cosa- murmura ella sonriente.
Recuerda a Lu incorporarse para encender la lámpara. La opaca luz verdi-azul se esparció por la habitación definiendo los objetos.
Abrió la gaveta de la cómoda y extrajo una toalla olorosa; la triste mirada de la mujer estaba atenta a la lectura de un libro.
-¿No has terminado PEÑAS ALTAS?- preguntó como para decir algo.
–Creo que nos queda una semana para devolverlo a la Biblioteca- terminó por decir mientras colocaba los espejuelos sobre la cómoda.
-Me falta poco- dijo ella sin levantar la mirada de la lectura.
Su voz le llegó junto al lento compás final de BOLERO.
Pasó al baño, recuerda que le dolían terriblemente los ojos. Se desnudó y entró a la bañera,
Accionó la válvula niquelada y vio venir hacia él aquel chorro de fre3scura líquida, aquella lluvia que le aliviaba los sentidos.
No se sorprendió al verla desnuda en el centro del baño para compartir con él aquella agradable lasitud. La esperaba.
Perales continúa con aquellas canciones de los años ochenta. Su voz y su música se pierden en el violento ruido del aire que penetra por entre las ventanillas semi-cerradas.
Siente ahora una tristeza enorme por esta mujer, por esta situación, por todos los problemas que enfrenta el mundo en su agónica sobre vivencia.
Atrae a Lu hacia él. Ella recuesta su cabeza dócilmente en su hombro y se adormece.
Un auto azul avisa, con el claxon, que va a cruzarlo. Erman lo ve como en cámara lenta… las ventanillas cerradas… y detrás del cristal trasero un niño como de ocho años les va diciendo adiós con una sonrisa.
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