EL GRAN VIAJE
Dormía siempre en los bancos del aeropuerto. Por la mañana, sentada en las sillas comunes de los restaurantes, se daba maña para pedir un café acá, un bocadillo allá...
-“Señora... perdone... ¿Cuánto vale el cafecito que se está tomando?.”
-“Uno cincuenta.”
-“Ah, gracias... ¿En el McDonald o en el Burger King?”
-“En el Burger King, doña”.
- “Gracias, pero no me alcanza”.
Invariablemente, la interrogada se levantaba y regresaba con el café en mano, calientito y, a veces, acompañado de un muffin o hasta de una tortilla, de microondas, pero humeante y sabrosa.
Quince años haciendo, a diario, lo mismo. De los aviones solamente el ruido.
De vez en cuando preguntaba a algún pasajero aburrido: “Señor... ¿Qué se siente ir en un avión?”. “Nada señora. Es como estar sentada donde está” Y volteaba la cara.
-“¿Sabe?, ¿No puede ir uno acostado? Tengo miedo de mirar por la ventanilla”.
Siempre contaba la misma historia : “Es que no veo a mi hijo hace 30 años. Vive lejos. En el pueblo. Se fue solito y ya tiene tres hijos. Quiero ir a verlos a todos. Algún día...”
Y se iba con su lamento a cuestas a intentar comer algo y guardar para su viaje.
En el aeropuerto era harta conocida la historia de doña Consuelo. Siempre anhelando su viaje y pidiendo limosna.
Entre todos los empleados fueron juntando dinero, sin decirle nada a la vieja. Cercana la navidad, la buscaron en su eterno banco, donde dormía y le dieron la noticia y... ¡Un boleto de avión!:
“Viajas por PanAm, el día 23 de diciembre. Vuelo 234, a las 4:42 de la tarde. Llegas a las 7 y 30 de la noche”.Le dijeron.
Llanto, gritos de júbilo y suspiros. Todos aplaudieron. ¡Por fin su viaje soñado!.
Esperó ese día decembrino como agua de mayo. Con sus ahorros compró juguetitos de plástico para los niños, una botella de ron para el hijo y un refajo para la nuera. Todo guardado en sus alforjas de nómada. Contaba los días de uno en uno... ya llegaba la fecha.
El 23, por la mañana, encontraron, sobre el banco del aeropuerto, que le servía de casa y techo, debajo de la manta que la cobijaba, un puñado de huesos y piel, en posición fetal.
Había muerto de frío.
En el vuelo de PanAm número 243, a las 4:42 de la tarde, una caja de pino, rectangular, envuelta en un plástico protector, salía con su rumbo pre-fijado, para llegar a las 7:30 en punto, tal como lo decía el boleto. En su interior, cómodamente acostada, ya sin frío ni calor, doña Consuelo, sus juguetitos de plástico, un refajo y una botella de ron...
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