Entre los ocres matutinos y una luna rosada de sol, 
finalmente 
 nos conocimos. 
No tuve tiempo de retocarme la cara, 
ni de quitarme el arma de la boca. 
Mis roncos alaridos cuecen las magnolias de otros reinos 
en el agua extendida de tus labios, 
mucho más pálidos y finos que los míos. 
 
Aún mantengo esa sana costumbre de hacer gymnasia 
cada vez que visito al médico psiquiatra, 
pues, aunque no lo creas, me libera de la tensión de no verte. 
Sucede que si quiero verme libre de las drogas psicotrópicas 
y del vestido de papel maché que aquí te obsequian; 
lo que es muy cierto y duro de decir, decía 
 
tengo que hablarle y verlo 
 hablarle y verlo 
 
 
Me masturbo y no como cucarachas. 
Sabes 
 eso los enfurece 
 entonces 
le ponen vidrios a mi sopa y me apagan la luz. 
No te ves como creí que te verías 
 
Sí, nunca tuve un poeta como tú en la ventana, 
que se viera tan solo y triste, como tú. 
Como dice el psiquiatra, estamos en la misma frecuencia. 
 
El amor es malsano; el sexo hace al poseso. 
Al despedirte, dijiste algo que recuerdo siempre: 
Ese momento de locura está 
dentro de todos 
nosotros aguardando en el silencio. 
Los desafortunados pagan, como yo, por ello. 
Los otros, viven sin saber que está 
allí, y 
 jamás aprenderemos a entendernos. 
 
Río de buena gana cuando algún psiquiatra 
quiere dar cursos sobre mí, 
y los especialistas tratan 
de analizarme y de saber qué me hace tan jodido. 
Hasta aquella mujer que vino a verme, 
vestida de panoplia sistemática, 
hizo a sus hijos dibujarme muerto.  |