No era la primera, ni sería la última persona de este mundo en agarrar sus bártulos y partir hacia un exilio voluntario. Como todos, dejaba atrás cosas importantes, incluidas sus propias miserias.
Con la convincente excusa de aprender otra lengua y rellenar currículum, y tras una breve, pero sustanciosa terapia psicológica, se largó de su mundo. Fue triste descubrir que sus fantasmas también necesitaban un cambio de aires. Ya sabes, esos pertubadores fantasmas de la razón que, tumbándose sobre los prejuicios nos cargan con sus cadenas para hacer nuestro pensamiento más lento y tirante.
Al principio, cuando todo fue novedad, digamos durante una breve semana, la belleza de ese nuevo lugar la hizo, tal vez, feliz. Ella provenía de una ciudad del sur, de calles estrechas en una zona, grandes avenidas en otras, casas que se caían de viejas y edificios tan altos que su sombra duraba todo el día, vestigios árabes aquí, grandes centros comerciales allá. Su vida, su sol, su clima, sus gentes, todas un poco locas. A alguien que viniera de fuera aquello podría parecerle un divertido, grande y acogedor psiquiátrico. Muchos de ellos terminaban censándose en ayuntamiento y viviendo en esta estrafalaria ciudad para los restos.
(Continuará) |