YO SOY EL QUE BUSCA DESPERTAR

Yo soy el que nuevamente trataba de despertar, pero el entorno me dormía. Es que andar sonámbulo era, por nuestros días, una costumbre que, con delicadeza, desde chicos nos habían inculcado como naturaleza.
Yo soy el que pasos atrás me volvía a ver a aquel hombre arrastrarse con su lámpara a pleno día. “Busco la luz”, gritaba a oídos que respondían como ecos. Sus palabras eran mal vistas por aquellos muertos. Y yo le observaba de reojo, queriendo abrazarlo, pero mi cuerpo no respondía a mi voluntad. Se retorcía en medio de egos que lo controlaban. Uno a uno lo sentenciaban mientras mi cuerpo pronunciaba lamentos. Una sonrisa titubeaba por mi espalda, y el cielo ennegrecía.
Yo soy al que luego una señora, con una voz agonizante, un pucho a medio apagar en el cenicero cubierto de cigarrillos, y otro a medio quemar en la boca, le dirigía la palabra, “su turno, pase adelante”. Y ahí estoy yo contando historias vividas que algún día quisiera vivir. Y yo soy al que le parecía irónico, hasta hipócrita, y sin embargo poco y nada hacía al respecto. La imagen de aquel hombre sólo se lamentaba con nostalgia en mi cabeza.
Yo soy al que luego una brisa lo hacía despertar por un segundo. Miraba mis manos, sentía mi respiración agitada, calma, agitada, calma, y el contacto de mi cuerpo con todo lo que me rodeaba. El sol se imponía para alumbrar mi camino, pero recuerdos del pasado volvían a nublar mi mente y nuevamente dormía.
Yo soy el que volvía a soñar, esta vez con un porto pudriéndose en su vaina. Luego el de la vaina vecina era cuidadosamente sacado, limpiado y plantado bajo el sol. Se le aplicaba el agua justa y este germinaba, alimentado a toda la comarca.
¿Qué fue eso? Otra manifestación. Esta vez, mis pies y dedos alentaban una bulla mental in creccendo. Pero la percusión, para mi bien, se vio interrumpida y el sueño quebrantado. Y ahora yo era el que volvía a sentirse vivo por otro instante. Segundos después ya era de noche y no me había percatado.
Yo soy al que las horas marcan las huellas de sus pasos, pero corren más rápido. Y me voy quedando atrás, sólo en un rincón. El frío me abraza cálido, y en sus brazos vuelvo a despertar, como martirio, para recordar que otro día se ha ido en vano.
Y entonces yo soy el que se acostaba y creía empezar a soñar.