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Un hombre carga con una bolsa marrón al hombro. El camino es llano, aunque muy inclinado, y su único insentivo para seguir es el humo negro que repentinamente vé salir por encima de la empinada, quizás proveniente de una chimenea -O a lo mejor es un pueblo entero de humeantes chimeneas-
Las piernas no le dan más. Su hombro derecho está acalambrado y hay una mancha roja en su capa, una línea de sangre que encaja con la zona donde la tela de la bolsa presiona carne, músculo y hueso.
El humo de la chimenea -¿Chimeneas?- se cubre de puntitos de varios colores que refulgen, se enciende y apagan como luciérrnagas fugaces frente a él. Cree que si no estuviera tan cansado se sentaría a ver el espectáculo, pero sabe que si se detiene no podrá retomar el paso jamás.
El pobre no entiende que aquella maravilla que tiene frente a sus ojos no sería posible si no estuviera cansado, que el espectáculo no es más que la bengala, la señal de auxilio que su cuerpo envía. Una función de despedida que su mente le regala antes del final. ¡Pero no! Falta tan poco ¡No puede renunciar ahora! -Aunque sería lo mejor- no puede haberse esforzado tanto para nada -Aunque no haya nada- haber recorrido todo lo que hay por recorrer, excepto el final - ¿Qué final? ¡¿Final de qué?!- ¡Tanto remar para morir en la orilla! -¡Si no tuviera que cargar con esta puta bolsa!.
Con estas ultimas palabras en la mente, cinceladas en la expresión de su rostro congelado, lo encuentran los habitantes del pueblo de la cima de la colina.
Luego del entierro y las formalidades sepulcrales, el clérigo del pueblo revisa la bolsa del desconocido. Los habitantes se amontonan en un semicírculo alrededor de la mesa dónde el clérigo descubre, iluminado a la luz de las velas, tan solo algunas plumas, un pedazo de cartón corrugado y diarios viejos cuidadosamente separados y ordenados en pilas. Desepcionados de no encontrar ningun objeto de valor, pronto velven a guardar todo en la bolsa y la tiran en el incinerador de la iglesia.
Un humo negro se eleva por encima de la alta chimenea. A lo lejos, mitad de camino hacia la cima de la colina, un hombre obtiene fuerzas de flaqueza y fijando la mirada en la cortina de humo negro comienza la penosa marcha cuesta arriba, arrastrando una enorme bolsa que se cuelga al hombro con dolor y dificultad.

Texto agregado el 01-06-2007, y leído por 186 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
22-09-2010 Me hace pensar en el eterno retorno, en lo anular, en lo cíclico, en la secta de los monótonos. Esas fabulaciones de tiempo. Me gustó principalmente porque es breve, y en esa brevedad está muy bien resuelto. Es un estilo de adjetivos justos. Todo el estilo, la forma digamos, lo es. Muy bueno leerlo. DiegoRomero
01-06-2007 me encanto!!! un relato q atrapa..mis estrellas! varda
01-06-2007 Es una narración con estructura de cuento. Atrapa, mantiene y sorprende. Te felicito. peco
01-06-2007 Yo llevo también esa bolsa he imagino que todos los que estamos en esta página la llevamos también, ahora eso si, espero no ver nunca ese humo negro. Me gustó. Un saludo de una jaenera. currilla
01-06-2007 Todos en la vida cargamos una bolsa, por lo general, de cosas superfluas ó, por lo menos, menos importante que lo que creemos. Y repetimos, tras generaciones, el mismo camino. Bueno el cuento. Merece que se corrijan algunas faltas ortográficas que lo desmerecen. leobrizuela
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