Desconfiado mira a su alrededor, sólo una ráfaga de luces intrépidas circunda la habitación. Oye pasos, inmediatamente se queda quieto; lo cogen, abrazan, apachurran sin contemplación, le aprietan la mano y una música intensa brota de su interior. Al principio era emocionante, pero las mil y una repeticiones de la misma tonadita, en verdad es torturante. Felizmente está contenta y lo lanza por el aire; felizmente porque otras veces llora y lo moja y su felpuda piel se humedece. Sus ojos de plástico antes inquietos, ahora posan inertes y firmes en la nada. Lo abraza, lo abraza más fuerte, intensamente, contra su pecho, diablos, lo baja hasta su ardiente entrepierna, y la presión continúa y un vaivén, un movimiento repetido los apresa a ambos. Unos gemiditos ahogados y reprimidos inundan el espacio, lo muerde, lo atenaza entre los dientes y un suspiro largo pone fin a la escena.
No era tan aburrida y monótona la vida, ni siquiera para un felpudo.
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