No sé quien te has creído que eres para hablarme así. Si aquí hay alguien que tiene motivos para hacer reproches, ese alguien soy yo. Me dijiste que te ibas por unos días, que a lo sumo sería cuestión de una semana, el tiempo necesario para ajustarle las cuentas a un desgraciado que se había enamorado de la mujer de un amigo tuyo. Y han pasado veinte años. Veinte años sin saber nada de ti. No te iba a guardar ausencia eternamente, digo yo. Y, sin embargo te esperé hasta hace bien poco. Hasta que me enteré de la vida que llevabas. ¿Te creías que no lo sabría nunca?. Has dilapidado la fortuna familiar en el Circe, en el Calypso y en otros lugares de peor reputación todavía. Y, lo que es peor, has mancillado mi honor y el de mi familia. ¿Y todavía tienes el cuajo de echarme en cara que te haya sido infiel? En lugar de preocuparte tanto de los cuernos de los demás y dejar a tu mujer abandonada, más te hubiera valido preocuparte de que no te salieran a ti esos tan hermosos que ahora coronan tu testa. Así que lo mejor será que este reencuentro nos sirva al mismo tiempo como despedida. Y no la prolongues innecesariamente con esas historias de cíclopes y de sirenas, que de verdad que no hay quien se las trague. Con todas esas excusas mejor sería que escribieras un libro. Siempre fabulando para encubrir tus faltas. Nunca cambiarás, Ulises.